Capítulo ocho.

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— ¿Tengo cara de querer comprar droga?

—Tiene cara de ser un joven adulto adinerado que necesita un viajecito —responde el tipo que nos salió de la nada, preguntando si queríamos algo de polvo mágico.

Creo que no hacía falta comprar, porque desde los dos metros que nos separaban podía percibir el olor de la droga impregnado en él. También puedo asegurar que tiene un complejo de Peter Pan, teniendo en cuenta sus viejas mayas verdes y el sombrerito en punta sobre su cabello castaño rojizo. No quiero saber quién es su Campanita.

—No, estoy bien —le repito, entre dientes.

Llevaba media manzana diciendo que nos haría un buen precio, que lo valía, que Nunca Jamás nos esperaba porque parecíamos tener alma de niños. Es como decirme inmaduro a mis veintitrés años, cosa que es casi cierta, pero tampoco debo admitirlo en voz alta.

Si seguíamos calle abajo en el auto de Gemma tal vez nos habríamos ahorrado esto, o tal vez nos robaban esos adolescentes bandidos que vimos en una esquina. Desde lo lejos halagaron mis zapatos, todo bien hasta que comentaron sobre el trasero de Gemma y ella los fulminó con la mirada. Pude notar que guardó una mano en su bolsillo, claramente tomando su varita, siendo tentada a usarla al ver los gestos obscenos que ellos le dedicaban.

Entonces hice que la carpa sobre ellos se rompiera, toda el agua de lluvia que se había acumulado ayer cayó sobre ellos. Sonreí de lado al verlos con cara de espanto, corriendo lejos con sus pantalones cagados (bueno, es que tienen la bragueta hasta las rodillas y uno supone eso ante la vista). Luego volteé para mirar a Gemma, notando que ella ya estaba con sus ojos fijos en mí.

—Habría sido más placentero hacerlo yo misma —admitió voz baja, pero luego sonrió un poco—. Aunque bien, lo hiciste bien.

— ¿Me merezco un premio? —inquirí  con picardía, abrazándola por los hombros en un acto inconsciente.

Ella bufó con una corta risa, clavando su codo en mis costillas para alejarme. Entonces parecía que iba a darme su eterno sermón de "solo te uso para follar", es ahí cuando Peter Drogado con Pan apareció.

¡Y ahora quiero que desaparezca de vuelta! ¡A Nunca Jamás, Peter!

—Adiós —digo cortante, ansioso para que nos deje en paz.

—Cuando me com...

— ¡Escuadrón alfa! —grita Gemma tecleando en su celular y poniéndolo en su mejilla—. ¡Vendedor de droga en la esquina oeste! ¡Asegurado! ¡Prosigan!

Tal y como terminó la frase toda la zona quedó vacía, dejándome anonadado. Apenas pude ver que cerraban una ventana en uno de los moteles.

— ¿Ya te dije que eres genial? —inquirí a Gemma mientras posaba una mano en su cintura.

Ella sonrió con la boca cerrada —No hace falta, ya lo sabía.

Reí y le di un corto beso, que no sé de dónde salió. Luego mi mirada cayó en un edificio de color violeta chillón, desde sus cimientos gritaba que era el pub que estábamos buscando. Me separé de ella y avancé hacia el lugar a paso veloz.

Más le valía a Albus estar allí, porque el idiota resulta ser más difícil de encontrar que una aguja en un pajar.

El olor a tabaco, alcohol y cuerpos sudorosos no tardó en llegar a mis narices, apenas empujé la puerta de entrada. Una chica de cabello oscuro y corto cerró los ojos frunciendo la nariz en cuanto la luz del día se hizo paso, me maldijo en algún idioma extranjero, tal vez era irlandés. Si Gemma no me empujaba desde atrás yo seguiría mirando alrededor con la puerta abierta y ganándome el odio de la chica.

¡Albus! Rompimos el muro.Onde histórias criam vida. Descubra agora