La culpa

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Quizás si no hubiese salido esa mañana.

Quizás si no hubiese declarado al fin, luego de años, su amor por su eunuco.

Quizás si le hubiera dicho todo desde el inicio cuando le preguntó si se encontraba bien.

Quizás si nunca hubiese dejado el lado del mercader para vivir con el rey.

Seungcheol tuvo un recuerdo, estaba en el palacio y el rey lo miraba juguetear con los hijos de los sirvientes, mucho menores que él, como si de un padre se tratase. Pero Seungcheol sabía que no era la mirada de un padre, y sabía que el rey trataba de ocultarlo con todas sus fuerzas. Recordaba haber dejado a los muchachos para seguir a su rey cuando este se levantó para marcharse, y recordó a la perfección la mirada preocupada y desolada que se apoderaban de sus ojos aguados, azules como el cielo. Eran como lapislázuli, como su palacio. Recordaba que lo había mirado y había murmurado unas palabras, era un hombre viejo y cada vez se sentía más débil, Seungcheol lo sabía, pero el ahora rey no pudo entender en ese tiempo las palabras que le había dicho y por más que trataba no lograba recordarlas.

Nunca pudo recordarlas, ni cuando el rey enfermó, ni cuando le dejó todas sus riquezas en su lecho de muerte ni cuando con el dolor de un hijo que pierde a su padre tomó el puesto de un anciano y solitario rey que estuvo enamorado de él en silencio todos esos años para no faltarle el respeto. Jamás recordó las palabras.

Hasta ahora.

Observó las llamas devorar las paredes, los largos cortinajes que una vez irradiaron la majestuosidad del azul del mar arder en llamas que sin piedad arrasaban todo. Y su corazón se apretó con tanta fuerza, con,tanto terror porque lo había dejado todo ahí: sus queridos sirvientes, las concubinas jóvenes y más ancianas que cada día le agradecían darles un hogar sin el doloroso sexo a cambio, los cocineros, todos los que hacían ese enorme palacio de mármol sentirse cálido. Jeonghan, Jeonghan estaba ahí cuando dejó el palacio hace una hora, solo una hora, con su cabello largo y su sonrisa despreocupada, feliz al fin tras tantos años de terror y maltrato. Todos estaban ahí...

Todos.

- ¡JIHOON! - gritó con todas las fuerzas que su garganta le permitió - ¡JIHOONCITO DÓNDE ESTÁS!

El pánico se había apoderado de él desde que había vuelto al palacio. Pero debía actuar como un rey, debía actuar tranquilo para no asustar al resto. Ayudó a evacuar a todos quienes se le cruzaban, mostrándoles hacia donde estaba la entrada pues dentro del miedo no lograban diferenciar los pasillos, ayudó a concubinas y sirvientes, pudo ver al cocinero correr con el pequeño Chan a cuestas, quién no paraba de preguntar dónde estaba Jeonghan.

Seungcheol también necesitaba saberlo.

El rugido de las llamas sonaba a lo lejos, el aire ya escaseaba pero Seungcheol no podía irse sin esas dos personas. No podía dejar a Jeonghan, ni mucho menos a su amado Jihoon, debía encontrarlos y salir de ahí.

Entró a una habitación vacía que aun no era alcanzada por las llamas por completo, las llamas no rugían con tanta fuerza ahí por lo que pudo escucharlo: suaves, aterrados unos sollozos se oían en algún lugar de la habitación y Seungcheol tuvo el presentimiento de que sabía de quién se trataba. Abrió con fuerzas las puertas del armario que adornaba la esquina de la habitación y ahí lo encontró, encorvado en el suelo del armario, temblando de pies a cabeza y sollozando mientras cubría sus oídos con sus manos, apretando con fuerza sus ojos como si así todo fuera a desaparecer.

- Jeonghan - dijo Seungcheol con voz firme y el eunuco pegó un salto, abriendo los ojos y mirándolo como si hubiese oído la voz de un Dios. No necesitó más que un par de segundos para procesar que el rey estaba ahí y saltar a sus brazos sin pensarlo mas de una vez.

Lapislázuli [JiCheol/JiHan]Where stories live. Discover now