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Lauren POV

Ser oncóloga es complicado... puede ser una de las mejores experiencias de tu vida o una de las más terroríficas y traumantes experiencias que jamás te hayan pasado.

Por una parte está la satisfacción, alegría y orgullo que viene cuando logras curar el cáncer de una persona. Sus vidas cambian por completo al igual que la tuya. Es inexplicable la explosión de alegría que es darle tan gratificante noticia a mis pacientes. Es lo mejor de mi trabajo. Sus rostros se iluminan y esperas que continúen siendo felices en lo que les resta de vida, que prosperen y cumplan sus metas que antes se veían limitadas por el tan horrible cáncer.

Pero por otro lado, está lo oscuro. Esa parte de mi trabajo que odio, esa en la que tengo que decirle a uno de mis pacientes y a su familia completa que el cáncer es irreversible e inevitablemente van a morir en un par de años, meses, semanas o en el peor de los casos en tan solo días porque yo no fui capaz de detener el avance de la enfermedad o cualquier otra variable. Me parte el alma ver cómo cualquier rastro de esperanza en sus corazones es aplastada por mis palabras que intentan ser lo más suave posibles pero que de igual forma son duras como el mármol para ellos. Esa es la peor parte de mi trabajo... tener que dar las malas noticias.

Apenas llevaba 3 meses de haber terminado mi carrera y comencé a ejercer de inmediato en un hospital de Miami. Llevaba pocos casos porque era primeriza pero esa era exactamente la razón de por qué todo esto era tan difícil para mí aún. No estaba acostumbrada a lo difícil que eran las cosas en el mundo real, en donde las personas morían de cáncer y sus familias sufrían.

Esperaba que con el tiempo dar las malas noticias no fuera tan difícil como lo era ahora. Esperaba acostumbrarme a ello y a ser más fuerte. En mis clases de sicología en la universidad me advirtieron sobre esto, sobre el lazo sentimental que yo podía crear con mis pacientes, que era mejor no tener mucho apego con ellos con tal de protegerme a mi misma, pero es que era inevitable no sentirse conmovido con las historias de todos ellos y yo siempre intentaba hacer lo mejor a pesar de lo difícil que fuera la situación, me gustaba saber de sus vidas y como llevaban todo el asunto, estaba haciendo todo lo que me recomendaron no hacer en la universidad... y me estaba arrepintiendo de ser tan sensible, porque ya llevaba semanas sin dormir por la pena que invadía mi corazón y las lágrimas que no paraban de salir.

No entendía cómo es que existía tanto sufrimiento en este mundo y cómo es que un dolor de cabeza o un dolor de estómago sencillo podían convertirse en una de las peores enfermedades del mundo, el cáncer, y que tu vida diera un drástico giro.

Es por eso que quise ser oncóloga, porque sé lo desgraciada que es esta enfermedad y me fascina la idea de que si hago bien mi trabajo, pueda devolverle la salud a una persona y que así puedan continuar con su vida sin los límites de una enfermedad.

Ahora ya tenía dinero de sobra y fui capaz de comprar mi propia casa con la ayuda de mis hermanos que ahora vivían conmigo. No soportaban más vivir con nuestros padres por lo que apenas pude, los saqué de ahí y los traje conmigo a esta nueva casa. Ellos también trabajaban por lo que entre todos manteníamos nuestro hogar.

Ellos por supuesto intentaban consolarme todo lo que podían cuando llegaba triste luego de una jornada laboral, pero era en vano. Siempre llegaba agotada del trabajo, tanto física como mentalmente.

La última semana había sido la más pesada. A mis manos había llegado un niño de tan solo 16 años que buscaba una segunda oportunidad porque su tratamiento anterior no dio frutos. Le realicé exámenes y hable con él para que se sintiera cómodo. Le gustaban las historietas y leer libros de ciencia ficción, además de jugar fútbol, actividad que debió dejar debido a un tumor cancerígeno que apareció en su estómago cuando tenía a penas 14 años.

La mamá de mi mejor amiga - CamrenWhere stories live. Discover now