3. «Sentimientos y problemas»

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Absorta, Lisa veía la última publicación que Jennie había subido al Instagram.

Cuando terminó de leer, cerró el portátil sobre el cubrecama, flexionó los codos y recargó el rostro en sus largas y blancas manos, examinando a su compañera. Todavía se sentía culpable por el estado de Jennie. Seguía pensando que, si no hubiera sido por la petición de cierta persona y por la insistencia de Jisoo, Jennie no se habría sentido tan mal la noche anterior, o por lo menos no se habría desmayado en plena fiesta y con el testimonio de muchas personas.

Todo se volvió un caos. Ni siquiera pudo dormir esa noche. Los gritos desaforados y las preguntas impertinentes e insensibles de parte de los reporteros le hicieron un gran nudo en la garganta. Antes de debutar, inclusive se había preparado para experimentar las típicas situaciones que todo ídolo tendría que pasar por ser famoso, pero lo de la noche anterior la descontroló. Por un momento, sólo por uno, tuvo ganas de correr y esconderse en el lugar más alejado de Corea. Fue como si de pronto se convirtiese en una hormiga que pudiese ser pisoteada por cualquiera que quisiera hacerlo.

—Ma, que estoy bien. Ya he salido del hospital, me atendieron sólo por protocolo, pero no es nada grave. Ya estoy recibiendo tratamiento —dijo Jen hablando por el móvil.

Tras hacer una expresión que Lisa no supo entender, Jennie siguió:

—Que no, que no te preocupes por eso. La empresa ha sido comprensiva y nuestro manager está encargándose de que esto quede como lo que es, una simple enfermedad. Que sí, mamá, que sí, que de verdad estoy enferma de gripe, ¿cuándo te he mentido? Bueno..., de este inicio de año, cuándo te he mentido, ¿eh?

Lisa sonrió por primera vez en toda esa tarde. Vio a su compañera y suspiró. Estaba tumbada en la cama de Jennie. Esta compartía habitación con Jisoo, así que aquel cuarto era una atractiva composición de negro, blanco y morado; las paredes teñidas de un blanco reluciente, en la entrada de la habitación había una alfombra con la Torre Eiffel de Paris impresa. Daba un ventanal en la parte izquierda y, en el frente de las camas individuales, había dos muebles de un pulcro color uva que eran usados como tocador y reposador de computador, móviles y demás cosas. Luego estaba un espejo de pie en una esquina que por poco llegaba al armario hecho de madera.

A comparación de su habitación, Lisa pensaba que la que compartía con Rosé era menos enigmática que la de sus compañeras. La suya estaba formada de amarillo, rosa, morado, negro y rojo en diversas texturas y adornos, y por donde quiera había una pila de chucherías que a Chaeyoung y a ella les gustaba conservar porque eran memorias de sus lugares natales.

Fue como si la hubiese llamado con el pensamiento. Rosé se asomó por la puerta abierta de par en par y caminó con velocidad hacia la cama, echándose y no dándose cuenta de que Jennie hablaba por el móvil.

—Perdona, no sabía que estabas en una llamada, unnie.

Jennie la amonestó y le pidió que hiciera silencio.

Para cuando colgó, había vuelto a tocarse la frente buscando asegurarse que la fiebre no regresara.

—¿Te sientes mejor, unnie? —preguntó Chae—. ¡Que anoche nos has dado un buen susto! Por suerte, has dormido casi todo el día, y creo que esa es una buena señal.

Lisa se perdió la contestación de Jennie. Sin quererlo, recordó todo lo sucedido la noche anterior. Mentiría al decir que lo único que la había tenido preocupada fue la salud de Jennie y el cómo se recibiría la noticia de ello en los medios de comunicación. Y pese a que ni siquiera le gustaba reconocerlo en su cabeza, no pudo obviar la realidad.

Lo que la había hecho trasnochar también era el recuerdo de Jungkook con ella, en la lejanía de la gente y en una total nueva vivencia que la impresionó. Toda la noche se lo pasó viendo el techo de su habitación, alerta a que Rosé no la descubriese en su momento de insomnio.

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