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Mis pies ya duelen, he caminado bastante. Delgadas gotas de agua caen del grisáceo cielo y el clima se ha tornado frío, más de lo común. Los poderosos truenos acompañamos de artísticos relámpagos iluminan la ciudad, acelero mi paso, debo llegar rápido a casa, tal vez mi hijo y Paulina necesiten algo, tengan miedo, debo estar para ellos.

Las gotas se vuelven gruesas y caen con más intensidad, me detengo en la esquina y cruzo la calle, corro hasta llegar debajo de un gran paraguas donde una señora de edad vende infinidad de dulces, froto mis ojos con mis muñecas para ver con más claridad y me preparo para correr.

Corro, corro y corro... A lo lejos diviso mi apartamento, meto las manos a mi bolsillo pero no siento las llaves, llego hasta la puerta y un potente trueno resuena. A través de esta escucho el desconsolado llanto de mi hijo, toco la puerta repetidas veces pero no recibo respuesta.

Mi corazón comienza a acelerarse brutalmente y el aire me falta.

-Paulina, soy yo, abreme la puerta- grito. Los balbuceos y gritos de Julian me hacen desesperar aún más.

El frío se ha ido, ahora todo mi cuerpo está caliente, las pulsaciones en mi cabeza son fuertes y no me dejan escuchar las sugerencias que brinda mi subconsciente.

Alimentado por el desespero, adrenalina y quejidos de mi hijo, pateo la puerta, las personas que pasan por la calle me observan interrogantes pero no me detengo.

Empujo, golpeo, grito... Hago lo posible pero la puerta no se abre.
Me dejo caer en el suelo y lloro mientras escucho a mi hijo hacerlo al otro lado, me siento débil, mis puños sangran y me he rasguñado el brazo.

-Ashton, ¿estás bien?- levanto mi cabeza y frente a mí se encuentra Natalia, su expresión es de preocupación, sus pies están mojados y tiene un paraguas empapado en su mano izquierda.

Deja de mirarme y se acerca a la puerta.

-¿Es el llanto de un bebé?- pregunta aterrorizada.

Asiento lentamente y sus ojos se expanden.

Busca algo con urgencia en su pequeño bolso, saca unas llaves y las introduce en la cerradura, el sonido de la puerta siendo abierta me alienta y con la poca fuerza que me queda me levanto y entro con prisa.

Corro hasta la habitación y veo a mi hijo bañado en lágrimas, su rostro está rojo y sus manos hechas puño.

Tomo una toalla y me seco inútilmente para luego tomarlo entre mis brazos mientras trato de tranquilizarlo.

Su llanto cesa, su respiración se regula y sus puños se relajan, beso su frente una y otra vez.

Miro hacia atrás y observo a Natalia por unos segundos, la cuál parece demasiado confundida.

-¿Qué está pasando aquí?- pregunta.

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