Epílogo

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Ayna miró el reloj de su mesilla de noche. En menos de un minuto darían las doce de la noche. En el piso no se escuchaba ni una alma. La calma de la oscuridad era solo disturbada por las pequeñas gotas de agua que impactaban sobre la ventana de cristal que daba a la calle.

En dar las doce Ayna salió de la cama sin hacer el más leve ruido. Cambió su camisón por unos tejanos y una camisa y se escabulló por la puerta de su habitación. En el sofá del comedor dormían su primo André y en el sillón su tía Margarita, quienes habían llegado la noche anterior para el entierro. Su tía le había mencionado la posibilidad de irse a vivir con ella a Texas, ya que no le quedaba familia en Nueva York. Ayna le había decido que se lo pensaría, para no llevar más allá el tema de conversación pero no tenía ni la más mínima intención de dejar atrás su vida en la ciudad.

Recogió con cuidado sus botas del zapatero y salió sigilosamente de la casa después de coger un paraguas. En el descansillo de las escaleras de la primera planta se puso los zapatos y se dispuso a salir por la puerta de la calle.

Fuera hacía frío, pero no más del habitual. Llovía perezosamente y la calle iluminada por los faros y los rótulos de neón parecía desierta. Ayna se dirigió hacia el metro y bajo en la estación de Central Park. Llegó hasta la entrada y se paró. Miró a su alrededor. Nadie. Vacío. Poco a poco se acercó a la puerta y entró en el parque. Una vez dentro se paro y cerró los ojos. Sin abrirlos miró al cielo, tirando hacia atrás el paraguas, junto con su cabeza y dejó que las gotas de lluvia mojaran su nariz, sus pestañas, sus labios, su frente.

-Supuse que te encontraría aquí -dijo una voz delante suyo.

Ayna enderezó de nuevo la cabeza y abrió los ojos. Un hombre sin paraguas, con una larga gabardina la observaba unos metros por delante de ella. Con la ayuda de un bastón de madera tallada la figura se aproximó a ella.

-¿En qué puedo ayudarla, señorita Gray?

Ayna sacó su bloc de notas de la chaqueta y escribió.

-Creó que lo sabes bien -escribió -Mi madre ya no está. El contrato estaba firmado sobre la enfermedad de mi madre. Quiero que me devuelvas lo que me pertenece.

El hombre la miró fijamente sin decir una sola palabra. Al cabo de un largo silencio incomodo se inclino y una sonrisa incómoda se dibujó en su rostro. Ayna vio como un pequeño hilo de humo se levantaba de su bloc de notas, que comenzó a arder rápidamente en sus manos. Ayna lo soltó antes de quemarse y miró delante suyo. El hombre había desaparecido. Ayna salió del parque a paso rápido y sin querer se topo de frente con una pareja que salía en aquel mismo momento de la boca del metro.

-Lo siento -se disculpó Ayna con un hilo de voz.

-No se preocupe -dijo la mujer. Y siguió andando.


FIN


A Través de la MúsicaWhere stories live. Discover now