...y Buenas Noches

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Cuando cree que definitivamente sus pies le van a fallar, abandonándolo a su suerte, se sorprende al encontrarse segundos más tarde con un asiento a sus espaldas, dispuesto de tal modo que su llegada parece algo planeado de antemano. Es consciente de que por mucho que pase el tiempo, por mucho que avancen los días y todos los viajes que haga junto al demonio, siempre será incapaz de mantener la compostura durante su paso del punto A hacia el punto B. Mientras la habitación da vueltas en un mareante vals que intenta contener en las entrañas, lo único que siente como real es el agarre firme de Frank, quien lo ayuda a sentarse para que no pierda la consciencia, sin necesidad de pedirlo. Al principio sólo distingue luces, sombras de colores que se sobreponen unas a otras, que bailan unidas hasta que la música cesa y comienzan a disiparse, ocupando cada una su puesto correspondiente en la imagen. Apenas hay sonidos, pero hasta el más leve murmullo parece evocarse en un gigantesco eco que se pronuncia cual susurro a su alrededor; un sutil aire de calma se articula en sus huesos, rozando sin llegar a sobrepasar la línea con lo inquietante. Cuando sus pupilas dejan de girar sobre sí mismas, logrando posarse en un punto fijo, poco a poco se forman ante ellas la figura de lo que parece un gigantesco órgano, construido sobre madera oscura y de brillantes tubos metálicos, dorados, cuyo sonido, aunque ahora mudo pero persistente en los muros, resulta imponente. Se encuentra presidido por una gigantesca y sobria cruz, resaltada por un telón rojizo colocado a sus espaldas, en la pared de la bóveda. En los tubos se reflejan pequeños destellos coloridos, tenues y discretos, provenientes de las gigantescas vidrieras abiertas esporádicamente en ambos muros. Su mirada desciende entonces hacia el asiento, notando con la palma de las manos la superficie pulida de un banco de madera, colocado en segunda línea, justo delante del instrumento. Tanto el mareo como la imagen hacen que sus palabras salgan con breves tartamudeos:

― ¿Dónde... dónde estamos?

―En una iglesia ―sonríe el demonio sin despegar la mirada del distante techo que se alza a numerosos metros sobre sus cabezas, como si tratara de analizar o distinguir algo en concreto.

Gerard, aun con la cabeza girando, no puede evitar poner los ojos en blanco: ― ¿Podrías ser algo más concreto?

―Iglesia Presbiteriana Emmanuel de Los Ángeles, California. U-S-A. ―recita Frank como lo haría cualquiera con en la pregunta de un examen oral―. ¿Es lo suficientemente concreto para usted, señor Way? ¿O tal vez necesite las coordenadas?

Frank puede ver a través del rabillo del ojo cómo el otro se le queda mirando con la boca ligeramente entreabierta, todavía luchando por mantener la cabeza quieta. No sabe si anonadado por el viaje o por la broma. Puede que ambos. Pero eso no es motivo para que él despegue la vista de todos aquellos detalles que tantas veces ha memorizado a lo largo de los años. Ha empezado a familiarizarse con las grietas y las imperfecciones de paredes y techos, las esquinas carcomidas, mordidas por las ratas. A alguna, incluso, ya le ha puesto nombre.

― ¿Este es tu sitio favorito? ¿Una iglesia... en Los Ángeles?

― ¿Qué puedo decir? Adoro la ironía ―sonríe abiertamente, guardando la carcajada de un chiste con el que ha reído en soledad numerosas veces.

―Creía que a los demonios se os quemaba la piel, o algo parecido, cuando entrabais en iglesias. ¿No tienes miedo de que te rocíen con agua bendita?

El aludido, por el contrario, suelta una sonora risotada que retumba cual pelota entre los muros de piedra, sobresaltando al chico. Con un rápido vistazo hacia atrás se da cuenta de que, para su fortuna, están completamente solos en la procesión de bancos que se extienden ante el órgano. Al menos por el momento.

―He de admitir que me encantan vuestras historietas. Los humanos sois realmente originales... ―Entonces aspira una bocanada de aire, tratando de parecer más dicharachero de lo que en realidad se siente por dentro―. Para mí este edificio no se diferencia de una escuela o un supermercado, aunque para una parte de vosotros sea la explicación de toda vuestra existencia. Decís que es la casa de Dios, y por suerte con él no hay que pedir permiso para entrar...

Tres Hurras por la Dulce VenganzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora