10. Prueba acreditada

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Mis labios volvieron a tintinear con fuerza bajo aquella misma corteza de árbol que me había sobreprotegido de las fuertes, finas y encimosas gotas de lluvia que no habían parado de saludarme desde el momento en que Bryant me había dejado al recibo del abrazo de la medianoche de aquel día.

No sabía siquiera cuanto tiempo había pasado ahora que lo pensaba... pero estaba segura que más de tres días había visto pasar tras mis ojos grisáceos.

¿A qué fecha estaríamos?

Eso era lo que me preguntaba mentalmente en los momentos más indecisos y confusos de aquella larga espera, aquella para que la tormenta concluyera a lo más próximo que fuera un nuevo amanecer.

Pero claro, la vergüenza del saber que el transitar del Sol y la Luna nunca podría cesarse o que simplemente las nubes negras seguían avanzando a cada segundo, me hacia consiente que no había estado al intemperie tan solo un par de días. ¿Una semana? ¿Tal vez dos? No lo veía certero, pero eso podría ser lo más probable.

Mi estomago gruñó tras el pensamiento del tiempo perdido y por debajo de aquella demanda ya existente desde el segundo día de mi estancia incondicional y deseada, cerré los ojos con pesar... discerniendo el hecho que esta vez no aceptaría, seguramente, ni una sola gota de agua para calmarse.

—Ya lo sé —Bufe perdiendo la cordura y delicadeza que deseaba mantener intacta—. Sé que me estoy muriendo de hambre... no tienes que repetírmelo.

Relajé mi cabeza al momento en que la recargaba en la mojada corteza de madera e intentando pensar en cualquier otra cosa para entrar en meditación, el gruñido de mis propios intestinos volvieron a llamarme, esta vez con mayor fuerza, para que atendiera aquel llamado que yacía incordiando mi tranquilidad con tal frecuencia... que podría jurar parecía sonreír con malicia a cada minuto. Quizá al tanto de que reposaba como forastera en tal zona esmeralda y poseía a la idea, de que el egoísmo de aquel lugar proveyera cualquier cosa que no fuera, únicamente, el líquido cristalino que caía con fuerza desde las nubes negras de la noche y el día.

—Cálmate, cálmate —Me sancioné a mi misma con mis palabras inanes y poco sutiles—. Piensa en cosas bonitas... piensa en alguna cosa bonita.

¿En qué cosas podría pensar?

Aquella fue la pregunta que prevaleció en mi mente mientras algunas muecas de congoja se avecinaban tras mis labios casi pálidos y afligidos por el presente estado de mi cuerpo.

Podía hasta sentir la pérdida de grasa, me sentía tan delgada y casi al extremo en que deploraba el hueso de la cintura comenzarse a encajar cuando me situaba en una mala posición. Percibía el hueso de mi muñeca apegada a la piel y me sentía mareada, inestable. Al punto de desfallecerme de nuevo, puesto a que hacía dos días o menos, había dejado de funcionar temporalmente y poseído la visión negra y borrosa que me había dejado inconsciente algún par de horas.

Trague saliva en cuanto pude deshacerme del mal pensamiento de mi salud y me arqueeé desesperada en cuanto mi madre reemplazaba a mi sufrimiento.

¿Cómo estaría ella? ¿Estaría comiendo bien?

Yo había sido siempre quien hacia el desayuno y la comida. ¿Estaría apañándoselas sola o estaba esperando a mi regreso... castigándose con la ansiedad de hambre que yo sentía, muy a mi pesar, en estos momentos de soledad con la lluvia? Implore clemencia a mi mente e intentando buscar algún punto positivo hacia la mujer que me había concebido, el silencio me hizo recordar que posiblemente... nunca mas volvería a verla.

¿Nunca más?

Me quedé mirando el riachuelo que corría a un lado de mi y sin poder evitarlo, mis labios se arquearon hacia el antónimo de una sonrisa, para que un quejido se ahogara entre mis labios y el hipoteo de las lágrimas, quedando entonces a la deriva... entre el sonido del aguacero apaciguarse por las hojas y el césped.

Era vampiricaWaar verhalen tot leven komen. Ontdek het nu