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Samuel se arregló en su habitación mientras yo hacía lo mismo en mi estudio. Cuando salí, él estaba en la sala revisando su celular mientras bebía uno de los jugos de naranja; vestía un pantalón mostaza, una camisa manga corta a cuadros de color azul y unas vans del mismo color. En cuanto notó mi presencia, tomó las llaves del auto y me invitó a salir primero.

—Estoy nerviosa —murmuré en cuanto arrancamos.

—¿Por qué?

—No lo sé.

—¿Es por...

—Ni lo pienses —le interrumpí, mirándolo—. Creo que es porque nunca les comenté que tenía planes de salir con alguien.

—¿Y es malo que salgas con alguien? —me preguntó al fin, cuando girábamos para coger la autopista.

—Obviamente no, es algo natural.

—¿Entonces? ¿Es porque soy un anciano? —rió.

—No eres un anciano —carcajeé—, para tener 36 estas muy atractivo... y así me gustas.

—¿Te gusto?, ¿cómo el primer día? —asentí—. Soy mayor que tú por 12 años, ¿algo que decir al respecto?

—Pues que eres un asalta cunas —reí.

—O sea que soy un pervertido, gracias por lo que me toca —ambos reímos ante aquella gracia—. A propósito, ¿cuándo cumples años?

—El 20 de julio. ¿Y tú?

—Noviembre 17. Me estoy poniendo viejo —sonrió.

—Pero, como el vino, con el tiempo te pondrás mejor.

—Gracias por las flores.

Sonreí, pero esa curvatura desapareció al saber que habíamos llegado. Me bajé del auto y supe no podría acompañarme. Subí las escaleras con el corazón a mil y abrí la puerta, Robert estaba tratando de vestir a Paul, quien corría en paños menores y no quería ponerse la ropa.

—¡Tía Laila! —corrió el pequeño hacia mí al verme.

—Hola Paul, ¿cómo vas? —lo cargué y noté que Robert me miraba sorprendido.

—¿Dónde estabas? Mi mamá te está buscando y está brava.

—Ya lo sé, tesoro.

—¿Qué Laila ya llegó? —mi hermana irrumpió en la sala envuelta en una toalla.

—Hola... —descargué a Paul en el suelo.

—Creí haberte dicho que te quería en casa de inmediato.

—El chico con el que pasé la noche esta abajo. Quiere... conocerlos.

—¿Qué? ¿Va en serio?

—Eso creo...

—¡¿Qué?! No te muevas, ya regreso.

Mi hermana desapareció y en menos de lo que canta un gallo, volvió vestida con un jean y suéter gris, salió descalza por la puerta principal y yo la seguí de prisa. Samuel estaba fuera del auto jugueteando con sus manos, su cuerpo reflejaba el nerviosismo que yo sentía. Bajé las escaleras tras mi hermana y nos detuvimos en la acera, al verlo frente a nosotros me miró extrañada.

—¿Samuel?

—Sí—rió—, yo creo conocerla.

—Seguro que sí, yo era compañera de Anna en la especialización, salimos juntos algunas veces.

—Karena, ¿no? ¿La psicóloga?

—Sí, —dijo mi hermana—. Creí que seguías saliendo con Anna, hace casi seis años que no se de ella.

Las Pruebas Del Amor (Sin corregir)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora