17. Fuego

5.6K 447 816
                                    

Empecemos de nuevo...

Dice tras un pesado suspiro, el típico viejo psicólogo escolar. Agita la punta de un lápiz sobre su sien derecha luego de bostezar descaradamente frente a su paciente. Sus ojos son largos, están aburridos y cansados de oír siempre la misma historia.

Según él, un dilema adolescente, que les pasa, les ha pasado y les pasará a miles de estudiantes más aquí y en distintas escuelas de cualquier rango.

Es normal. Piensa. Cosas de la edad que ellos deben superar solos, pues no serán los primeros ni los últimos.

—¿Qué hacías en la azotea de la escuela?

Los ojos esmeralda del interrogado se ocultan bajo su rizado cabello.

Sus labios tiemblan, sus manos se humedecen aunque están frías, y se cierran sobre sus propias rodillas. Odia estar aquí. Es una pequeña sala completamente gris, con una sola silla delgada y metálica donde, se supone, debería “relajarse”. Frente a un viejo y rechinante escritorio, que lo separa del también viejo sujeto que finge interés por escucharlo.

El adulto desliza un dedo bajo sus delgadas gafas para rascar su párpado izquierdo. Debía confesar que los casos como el de aquel delgado joven que tenía en frente, no eran precisamente sus favoritos. Había trabajado en otras escuelas y escuchado las mismas historias. Con el tiempo para él no era más que un patrón común. Es así que se pone en pie y prefiere ir directamente al grano mientras recoge algunos papeles de su escritorio y los guarda en un maletín, escupiendo más de sus palabras secas y arrastradas.

Es suficiente, citaré a tu madre mañana. Así hablarás, imagino.

—¡No!

La habitación de pronto queda en silencio y el mayor simplemente arquea una de sus delgadas cejas hacia el chico que por fin se dignó a levantar la mirada, mostrando unos ojos vidriosos, llenos de nerviosismo.

No... No será necesario, señor. Prometo que no volverá a ocurrir. Fue una... una tontería mía y luego la puerta se cerró. Es todo.

—¿Y que la puerta, "mágicamente", se haya cerrado tiene que ver en algo con Bakugou y su grupillo? —pregunta en un tono irónico. No tenía por dónde perderse, fue una casualidad, que al pasar por aquellos pasillos cuando casi todo el mundo había abandonado la escuela un montón de hormonales adolescentes bajara por las escaleras de donde ya no habían aulas. Lo ignoraron. Con sus risas y el lenguaje vulgar que acostumbraban usar, insultando a quién sabe porqué.

Ahora sabía quién era ese quién.

Izuku se queda congelado aunque el tono del adulto sonara burlesco, su rostro palidece y el ligero temblor en su labio inferior terminan por confirmarle al profesional que había dado en el clavo.

El corazón del menor se acelera a tal ritmo tal que comienza a sentir un hormigueo por todo su cuerpo; hay un zumbido en su cabeza que lo molesta y desespera porque siente que se le acaba el aire; lo incita a respirar pesadamente por la boca.

A abrir la boca.

Es su oportunidad, es el momento perfecto para hablar, para vomitar todo lo que se había callado y destapar la razón de los moretones en sus brazos, en su abdomen, en su espalda y bajo el maquillaje que torpemente simulaba la piel de su rajado rostro.

Pero el miedo bloquea sus palabras, seca sus labios y su lengua es inmovilizada. Se siente impotente. El miedo es más fuerte que él y dolía saberlo.

No.

Dice al cabo de varios segundos.

Su única e indiferente compañía: el psicólogo, consejero o como sea que deba llamarse a un tipo tal, rueda los ojos con aburrimiento.

Sonreír por ti (EDITANDO)Onde histórias criam vida. Descubra agora