...el Veneno (II)

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Bert es el único que entra con decisión al interior del despacho, directo como ya es costumbre hacia el bar colocado en la esquina, depositando su vaso a medio terminar para llenarse uno nuevo. Dana se queda cerca de la puerta, reticente, mientras que Gerard camina con paso precavido y la mirada centrada en cada pequeño detalle, paseándose en algo similar a un campo de minas del que ha olvidado el camino seguro. Para nada se esperaría todo este teatrillo y melodrama confeccionado por la mano de Bert. O tal vez sí, tal vez sea esa su marca. A estas alturas ya ni lo sabe. Lo que le sorprende en realidad, es encontrar la habitación tal y como la dejó la última vez que decidió hablar con McCracken, lo cual se podría considerar como una clara pista de que la sala en cuestión sólo es utilizada para dar la apariencia engañosa de lo poderosa que es la presencia de los Usados en la ciudad. Los mismos cuadros de estampas desfiguradas siguen colgando en las mismas paredes, los mismos muebles se encuentran en su eterna posición, en el mismo estado. Quizá con una capa de polvo ligeramente más gruesa, eso es todo. Casi se atrevería a decir que todos los papeles, extrañamente ordenados sobre el escritorio, son exactamente los mismos de hace dos años. Comparado con la oficina de Bob, el lugar parece un auténtico santuario, un templo inalterable del crimen organizado. Lo cual lo convierte en una estancia aún más sospechosa; tal y como demostró el bueno de Bob, resulta imposible mantener impecable algo que se utiliza constantemente.

―Gracias Dana, puedes irte ―suelta de pronto el anfitrión, de espaldas a la chica.

Ésta parece sobresaltada por un instante, perdida como estaba en sus propios pensamientos, contagiándose de la tensión que se respira. No es la primera vez que presencia las charlas de Bert con sus múltiples invitados, y en cualquier otra de esas situaciones no le temblaría ni una pestaña. Pero tal y como demuestra su mirada ligeramente socorrida, tal vez compasiva, que envía a Gerard como un rayo sobre la tierra, esta es una ocasión especial. Algo parecido al miedo por lo que no puede ser predicho le hace pensar que lo mejor es permanecer callada, apartar todas sus ideas, y regresar por donde ha venido, dejando a Gerard a su suerte. No es momento para cambiar las cosas, y en todo caso no sería ella quien lo decidiera. En cierto modo lo agradece, aunque una parte de ella deseara quedarse, no sabe por qué motivo. Tal y como demuestra el pelinegro con un simple gesto con la cabeza, todos esos sentimientos son mutuos.

― ¿Bourbon? ―inquiere de pronto Bert una vez que la puerta vuelve a estar cerrada, con el tono nuevamente animado―. ¿Hudson Baby? Qué demonios, es una ocasión especial. Un Pappy Van Winkle ―recita para sí mismo, sacando del interior del bar una botella de whiskey de aspecto añejo, a la cual tiene que aplicar cierta fuerza para desencajar el tapón.

―Espero que tenga los mismos años que yo.

―No exactamente, pero por poco. 23.

Gerard arquea una ceja de forma instantánea; si mal no recuerda, esas botellas solían costar lo que un riñón en el mercado negro. Aunque viniendo de Bert, no le sorprende en absoluto.

―Seguro que es una imitación barata ―tantea con malicia, aparentando recelo.

Sabe mejor que nadie lo importante que es para Bert su colección de licores, sin duda una de sus mayores aficiones y orgullos; mayor incluso que todo su pequeño imperio del mal, por mucho que trate de hacer creer a los demás de lo contrario. Probablemente todos sus trapicheos no sean más que una tapadera para poder costearse los licores más caros del mundo. Por eso no se sorprende cuando, con una mirada desafiante y poco apaciguada, le tiende la botella con firmeza. Gerard abandona su tarea de investigar la habitación para recogerla con cuidado de no derramar ni una gota sobre la moqueta. El despacho carece de una fuente de luz clara, por lo que se ve obligado a acercase hasta una de las dos ventanas de cristales tintados por colores cálidos, abriéndola de par en par para dejar que la luz del día alumbre con claridad la botella. Entrecierra los ojos con fuerza, molesto por el cambio repentino de intensidad.

Tres Hurras por la Dulce VenganzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora