4. El ladrón de cereal

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La mañana era tan silenciosa que por un instante creyó estar solo. Ni siquiera el viento se hacía notar, todo estaba tan callado que resultaba tranquilizador.

Ese día no tenía clases, así que se limitó a levantarse tarde y escuchar música hasta las once. Pues el tiempo meteorológico estaba perfecto, hacía más frío que calor y él amaba las temperaturas bajas. Se había acompañado de su álbum favorito y unos audífonos, pero después de siete canciones su estómago comenzó a rugir a causa del hambre.

Fue a la cocina después de tomar una ducha. Había llegado a un acuerdo con Matthew el día de su llegada: compartirían toda la despensa a cambio de dividir los gastos de las compras, así que era libre de comer cualquier cosa sin sentirse culpable por acabar la comida de alguien más.

Después de una exhaustiva búsqueda visual, revisó la estantería de los cereales. Parecía que vivía con niños pequeños, pues todos los sabores tenían cantidades casi diabéticas de azúcar. Chocolate, canela, aros de colores, e incluso malvaviscos. Tomó uno al azar, que resultó tener nombre de frutas y consistía en círculos coloridos que sabían a cartón mezclado con caramelo, pero bueno, podía consumirse y también era el que menos cantidad tenía.

Se sentó en la barra intentando descubrir cómo bloquear un número telefónico que tenía semanas enviándole mensajes molestos. Soltó un suspiro a ver el: ¿Cuándo nos podemos veeer?, en la pantalla. Ni siquiera sabía por qué eliminar un contacto era tan difícil. Está bien, a decir verdad, era sencillo, pero llevaba tres semanas bloqueando distintos números de la misma persona.

De repente la puerta de Nash se abrió, lo supo al escuchar el sonido irrumpir en el silencio. Fue cuestión de segundos antes de verlo entrar a la cocina usando el mismo pantalón del día anterior, ese rosa claro deportivo. Intuyó que tal vez sólo lo usaba para dormir, a menos que se fugara por la ventana y fuera al gimnasio.

Intentó no juzgar, en serio, ignoró su enorme camisa café, su cabello revuelto y los calcetines que ni siquiera combinaban entre sí. Quiso no fijarse cuando tomó un plato y la misma caja de cereal que él había terminado. Se golpeó mentalmente al no botarla, había olvidado hacerlo. Nash soltó un suspiro cuando vio que estaba vacía, solamente pudo extraer tres o cuatro hojuelas. No tomó otra caja, y Cameron se sintió culpable.

—Lo siento —Se disculpó, mirando el malísimo cereal que casi estaba obligándose a comer.

El muchacho levantó la mirada de los platos de cerámica, pues estaba colocándolo de nuevo en su sitio. Parecía que omitiría su desayuno porque él había sido el tonto que terminó su cereal favorito con sabor a cartón.

No dijo nada más, ni siquiera sonrió, simplemente negó con un ligero movimiento de cabeza, como diciendo "Da igual". Y para Cam, eso no daba igual. ¡Por dios!, los padres de ese chico habían accedido a restarle un quince por ciento a su pago de renta y él simplemente aparecía robando cereales. Tal vez estaba cerca de ganarse una despedida.

—Puedes comer el mío, si quieres —ofreció, conociendo que quizá sonaba estúpido, pero no le importaba, solo quería agradarle.

El de ojos azules volvió a negar con otro movimiento de cabeza, dejó el plato en su sitio y abandonó la cocina, regresando a su habitación, dejándolo solo, confundido y culpable.

Tan culpable que salió en su vehículo cuando tuvo la oportunidad (aprovechando que necesitaba unas cosas para la escuela), solamente a comprar el cereal. Se detuvo en el supermercado, fue hasta la sección de harinas y llevó dos cajas de ese tipo, solo para colocarlas junto a todas las demás y esperar a que Nash las viera.

SilenceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora