7. Invoker

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Mica observó de reojo a Excalibur, estaba sentado junto a él, ansioso a que dejara caer un trozo de pan o un pedazo de jamón del desayuno, como era habitual, cosa por la que lo regañaban todas las mañanas.

        —... El número de desaparecidos aumenta, la policía tacha la posibilidad de que sea el trabajo de una sola persona, luego de que se reportaran tres casos más en la frontera con Colombia, dicen que quizás se trate de un grupo organizado cuyos propósitos aún no se han dado a conocer...— decía la voz profesional de un reportero en la televisión que la familia del chico veía todas las mañana mientras comían, antes de ir al colegio o al trabajo.

        —Vaya —comentó Gabrielle, su padre —... Ahh ¿Ya son cuantos?

        —Con esos tres ya son doce personas... —respondió preocupada su madre.

        —Y no se puede confiar en los policías... al menos no en los de este el país.

        —¿Es extraño no? —preguntó ella.

        —¿Qué?

        —Pues, día a día hay un número significante de gente que muere por homicidio —respondió meditativa —Para quitarles el celular o los zapatos... pero ya no lo notamos, ya se nos hizo tan normal saber que en un día murieron diez personas... pero... era muy extraño que empezaran a desaparecer, ya van solo trece casos en dos semanas y todo el mundo está atento a eso...

        —Que pensamiento tan deprimente Laura.

        Mica escuchaba con atención la conversación entre sus padres, estaba de acuerdo con ella. No era mentira ni ningún secreto que su país se encontraba en una crisis de seguridad, era tan fácil que te robaran o mataran que ya se había hecho "normal". Cuando la gente se acostumbró a los comentarios de las personas ante estos terribles hechos, cambiaron radicalmente de un "No puede ser que esto esté pasando" a un triste y resentido "Mejor no cargo nada de valor para que no me roben", era como si las personas hubieran aceptado a los criminales como algún tipo de clase social y solo tomarán precauciones para lo que ya era normal.

        —¿Hijo...? —dijo moviendo una mano enfrente de su cara.

        —¿Ah?... disculpa... —respondió.

        —Tu padre te decía que este fin de semana iremos a la casa de la montaña —le dijo su madre –, que prepares las cosas para el viaje.

        —Pero... Eeh... ¿Tengo que ir? —pensaba en terminar de escribir la historia de Karo ese mismo fin de semana para dársela a Rosa. Aunque sabía que allí podría escribir con más tranquilidad, era seguro que no lo dejarían hacer nada más que ayudar a limpiar y salir a las estúpidas excursiones dirigidas por su padre.

        —Claro que tienes que ir... —respondió severa.

        —Pero...

        —Nada, iras y punto.

        El camino al instituto fue acelerado, estaba ansioso por hablar con Cat y arreglarlo todo. Cuando pasaron junto a la cartelera de noticias, donde habían visto el letrero que avisaba la desaparición de James Howart, se dieron cuenta que ahora se encontraba repleto, unos diez carteles nuevos aproximadamente, ¿Cómo era posible que el número de desaparecidos hubiera aumentado en tan pocas horas?

        —Qué raro es todo esto de los desaparecidos ¿No crees? —comentó Hugo —, me da la sensación de que tengo razón... Alieniiigeeenaaaas.

        —Cállate Hugo —dijo —... Es algo... serio... —añadió mientras veía los carteles, el único que le parecía extrañamente conocido era el de James.

La Balada de Omega: Primeros AcordesWhere stories live. Discover now