Allen Prescott. El origen del odio

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Cuando cumplí los 12 años, era considerado uno de los mejores patinadores de la categoría Junior, tanto, que me habían dejado participar y concursar desde los 11 años.

Mi entrenador era la persona más atenta, dulce y encantadora que podías imaginarte. Salía con él en secreto, soló habían sido unas diez veces desde hace un año.

Allen, lo haces muy bien, pero me gustaría que tu vestuario fuera del color de tus ojos, o plateado, así resaltaría el color de tu piel y tu cabello y lucirías mucho mejor en la pista de hielo – me comentó mi entrenador, Cristopher Proulx, quien me sonreía.

Gracias, yo también creo que un traje plateado se vería bien – comenté, sonriendo. Mi relación con mi entrenador era sólida, y Yerik tenía razón, Cristopher era bastante flexible con los horarios. Entrenaba todos los días de 6 a 8 de la noche y Scott siempre pasaba a recogerme a esa hora.

Scott ya llegó por mí, nos vemos, entrenador Cristopher – y salí del lugar, subiendo al auto de Scottish

Scottish, hoy me enseñaron a hacer lutz triples, pero no puedo hacerlos porque todavía soy menor para eso, pero cuando entre a la categoría Senior, los haré – declaré, animado

Seguro que sí, serás grandioso – me dijo, mientras conducía a casa. En todo el camino no dijo nada más, mientras yo lo veía. Estaba pensativo, quizás frustrado por algo que le había pasado en su trabajo

Scott, ¿pasó algo? – pregunte, mirándolo. El semáforo se puso en rojo, indicando que debía detenerse. Scott me devolvió la mirada, encontrando un par de ojos iguales a los míos. Grises, como las nubes que anunciaban una tormenta.

Pasó de todo, Allen, hay un sujeto al que la policía no ha podido atrapar, y yo tampoco he podido descubrir de quien se trata, y tampoco sé de qué manera piensa, es impredecible, no puedo distinguir su patrón en las escenas que deja – me comentó Scott, arrancando de nuevo el auto – Pasaré a la estación de policía por unos papeles, ¿vienes conmigo o te quedas en el auto? – pregunto Scott, con cierta irritación, estacionando el auto

Lo mejor era seguirlo, mi hermano estaba bajo mucha presión y necesitaría mi presencia para que pudiera calmarse, o al menos decirle un par de palabras para que su frustración no pasara a mayores.

Bajamos del auto y entramos a la estación de policía. A esa hora estaba tranquilo, no había mucha gente y todos aquellos quienes nos vieron, nos ignoraron olímpicamente. Era obvio que no era querido por el departamento de policía por ser considerado unos de los mejores, de modo que solo lo relegaban a trabajos pequeños.

Entré a la oficina de mi hermano, el olor a tabaco y almizcle estaba en todo el lugar. Era una mezcla peculiar

Dejé los papeles en la oficina del jefe, regresaré en un momento, Allen, no toques nada – me dijo y salió de la oficina lo más rápido que pudo. Saqué mi teléfono y tomé una fotografía a la pizarra blanca que contenía el caso. Eran tres muchachos de cabello negro, jóvenes, y según la breve descripción, estaban entre los 13 y 14 años. Guardé el teléfono justo a tiempo antes de que Scott entrara a su oficina.

Regresemos a casa, Allen, me llevaré esto para poder ordenarlo y posteriormente archivarlo – me dijo y después de eso, llegamos a casa sin problemas. Mi hermano trabajo hasta la madrugada, podía escuchar sus susurros, enfadándose internamente por no poder descubrir la relación entre el asesino y la escena del crimen. Al parecer, hay cosas que no cuadraban. Quería ayudar a Scottish, así que moví una tablilla del suelo de madera de mí habitación, sacando uno de los libros de criminalística que mi hermano había llevado durante su preparación en la escuela media. En cuanto había acabado la escuela de criminalística a los 18 años, mi hermano quemó sus libros, y nuestro padre lo metió a trabajar, sin dejarle la posibilidad de que mi hermano pudiera patinar. Saqué el libro, se titulaba <<Patrones aparentes sin orden >>. Ya llevaba leyendo la mitad y las cosas que decía eran interesantes, esperaba poder acabarlo mientras el caso durara. Acompañé a mi hermano hasta las tres de la mañana, él continuando haciendo sus hipótesis en su cuarto y yo leyendo el libro en el mío. Él no sabía que yo también estaba investigando por mi cuenta, ni tampoco sabía de mi interés por su trabajo. Era fascinante, pero al mismo tiempo, aterrador, pensar que personas cercanas a uno podrían convertirse en monstruos por seguir instintos, estar traumados o tener algún desorden mental.

Missing [En Edición] (Completa) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora