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Entré a la oficina, encontrando a Samuel tratando de recoger lo que estaba en el suelo, me acerqué con cautela, acunclillandome para ayudarlo sin dejar de mirar su rostro. Evidentemente estaba acongojado.

—Deja, yo lo recojo —dije tomando su mano.

—Perdón —murmuró, enderezándose en su silla—. Siempre que Miguel está cerca, tú te ves afectada.

—¿Estás bien? —pregunté arrumando los papeles en un solo paquete.

—No, no lo estoy —la molestia se reflejó en el tono de su voz.

—No quiero que vuelva a entrar a esta casa —advertí, tomando el teléfono—. Es un abusivo y por más anciano que sea, déjame decirte que no es de mi agrado ni tiene mi respeto —agregué al ponerme de pie.

—Tranquila, no volverá a tomar el ascensor hasta este piso, de eso puedes estar segura.

—Bien —me apoyé en su escritorio, pensando en cómo le preguntaría sobre lo que Miguel me había dicho—. ¿T-tienes problemas con el trabajo?

—Un poco, nada que no pueda solucionar.

—¿Son... son graves?

—Un poco, pero nada de que preocuparse.

—¿Qué tan graves?

—Ya te dije que solo un poco. Tú tranquila, yo me encargo —insistió, abriendo su laptop—. Maldito borracho, ahora tendré que cambiar de MacBook.

—¿Cómo... fue que todo terminó en el piso?

—Vio que tomé el teléfono para llamar a Diego y mandó todo a la mierda —respondió, sacando su celular de su pantalón—. Voy a llamar a Apple.

—Esto, pues te dejo entonces para que termines lo que tengas que...

—Ahora no puedo hacer nada —interrumpió mirándome—. Cuéntame cómo te fue con Santiago.

—Nos fue muy bien —contesté con una sonrisa—. Conseguimos un lugar y de hecho queda frente a tu ministerio.

—¿En serio? —aquello lo había tomado por sorpresa.

—Sí. En un edificio colonial de color rosado con acabados blancos.

—Sé cuál es, el que está en diagonal a la casa presidencial.

—Ese mismo —reí—. Además, Santiago me dejó en un BabyPlace y compré algunas cosas para Anna. ¿Quieres verlas?

—S-seguro —tartamudeó.

Salí de allí en busca de los paquetes que me habían dado en la tienda, no eran muy pesados y esperaba que fueran del agrado de Samuel. Los puse en la mesa de la sala de la oficina y me senté mientras él se acercaba para ayudarme a sacarlos de las bolsas.

Primero tomó la mecedora eléctrica, sonrió al ver la descripción de la caja antes de decirme que le parecía un producto innovador. El monitor le pareció un excelente regalo adicional, al punto de decir que sería una buena idea comprar las baterías recargables para ambas pantallas.

—Lo compré con la tarjeta que me dejaste cuando te fuiste —dije, guardando la mecedora en su caja—. Mi celular está descargado así que no lleve efectivo ni bolso, y la tarjeta cabía perfectamente en mi jean, así que... —me encogí de hombros, sintiéndome avergonzada.—Espero no te moleste.

—Claro que no. El dinero qué hay ahí es para gastarlo en lo que creas necesario, no solo fue un seguro.

—Bueno, no lo necesito —murmuré incómoda—. Trabajo para gastar mi propio dinero y estoy bien. De hecho, Santiago me pidió que abriera una cuenta para el depositar los fondos del proyecto.

—Claro, tienes razón —su voz dejó un desdén de sorpresa, mientras guardaba los monitores en au respectivo empaque—. Solo úsalo si alguna vez necesitas algo de imprevisto, además fui yo quien te pidió hacer la compra, así que está bien.

—Vale, lo tendré en cuenta.

—De igual forma ya te había dicho que abrieras una cuenta y sacarás una tarjeta —agregó en medio de risas—. Como sea, solo hazlo.

—Claro que lo haré. Mañana iré a eso y de paso compraré algunas bolsas de regalo para empacar esto.

—Me parece bien —contestó metiendo la cajita en la bolsa más pequeña—. Oye —levanté la cabeza para verlo—, ¿estas medias para quién son?

Miré a Samuel llena de pánico y no se me ocurrió mejor cosa que decirle que mi hermana siempre había querido unas en ese tono cuando había estado embarazada de Paul, pero que nunca las habíamos encontrado y por eso tomé la decisión de comprarlas. Él pareció satisfecho con esa explicación, alegando que el verde no era un tono llamativo para una niña.

Reí saliendo de allí un tanto agobiada. Con suerte, los días para conocer la verdad ya comenzaban a hacerse más pocos. Llamé a Ramiro por última vez después de ordenar una pizza hawaiana con demasiada piña, milagrosamente él contestó y accedió entrar al proyecto. El grupo estaba completo.

Lastimosamente, aunque creí que las cosas entre nosotros ya no estaban tan turbias, me di cuenta que estaba equivocada. Samuel me sorprendió informándome que se cambiaría de habitación y no pude tomar la noticia como la destrucción de mi universo.

—¿Es por lo que te dije que noche? —pregunté sentándome en la cama.

—No solo es eso, Laila —respondió sacando una de sus pijamas del armario—. No me estoy sintiendo bien cerca de ti.

—¿El problema soy yo? —sentí eso como un golpe bajo.

—No estoy diciendo eso.

—¡¿Entonces?! —había entrado en el límite de mis emociones.

—Laila, cálmate —susurró acercándose—. No eres tú, soy yo. No me siento bien si estoy cerca de ti. Duerme y trata de descansar, un poco de espacio no nos hará daño.

No eres tú, soy yo —remedé sus palabras cargada de sarcasmo—. ¿Vas a terminar conmigo o ya lo estás haciendo? Es eso, ¿verdad? —¿qué se suponía que hiciera con mi bebé si él no estaba? No podía decírselo, de seguro pensaría que lo decía para atarlo.

—¿Qué? —abrió los ojos como platos.— Nadie dijo eso. Solo me cambiaré de habitación, nada má...

—Quédate aquí —interrumpí, poniéndome de pie—. A fin de cuentas es tu cama, tu habitación, tu casa.

—No, no, no. Tú estás enfe... —comenzó a decir.

—Samuel —suspiré—, las camas de huéspedes son más altas que está, ademas el baño está aquí y yo casi que soy la intrusa.

—Vas a dormir acá y no se discute más.

—No, ya dije —reproché saliendo—. Dormiré en la habitación que está junto a la de nana.

—Laila, no...

—El que está en silla de ruedas eres tú, no yo —exploté—. Te quedas en tu habitación y se acabó.

—No necesitas recordármelo.

—Lo sé y lo siento, pero esa es la verdad.

Las Pruebas Del Amor (Sin corregir)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora