Capitulo 22.

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—¿Y era eso lo que tú sentías por el viejo Monty?

—Amor verdadero, no. Nací sin el cromosoma del amor. Pero sí una amistad verdadera. ¿Te puedes poner del otro lado?

¿Y quedar de cara a la pared? De ninguna manera.

—Tengo la cadera tocada. —Dobló la rodilla—. ¿Y todas esas cosas que le decías a Monty sobre la confianza y el abandono eran tonterías?

—Mira, Dr. Phil, estoy tratando de concentrarme.

—No, no eran tonterías, entonces. —Ella seguía sin mirarlo—. Yo me he enamorado media docena de veces. Todas antes de cumplir los dieciséis, pero bueno...

—Seguro que ha habido alguien desde entonces.

—Bueno, de hecho no.

Era algo que volvía loca a Annabelle.

Decía que incluso su marido, Heath, un tío duro donde los haya, se había enamorado una vez antes de conocerla.

Castora extendió la mano.

—¿Por qué echar raíces cuando el mundo está a tus pies, no?

—Me está dando un calambre —dijo él—. ¿Te importa que me estire?

No esperó respuesta, pasó las piernas por encima del borde de la cama.

Se tomó su tiempo para ponerse de pie, luego se estiró un poco, contrayendo el abdomen, lo que hizo caer los vaqueros lo suficiente para revelar la parte superior de sus boxers grises de Zona de Anotación.

Castora se obligó a mantener la vista en el bloc.

Tal vez había cometido un error táctico mencionando a Monty, pero no podía comprender que alguien con la fuerza de carácter de Castora se pudiera sentir atraída por semejante imbécil.

Colocó las manos en las caderas, apartando a propósito la camisa para poder exhibir sus pectorales. Comenzaba a sentirse como un stripper, pero al final ella levantó la vista.

Los vaqueros se bajaron un par de centímetros más y el bloc se le cayó al suelo.

Ella se agachó para recogerlo y se golpeó la barbilla ruidosamente con el brazo de la silla. E

staba claro que ella necesitaba algo más de tiempo para hacerse a la idea de dejarlo explorar sus partes de castora.

—Voy a darme una ducha rápida —dijo él—. Para quitarme el polvo del camino.

Blue Bailey depositó el bloc en el regazo con una mano y se abanicó con la otra.

La puerta del baño se cerró. Blue gimió y bajó el pie a la alfombra.

Debería haber fingido que tenía migraña.

O lepra... o cualquier otra cosa para poder escapar a su habitación.

¿Por qué no la había ayudado una amable pareja de jubilados? ¿O uno de esos tíos dulces y sensibles con los que se sentía tan cómoda?

Oyó correr el agua de la ducha.

Se la imaginó resbalando sobre ese cuerpo de anuncio.

Él estaba acostumbrado a utilizarlo como un arma, y, como no había nadie cerca, era ella quien estaba en su punto de mira.

Pero con hombres tan lujuriosos como él había que mantener la distancia.

Tomó un largo trago de cerveza.

Se recordó que Blue Bailey no huía. Jamás.

Por fuera parecía frágil, como si cualquier ligera brisa pudiera tumbarla, pero por dentro era fuerte y eso era lo que verdaderamente importaba.

Así era como había sobrevivido a una infancia itinerante.

«¿Qué importaba la felicidad de una niña, por muy querida que fuera, cuando había tantos miles de niñas en el mundo amenazadas por bombas, soldados o minas terrestres?»

Había sido un día horrible, y los viejos recuerdos hicieron acto de presencia.

— Blue , Tom y yo queremos hablar contigo.

Blue todavía recordaba el descolorido sofá a cuadros del minúsculo apartamento que Olivia y Tom tenían en San Francisco y la manera en que Olivia había palmeado el cojín de su lado.

Blue era menuda para ser una niña de ocho años, pero no lo suficiente como para sentarse en el regazo de Olivia, así que se había acomodado a su lado.

Tom estaba sentado enfrente y acarició la rodilla de Blue .

Blue los quería más que a nadie en el mundo, incluida esa madre que no había visto desde hacía casi un año. Blue había vivido con Olivia y Tom desde los siete años, e iba a vivir siempre con ellos.

Se lo habían prometido.

Olivia llevaba su pelo castaño claro recogido en una trenza que le caía sobre la espalda.

Olía a curry en polvo y a pachuli, y siempre le daba arcilla para que jugara a las cocinitas.

Tom era un afroamericano grandote que escribía artículos para periódicos subversivos.

Llevaba a Blue al parque del Golden Gate y la montaba a caballito sobre sus hombros cuando salían a la calle.

Si tenía pesadillas, iba a su cama y se quedaba dormida con la mejilla apoyada en el hombro cálido de Tom y los dedos enredados en el largo pelo de Olivia.

Juego de Seducción.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora