Capitulo 28.

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—Me gusta viajar. Nací para vagar, nene.

Lo dudaba.

Castora no era así por naturaleza.

De haber sido criada de manera diferente, estaría casada y dando clase en la guardería a sus propios hijos.

Dejó un billete de veinte dólares sobre la mesa y cuando no esperó la vuelta, ella reaccionó de manera previsible.

—¡Por dos tazas de café, un donut y un bollo que no has terminado!

—Pues cómelo tú.

Ella cogió el bollo con rapidez.

Mientras cruzaban el aparcamiento,

él estudió los dibujos que le había hecho y se dio cuenta de que había salido ganando con el trato.

Por un par de comidas y el alojamiento de una noche, había recibido material para la reflexión, ¿cuántas veces ocurría eso en su vida?

A medida que transcurría el día, Justin observó que Castora se sentía más inquieta.

Cuando se detuvo para echar gasolina, ella salió disparada al baño, dejando en el coche el bolso negro de lona.

Mientras llenaban el depósito, Justin no se lo pensó dos veces: se puso a registrarlo.

Ignoró el móvil y un par de blocs, y fue directo a por la cartera.

Contenía un carnet de conducir de Arizona —era cierto que tenía treinta años—, carnets de bibliotecas de Seattle y San Francisco, una tarjeta ATM, dieciocho dólares en efectivo y la foto de una mujer de mediana edad con apariencia delicada delante de un edificio en ruinas.

Aunque era rubia, tenía los mismos rasgos delicados y menudos que Castora.

Debía de ser Virginia Bailey.

Registró más a fondo el bolso y sacó un talonario de cheques y dos cartillas de cuentas bancarias de un banco de Dallas.

Cuatrocientos dólares en la primera y mucho más en la segunda.

Castora tenía buenos ahorros, ¿por qué actuaba como si estuviera en la ruina?


Ella regresó al coche.

Él metió todo de nuevo en el bolso, lo cerró y se lo entregó.

—Estaba buscando caramelos.

—¿En mi cartera?

—¿Cómo ibas a tener caramelos en la cartera?

—¡Estabas registrándome el bolso!

Por la expresión de su cara dedujo que fisgonear no era algo que la molestara mientras no fuera ella el objetivo.

Un dato a tener en cuenta para no perder de vista su propia cartera.

—Prada hace bolsos —le dijo mientras se alejaban de la gasolinera en dirección a la interestatal—-. Gucci hace bolsos. Eso que tú llevas parece una de esas cosas que regalan cuando uno se compra un calendario de tías.

Ella saltó indignada.

—No puedo creer que estuvieras registrándome el bolso.

—Y yo no puedo creer que dejaras que te pagara la habitación de hotel ayer por la noche. No es que estés precisamente en la ruina.

El silencio fue su única respuesta.

Ella se volvió a mirar por la ventanilla.

Su pequeña estatura, los hombros estrechos, los delicados codos que surgían de las mangas de la enorme camiseta negra... todos esos signos de fragilidad deberían haber despertado los instintos protectores de Justin.

No lo hicieron.

—Alguien me vació las cuentas hace tres días —dijo ella sin aspavientos—. Por eso estoy ahora en la ruina.

—Deja que adivine. Monty, la serpiente.

Ella se tiró distraídamente de la oreja.

—Así es. Monty, la serpiente.

Estaba mintiendo.

Blue no había dicho ni una palabra sobre las cuentas bancarias cuando había atacado a Monty el día anterior.

Pero por la triste expresión de su cara estaba claro que alguien le había robado.

Castora necesitaba algo más que transporte.

Necesitaba dinero.

Juego de Seducción.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora