40. ¿Un ser amado?

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Escuché a Bryant subir mis maletas en la cajuela. Yo yacía sentada en el asiento, callada. Perdida entre lo que estaba pasando y lo que en realidad había sucedido.

Cuando el pelirrojo había proclamado su disgusto a mi persona y había llamado a Bryant para que tomase mis cosas que postraban a un lado de su cama, había hecho ese gesto que me había tocado en lo más profundo de mi alma. Liam, en un sutil descuido, había exhibido aquel gesto de tristeza que yo ya había visto solo una vez en un sueño… en el último de ellos.

Y es que Liam no me miró después de aquello. Sin acompañarme a la salida y soltando un gran suspiró quebrado, las pesadas puertas de madera blanca se cerraron frente a mí y el camino de las escaleras al coche me pareció aún más largo de lo que en realidad era.

Estaba en shock.

No pude contestar siquiera las preguntas que Karen me había hecho al encontrarme con su amo y mis maletas en la mano, ya que el mismísimo Bryant no le había permitido acercarse a mí. Todo era tan extraño. ¿Qué estaba pasando?

—¿Es todo? —Mi cuerpo vibró al escucharle. Bryant había entrado al auto y se había acomodado el cinto—. ¿Qué esperas? Ponte el cinturón de seguridad

No se dijo nada más. El motor se encendió tras acatar órdenes y después de aquello, todo fue historia. Bryant condujo por horas en silencio, concentrado en la carretera. Yo, por otro lado, todo ese tiempo repetí la escena en mi mente una y otra vez. Aunque era difícil de aceptar, Liam me había expulsado. No me quería más ahí.

Me sonreí entonces al espejo. ¿Eso era algo bueno o no?

Miré el paisaje de los árboles pasar a mi costado con velocidad; a la grande luna resplandeciendo y alumbrando el camino. ¿Esto era una buena señal? Siempre que me pasaba algo horrible, el mundo se las apañaba para llorar por mí. Usualmente caían gotas saladas del cielo y truenos y relámpagos lo alumbraban todo cuando me sentía morir. ¿Sería entonces que el silencio reiteraba mi increíble fortuna? Hoy, en esta noche, los grillos cantaban afuera y en todos lados.

¿En serio me estaba pasando esto? ¿En serio me estaban dejando… libre? Volví a mirar mi reflejo cansado que se reflejaba en el vidrio. ¿Esa era yo? Ojos derrotados, cabello deshecho, espíritu roto.   

Miré extenuada mis resecas manos, en donde la carta que antes Bryant me había dado, se postraba débilmente en mi piel descolorida. ¿Debería leerla ahora? Parpadeé un poco antes de mirar por el rabillo del ojo a aquel chico de cabello negro que no me miraba.

—Puedes hacerlo —le escuché decir en un sonido sordo.

Tragué la poca saliva que tenía en mi boca y tratando de despegar mis deshidratados labios para agradecerle el hecho, volví a quedarme callada. Había deducido hace poco, que por como miraba el trayecto de regreso a Bloody Town y su mal gesto en su rostro; mi hermanastro estaba realmente molesto por algo.

Una débil lágrima se derrumbó de mis ojos al terminar de leer. Mi madre había plasmado en aquella carta sus inquietudes, sus anhelos e incluso su dolor al perderme. En aquel pedazo de papel arrugado Charlotte mencionaba que se encontraba bien, que no tenía que preocuparme por el accidente y aclaraba sus más ansiados deseos. Esas zozobras que tenía por ver mi sonrisa y saber que estaba en un buen estado.

Mordí mis labios al ver partes del papiro con tinta borrosa. Mi madre había llorado. ¿Quién diría que no iba a poder transcribir una respuesta? Bryant tal vez estaba enojado por eso. No iba a poder ver a su madre humana de nuevo. Tragué saliva con cierta culpa pero entendiendo lo que estaba sucediendo, miré hacia al frente. La orden de Liam estaba por romperse. Esa advertencia cual mencionaba que nunca podría regresar a mi lugar de origen, iba a desvanecerse. Justo ahora, los pinos estaban quedándose atrás y entrabamos a aquellos lugares llenos de troncos caídos y vegetación escasa por la explotación humana del siglo veintiuno.

Era vampiricaWhere stories live. Discover now