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Lastimosamente, quien nos recogió fue Jaír, mi conductor, pues Jorge tuvo una emergencia en casa y debió excusarse. Me seguía molestando la presencia tanto de él como de Alfredo, mi vida era verdaderamente relajada con Jorge y con ellos me sentía enclaustrada.

—¿Cómo la pasaste? —preguntó cuándo Jair se llevó su silla.

—Estoy molesta, no mucho, pero sí lo estoy.

—¿Es por lo de Annie?

—No lo pudiste haberlo dicho mejor —murmuré, recostándome en su pecho.

—Tienes que entenderla, es muy sobreprotectora con Anna.

—No —respondí suavemente—, ella actúa como se le da la gana. Ni Francisco ni yo estuvimos de acuerdo con la idea que le metió a Anna en la cabeza, él es el papá de Eva.

—¿De Eva?

—Así se llama la bebé.

—¿Ya abriste la botella?

—No, pero Francisco me lo dijo antes del almuerzo —informé, enderezándome un poco—. El caso es que la bebé es de ellos dos y porque él no sea del agrado de su familia, no pueden pretender cambiar lo que ya está.

—Eso es cierto, pero ahora respóndeme tú...

—Eso es lo que he hecho desde que inicio la conversación —le interrumpí.

—Tonta —rió—. Más bien dime, ¿desde cuando tienes tanta confianza con Francisco?

—No es confianza, solo que es la única persona que conocía allí dentro y con quien me sentía más tranquila —no sabía si lo que acababa de decir era una verdad o una mentira a medias—. La verdad, no me gusta mucho que estés con Anna, sé que solo son amigos, que es tu doctora y que, por suerte, solo la verás cada tres meses, pero me molesta, me hace sentir incómoda; y tu actitud de hoy más la de Annie no es que me haya ayudado mucho a pensar otra cosa.

—Lo lamentó —suspiró—. Siendo franco, supe que me había equivocado cuando mencionaste a Lucile...

—Y aún así le hiciste caso a Annie cuando te dijo que me dejarás ir.

—Perdóname.

—Creo que...

—¿Qué crees? —preguntó tomándome el mentón para que lo mirara.

—No sé, pero siento que las personas creen que lo nuestro no será serio o estable porque soy un recién salida de la pubertad. Quizá tengo una cara muy infantil todavía.

—O yo ya me veo muy viejo —sonrió, besándome la frente—. No prestes atención a lo que tengan que decir, siempre habrá alguien que saque a relucir que eres menor, que soy mayor, que trabajaste en un bar o que tu novio es un parapléjico de por vida —esa última frase me cortó el alma en dos—. Siempre alguien tendrá algo que decir de todo el mundo —lo miré dubitativa, tenía razón, pero no me llenaba—. ¿Sirve si te digo que te quiero demasiado?

—Y mucho —ahí estaba lo que quería escuchar—. También te quiero muchísimo —murmuré, recostándome de nuevo sobre él.

Acarició rostro con su mano, dejándome dormir en su hombro. Después de la terrible semana que habíamos tenido, no estaba mal un poquito de amor y ternura, que seguro nos haría bien a los dos.

Cuando llegamos me despertó para bajarnos del auto, subi los peldaños de la entrada llena de pereza, para ir al lobby del edificio y esperar a Samuel frente al ascensor. Las puertas se abrieron luego de que Samuel pusiera la tarjeta inteligente en el lector; una vez adentro, me sentó en sus piernas y besó mi mejilla.

—¿Me perdonas por lo que dije el lunes?

—¿Eh?

—No importas si caminas o no... Sé que fue muy cruel lo que dije y lo siento mucho.

—No hablemos de eso —me besó de nuevo—. ¿Quieres que ordene algo para cenar hoy?

—Sí. Ya tengo hambre.

—¿Otra vez? —me miró sorprendido.

—Sí. Creo que son los medicamentos que me enviaron —mentí.

—¿Ya los reclamaste del dispensario?

—Sí —mentí de nuevo, poniéndome de pie al escuchar la campanita del piso 30.

—Está bien, ¿qué quieres comer? —preguntó al salir del ascensor.

—¿Puedo pedir lo que yo quiera?

—Siempre puedes pedir lo que quieras —rió abriendo la puerta—. Tú solo pide y tus deseos serán ordenes —insistió picaron.

—¿Podrías pedir una caja de pizza hawaiana con masa gruesa?

—¿Mediana?

—No —me miró sorprendido—, grande. Tengo mucha hambre.

—Entendido.

Entramos al departamento en medio de risas. Mientras él llamaba, yo me senté en uno de los sillones de la sala para quitarme las sandalias, me estaban tallando demasiado.

—Listo —dijo Samuel entrando en la sala—. Demora entre 30 y 45 minutos en llegar el pedido. Además pedí una pequeña de pepperoni para mí y que a la tuya le echarán extra piña.

—Excelente elección —reí.

Samuel se quitó au blazer frente a mí de una manera poco discreta. ¿Qué pretendía con eso? Seguramente alguien quería jugar... y yo también.

—¿Tienes... trabajo que hacer? —pregunté antes de morderme el labio.

—No mucho —se llevó la mano tras la nuca, sin dejar de mirarme.

—Ah —suspiré fingida—. Entiendo.

—¿Por? —enarqué mi ceja, deslizando mi lengua bajo los dientes.— ¿Quieres hacer algo?

—Sí —contesté en un susurró.

—¿Ah si?

—Ajá —musité subiendo mis piernas en el sillón.

—¿Y qué es eso que quieres hacer? —preguntó, acercándose.

—¡Ver una película! —grité poniéndome de pie sobre sillon.

—¡Laila! —rió, haciéndose a mi lado.— Buen chiste.

—Lo sé —me carcajeé—. Pero en serio quiero ver una peli contigo —agregué sería, a la vez que intentaba sentarme.

—Cuidado te caes —sostuvo el brazo del pequeño sofá al ver que perdí el equilibrio.

—Perdón —sonreí avergonzada—. ¿Veremos la peli?

—Está bien, veremos una película —contestó.



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Por aquí ando desde las 8 de la mañana y me acosté a las 4 am, tengo hambre y salgo a las 8 pm. Aprovechen este cap mientras salgo a comer 🙈 Los quiero y sorry por la demora.

Las Pruebas Del Amor (Sin corregir)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora