Capítulo X

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Al día siguiente, pasadas las nueve de la mañana, Edrick despertó y notó que su esposa no estaba en la cama, creyó que había bajado a desayunar y se sintió un poco receloso porque no tuvo la molestia de despertarlo. Aunque, si lo pensaba bien, era mejor así, no era bueno que se involucraran mucho, entre más distancia mantuvieran entre ellos, las cosas serían más fáciles y menos tensas.

Se metió al baño, se duchó, se vistió con unas bermudas beige, una guayabera café, zapatillas casuales a tono, se perfumó, tomó sus Ray Ban y decidió bajar a desayunar al restaurante cerca de la alberca, necesitaba un poco de aire natural y fresco. Lucía tremendamente guapísimo y sexi esa mañana, desde que salió del elevador, fue el blanco perfecto de muchas huéspedes del lugar, a quienes dejó desvariando y por supuesto, suspirando.

Llegó y con la mirada, barrió todo el sitio en busca de alguna señal de Sophia, lo que fue en vano, porque no obtuvo resultados. Restándole importancia al asunto, se acomodó en una de las mesas con perfecta vista al exterior, ordenó rápidamente su desayuno, estaba demasiado hambriento, el mesero se retiró y mientras esperaba su orden, revisó los mensajes en su móvil, entre ellos, varios de Shantal, quien, sin ningún ápice de vergüenza, le decía que extrañaba sus momentos íntimos y que ansiaba tenerlo dentro. En otras circunstancias, un mensaje de esos, lo hubiese puesto duro, rígido, caliente, pues era un hombre, apasionado y sexualmente muy activo, sin embargo, en esa ocasión, ignoró los textos y decidió dejar el iPhone de lado para contemplar el lugar, pero, no contaba con la sorpresa que se llevaría, cuando vio a su esposa caminar con un sexi traje de baño de dos piezas, color coral, unas gafas de sol y su largo cabello castaño suelto. Bajó a media nariz sus lentes para apreciarla mejor y sintió que el aire comenzó a ser escaso. Fue recorriendo milímetro a milímetro cada espacio de aquel monumental y escultural cuerpo y tuvo la inmensa necesidad de experimentar, que tan suave era aquella blanca y tersa piel. Estaba demasiado impresionado, deslumbrado e indudablemente embrujado por su genuina belleza.

De verdad que era un martirio tener una mujer así de hermosa y no poder tocarla, acariciarla y besarla, por Dios que sí. A veces, o muchas veces, le daban ganas de olvidarse de ese maldito contrato y hacerle todo lo que unos recién casados deberían hacer, no obstante, ahí erradicaba el problema, su matrimonio no era real y aunque no quisiera, tenía que apegarse al acuerdo al pie de la raya, lo que implicaba, ninguna especie de contacto físico.

Continuó contemplándola libremente y a sus anchas, mientras ella se adentraba de una manera tan sensual a la alberca, para mojar sus bellas piernas blancas, estaba tan ensimismado viéndola, que no se percató del momento exacto, en que el mesero le dejó el desayuno sobre la mesa, lo distinguió hasta instantes después, pero no probó bocado, se encontraba demasiado aturdido y embelesado por la belleza de esa mujer a la que sólo podía tener en sueños.

Lo que sería hacer el amor con ella—pensó, comenzando a calentarse—. Lo que sería tenerla desnuda bajo las sábanas, en esa enorme cama, sin que nada les importara, solo ella y él, recorriendo con besos húmedos toda su piel, su cuerpo, sus pechos, esos pezones que seguro debían ser rosados y que, con sus atenciones, se pondrían erectos, ese centro palpitante que se humedecería única y exclusivamente para él, por todos los santos del cielo, se sentía a morir, el fuego comenzaba a consumirlo de una manera bestial y si no dejaba de pensar en eso, se iba a quemar. ¡Cómo la deseaba! ¡Joder!

Frustrado y contrariado, se levantó de la mesa, dejando toda la comida en el plato, no podía concentrarse en tomar un solo bocado con ella en frente, tuvo que trasladarse al otro restaurante para intentar comer con tranquilidad y sin perturbaciones.

Casi al medio día, Sophia regresó a la suite, solo cubierta con un vestido negro transparente encima del traje de baño y se acercó a saludar al pelinegro, quien estaba aparentemente trabajando en el balcón

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