Interludio

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"Come, angels of the unknown."



Pasillos de iglesias que se transforman en laberintos, madrigueras y escondrijos. Siempre dependiendo de a quién pertenezca el punto de vista desde el que se mire. Los muros parecen ocultar profundos secretos o gritarlos en forma de ecos, encubriendo huellas o exponiendo sin reparo el camino. Se inicia una persecución silenciosa de la que ya se sabe el final, aquel que por mucho que se quiera evitar o negar, es y siempre fue el destinado. Ventanales que impiden el paso del tiempo; siluetas que miran curiosas, sin mantener la atención en asuntos ajenos durante más segundos de los necesarios. Les gustaría entender esa pequeña porción de mundo, esa historia que se cruza ante sus ojos como en un suspiro, en forma de sombra, con cierta violencia quizá. Compartiendo palabras vanas que en realidad no significan nada.

"Lo siento."

"Disculpe."

Mas esas mismas siluetas que adornan los pasillos, al ser conscientes de que necesitarán volcar algún esfuerzo añadido para averiguarlo, deciden desistir en el intento, adjuntando el suceso en el fondo de sus cabezas junto con otros detalles que jamás recordarán. A nadie le interesan las historias de amor, sangre y venganza. Hay demasiadas para leerlas todas. Los ángeles de piedra parecen ser los únicos que siguen la escena con sus ojos inertes, curiosos, inquietos. Precavidos. Espiando y atesorando cada palabra que es pronunciada, compartiéndola con el resto para poder juntar cada pieza del puzle. Una historia que se cuenta entre suspiros, que los mantiene a todos en vilo.

"¡Soy un idiota!"

"He sido un idiota."

El bisbiseo taciturno de las estancias pronto se transforma en una sutil pero familiar melodía; una canción que se pronuncia a ritmo del murmullo inexistente de la sangre bombeada, del palpitar muerto del corazón. De los pasos ligeros, los pensamientos que ciegan la vista y guían la mente. Una melodía hecha para tararear en la cabeza.

"¿Qué puedo decir? ¿Qué voy hacer ahora si no puedo ni mirarle a la cara?"

"¿Qué voy a decir cuando lo encuentre? ¿Qué debería contarle?"

Y aun así, a pesar de las dudas y los nervios, los pies siguen avanzando por su cuenta, movidos por un impulso más animal que aquel que dirige la cordura. El instinto de supervivencia, un sexto sentido, quizá. Quién sabe. Algo les impide detenerse a recapacitar los motivos. ¿Por qué? Tal vez esos deseos sean opuestos, puede que sus acciones se contradigan. Tal vez el huir sea signo de querer ser encontrado. El permanecer callado símbolo de querer confesar.

"Ojalá no me encuentre en toda una vida."

"Ojalá no tenga que confesar hasta mi muerte."

Los pasillos cada vez son más anchos. Las escaleras se convierten en agujas de reloj, los peldaños son los segundos en los que las manecillas avanzan en su contra. Los colores de las vidrieras de pronto se tornan focos de luz, indicando el camino con un rastro distante que todavía queda impregnado en el aire. Azul para el lugar equivocado, rojo para el paseo de ladrillos amarillos. El parqué parece grabar huellas invisibles de pisadas únicamente ostensibles para aquellos que miren con la voluntad necesaria. Ojos curiosos. Pupilas tal vez irreales, impasibles. Para los otros, invisibles. Sólo existe el camino de luces y las pisadas en el entarimado de madera.

Es la misma historia que siempre se repite. Cuando uno vive lo suficiente, aprende a distinguir patrones.

"¿Pero quiero que se repita?"

Tres Hurras por la Dulce VenganzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora