2. Master

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Ella ya andaba camino a su casa, y mientras tomaba el desvío en una esquina para ir al trabajo de su madre, recordó que el día anterior había dejado una carta de invitación a aquel chico de su liceo. Se preguntaba si ya la había encontrado y si aceptaría su propuesta. De ser así, comenzaría con las actividades del club que acababa de fundar, si es que esa era la palabra adecuada, tomándolo a él como uno de los integrantes más importantes.

Lo había visto caminar varias veces, sabía que aunque ándara por la calle, su mente no lo acompañaba; todo lo contrario, siempre viviendo grandes y épicas aventuras imaginarias. Necesitaba alguien así para su cometido.

Sara era una chica muy poco normal, a pesar de ser bonita y estar en forma no hacía uso de sus cualidades. No, Sara era completamente distinta, era retraída, no le agradaba mucho salir, realmente no tenía muchos amigos tampoco, no lograba soportar a nadie, culpa de su impaciencia. El tiempo que ahorraba ignorando el aspecto social lo pasaba escribiendo o leyendo novelas fantásticas y alguna que otras veces policiacas.

Mientras caminaba recordaba los mejores momentos de la última novela que logró degustar, la primera parte de la saga escrita por Eoin Colfer, Artemis Fowl. Le había gustado mucho realmente, aún se reía al recordar que el Mayordomo del protagonista solo se llamaba Mayordomo, de allí había sacado la idea para cómo dirigirse a los miembros de su club. La novela le parecía un poco infantil pero era terriblemente buena, tenía un aire que le recordaba a Las Crónicas de Spiderwick, una saga de cinco libros que había devorado en dos días y cuya película detestaba. Rezaba para que a un director idiota de Hollywood no se le ocurriera comprar Artemis Fowl en alguna librería, si veía esa saga en el cine apostaba a que iba a ser capaz de quemar la cartelera.

Estaba impaciente por llegar a su morada y tomar la kindle que reposaba en su bolso para sumergirse de lleno en la segunda parte de Artemis Fowl. Le encantaba ver su librería, adoraba pasar el dedo por el título impreso en el lomo de sus libros y disfrutar del dulce olor del papel entintado. Pero con el pasar del tiempo tuvo que conformarse con hacer uso de los eBook pues ya no lograba encontrar buenos libros en las librerías de su ciudad. Maldecía el día en historias que narraban la valentía de un feroz caballero, los delirios de una mente trastornada de algún protagonista de thriller, la cuidadosa metodología que desempeñaba algún asesino para cometer sus crímenes, las complicadas pero exquisitas historias policiales, fueron todas suplantadas de los libreros por los "bestsellers" del momento, que mayoritariamente se trataban de cursis historias para jovencitas enamoradas.

El olor a alcohol irrumpió en sus fosas nasales apenas abrió la puerta del local. Recorrió con la mirada la barra de madera, a medio pudrir, de la taberna, pero no vio más que decenas de botellas de distintos licores y algunos vasos sucios por el uso de la noche anterior.

—Madre, llegue —dijo la chica sin dirigirse a nadie.

No obtuvo respuestas.

Al parecer nadie había llegado al bar aún, no era extraño, los empleados siempre llegaban tarde.

Las chiripas disfrutaban de algunos restos de comida de una mesa al fondo, se escuchaba el trotar de los ratones a través de las paredes. No le gustaba ese lugar cuando estaba solo.

Seguramente su madre le armaría una bronca por no llegar a comer a casa, pero ese era el último lugar al que querría ir. Detestaba llegar a su hogar. Allá no podía ponerse a escribir porqué inmediatamente su madre comenzaba a decirle que no perdiera el tiempo, que eso no le daría para comer y le recordaba la "miserable" vida que les dio su padre por ese amor al arte tan desenfrenado, esa pasión que lo llevó a la desgracia y luego, la muerte.

La Balada de Omega: Primeros AcordesWhere stories live. Discover now