Los rosales del jardín

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Jihoon despertó esa mañana tras una horrible pesadilla que olvidó al momento de abrir sus ojos. Presionó el tabique de su nariz con su dedo pulgar e índice, intentando disipar el dolor en la vista y la presión en su cabeza, respiró profundo y se puso de pie. Limpió su cuerpo con un paño húmedo y frío, cubrió su piel limpia con las ropas azules de tela fina, cepilló su cabello rubio y lo ató con una cinta del mismo color azul. Se miró al espejo entonces y suspiró, mirando como atención su rostro: sus ojos rasgados, sus mejillas pálidas, sus cejas delgadas, sus labios, su mentón, su nariz... y esa larga cicatriz serpenteante que subía por su cuello hasta su ojo. Deslizó sus dedos por su largo, sintiendo la piel arrugada y cicatrizada de un pasado tortuoso, apretó sus ojos y se despidió de la expresión cansada de su reflejo para volver a sus deberes. Observó unos segundos a Jeonghan, plácidamente dormido en el enredo de mantas junto a las propias que ya había ordenado. Dormía con la boca abierta, saliva corriendo desvergonzadamente, enredado en su cabello corto y las mantas que apenas lo cubrían, revelando sus piernas y brazos delgados. Jihoon suspiró, aun en ese estado Jeonghan tenía un rostro hermoso, más que cualquiera en ese palacio, más que él mismo con sus ojos rasgados y cicatriz permanente en su rostro cansado. Lo sacudió un par de veces para despertarlo, recibiendo quejas y sonidos sin significado, entonces dejó la habitación.


Saludó con reverencias a la gente del palacio, tarareó caminando por el pasillo hasta llegar a su destino, empujó las puertas de madera reluciente encontrándose con la oscuridad del lugar, caminó en silencio y corrió los largos cortinajes con fuerza, dejando entrar la luz a la habitación. Se giró entonces y apretó los labios.


- Mi señor, despierte – murmuró junto a la cama grande, no recibió respuesta y suspiró – Ya amaneció – habló otra vez, esta vez más fuerte, sacudiéndolo con suavidad. El rey no se movió, solo se quejó en voz baja entre el montón de mantas de seda, dejando ver solo su cabello desordenado en un pequeño espacio. Jihoon volvió a suspirar - ¡BUENOS DÍAS! – gritó fuerte y el rey pegó un salto, destapándose el rostro al instante, apretando sus ojos.

- Estoy despierto – murmuró con voz somnolienta, frunciendo el ceño.

- ¿Otra vez hasta tarde? – preguntó quitando las mantas de encima mientras el hombre se levantaba, asintiendo lentamente.

- Hay trabajo que hacer – respondió siguiendo a Jihoon hasta detrás de un biombo con hermosas aves y flores pintadas, frotando sus ojos y abriéndolos bien al fin.

- Siempre hay trabajo que hacer – afirmó el más pequeño y sin decir nada más comenzó a desvestirlo en silencio.


Descubrió su cuerpo dejando sus ropas a un lado, evitando lo más posible faltarle el respeto y mirar su cuerpo desnudo con cualquier intención que no correspondiera a su posición de eunuco. Con manos temblorosas tomó el paño húmedo y comenzó a deslizarlo por todo su cuerpo, limpiando su piel con delicadeza mientras el rey Seungcheol le hablaba sobre los planes del día y otras cosas triviales. Jihoon solo se limitaba a asentir o a responder lo justo y necesario con voz firme y semblante tranquilo, aun cuando por dentro estaba muriendo lentamente por el dolor que estas situaciones tan cotidianas le causaban.


- Hoy lo visitará nuevamente el rey de la aldea de fuego, le recomiendo comer algo antes de recibirlo – dijo secando las cosas de aseo a un lado y Seungcheol le regaló una sonrisa y un suave "Lo haré, gracias". Jihoon tragó saliva.

Lapislázuli [JiCheol/JiHan]Where stories live. Discover now