11. Mírame a los ojos

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La lluvia seguía empapando mi cabello con fuerza. Los relámpagos relucieron una vez más en el cielo nocturno, con excepción de que en esos momentos, únicamente para mí, era un sonido sordo y medio vacio que pareció no querer entrar en mi sentido auditivo. Solo aquellos ojos grises del cual era propietaria se mantuvieron consientes, abiertos, mostrando aquel color sombrío que retomaba vida al observar tal fino cabello oscurecido por las gotas de agua sobre el.

El dolor en mi tobillo parecía hasta haberse paralizado al igual que mí mirada, puesto a que aquella silueta frente a mi persona, era el dueño de mi miserable y humana vida.

—Levántate del suelo —Dominó aquella voz gruesa y seguramente molesta.

Podría garantizar que mi cerebro pedía a gritos, a que mis músculos le escucharan. La rebelde, sublevada e indócil reacción que mi cuerpo tuvo a su comandante fue aquello que me hizo mirar hacia adelante, intentando que discerniera la posible huelga que mis huesos hacían con las suplicas de mi sistema nervioso.

Aparentaba seguramente, la semejanza a ser un objeto gastado, sucio, débil y apunto del quiebre.

Mis pulmones no podían residir a mantenerse quietos. Se agitaban a un ritmo alterado, casi exagerado, que con el sonido de mis jadeos de dolor, hacía de mi estadía en el lodo húmedo, aun mas difícil de lo esperado, pues aun persistía mi mirada alzada, intentando perdurar aquel contacto visual que solicitaba una súplica desesperada.

—¿Qué no me has oído? Que te levantes del suelo.

Mis cinco sentidos trabajaron con aquella voz al instante. El percibir el perfume del césped mojado, el escuchar aquel bufido de fastidio y observar su rostro ceñirse. Probar la sequedad de mi boca en ese entonces, palmear las gotas que a velocidad inhumana se lanzaban contra mi ropa mojada... pero más que todo, el dolor de mi tobillo aumentarse.

—¿Y quién? —Se hizo una pausa, mientras que mis quejidos se amplificaban—. ¿Quién te ha dado permiso a que miraras?

¿Por qué era que Liam Dagon era el responsable de que mi congoja incrementara con creces entre la tormenta?

Su pie, que había caminado hacia mi, había aplastado aquella zona que exactamente en esos momentos me hacia gritar con las pocas palabras que aun podrían quedar en mi garganta. Su rostro, que aunque deseaba no mirar, permaneció aquel gesto definido como una diversión infinita, plasmada sobre sus labios pálidos pero carentes de una vida propia.

—¿A si que quieres dormir? —Sonrió ante el silencio porque sabía que no le respondería—. Entonces te romperé el tobillo y te quedaras aquí otra semana.

Abrí mis ojos en cuanto oía aquella conclusión injusta pero meramente macabra.

¿Entonces si había estado una semana completa en aquel bosque, no?

El deseo que en mi se engendraba para que la tortura no volviera a repetirse, produjo que mi cuerpo temblara ante la impotencia de obligar al dolor a pasarse a segundo plano.

Así entonces llegando al hecho, de que mis manos tomaron vida propia y terminaron haciendo un esfuerzo sobre humano. Palmeando el lodo que al contacto, me succiono como cuando me había visto múltiples veces victima de la ignorancia pero inocencia en algunas veredas o engañosas y ocultas depresiones que tenía el césped de mi hogar.

Y como recordaba, esta vez el grito que pegué fue más fuerte que aquella vez en mi niñez adolorida.

El regreso al suelo empapado salpico en mi rostro y el lodo pareció fusionarse con mi piel y cabello, dejando a este último algo duro pero mojado, finalizando a que mi apariencia fuera patética y al extremo de llegar a mostrarme lastimosa.

Era vampiricaWhere stories live. Discover now