Capítulo 1

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—Apúrate, Lali. Que vamos a llegar tarde —me grita Megan desde abajo, esperando impacientemente.

Megan es mi compañera de trabajo y mejor amiga. Y aunque hace solamente dos años que nos conocemos, es la persona en la que más puedo confiar, y sinceramente, no sé que hubiera sido de mi vida sin ella.

Nos conocimos cuando yo estaba trabajando en un local en el pueblo. Ya era mi quinto trabajo en menos de dos semanas, pero todos los demás lugares me conocían a mí, y a mi pasado, así que me rechazaban casi automáticamente. 

Pero ahí es donde la conocí.

En teoría, ella sólo se iba a quedar por el verano, y una vez terminado, volvería a la capital. Nos llevamos bien al instante, y nos hicimos rápidamente amigas. Pero una noche la llamaron de un hotel en el que había pedido trabajo, y ya que estaba en su ciudad y era para todo el año, se fue. Pero no sin antes pedirme que fuera con ella. 

Al principio titubeé un poco, marcharme a un lugar desconocido, con alguien que apenas conocía, no parecía una muy buena idea... Sin embargo, no dudé en aceptar. Podía ser quién yo quisiera sin ser perseguida por lo que una vez fue.

—¡Laaali! —exclama alterada, y cierra la puerta de un portazo.

Lleva toda la mañana histérica, por un hombre. El dueño del hotel.

Ella ya hace dos años que trabaja allí, y aunque yo llevo bastante tiempo también, unos cuatro meses, aún no lo he conocido, pero tampoco esperaba hacerlo. Sin embargo, ella sí lo ha hecho, y de qué manera. Se había acostado con él. Con el propietario del hotel. Con su jefe.

La puerta se abre nuevamente, y me agarra el brazo tranquilamente, mientras me guía a la calle. De camino agarro el bolso y la chaqueta, porqué en mes de noviembre siempre hace frío.

Me paro en seco, y ella frunce el ceño ante mi lentitud, aunque esté poniéndome la chaqueta lo más rápido posible. Me mira, y refunfuña indignada.

—Tengo frío —me defiendo inocentemente.

—Vamos a llegar tarde —angustiada, empieza a caminar, acelerando a medida que va avanzando, y la sigo lo más rápido que puedo.

En cualquier hora del día, las calles de Londres siempre están repletas de gente, a veces hay más, a veces menos, pero siempre hay alguien. Y aunque para muchos ese hecho les molesta, a mí me reconforta. Nunca me siento sola.

Por mi lado pasa una mujer corriendo, que casi me hace caer de bruces contra el suelo, pero no se disculpa. Miro hacia adelante y me percato de que he perdido a Megan, pero llevo ya cuatro meses haciendo el mismo camino cada día, así que ya sé dónde ir, y, mirando el reloj, soy consciente de que aún faltan veinte minutos para que llegue el autobús. Así que me tomo mi tiempo admirando Londres.

Están empezando a abrir todos los locales, y me pregunto quién vendría a desayunar a las seis de la mañana, pero mi confusión se aumenta al ver que ya hay cola esperando para entrar. Me río por lo bajo cuando veo una tienda que dice estar abierta las veinticuatro horas del día, sin embargo, ahora mismo está cerrada.

El semáforo cambia a rojo y me detengo, dejando a los coches pasar rápidamente uno detrás del otro, sintiendo el aire gélido en mis mejillas.

Al otro lado hay una mujer embarazada, y cuando el semáforo se pone verde, y todos empezamos a cruzar, ella está indecisa. Me pregunto que estará pensando...

—¡Lali! ¡Va! —veo a Megan agitar los brazos en el aire para que la vea.

—Tranquilízate, Meg. ¿Pero por qué estás tan nerviosa? —me río de lo exagerada que es mi amiga, mientras tomo asiento a su lado en la parada.

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