Capítulo 18

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—Tenemos que ir —gruño, poniéndome la chaqueta por encima de la cabeza.

—Lali, tienes que estar sentada.

—El médico dijo que ya podía moverme.

—Puedes hacerlo ocasionalmente, y sin forzar nada. Eso no quiere decir que puedas mandarte así de cabeza.

—Dos semanas, Cleo. Hace dos semanas no sé nada de él. No me llama. No me dice nada. ¿Y si le ha pasado algo?

—Él está bien —intenta asegurarme, sentándose encima de la cama, y dando unas palmaditas a su lado, para que me sienta a su lado.

—¿Cómo sabes eso?

Cleo aparta la mirada, algo apenada. —Me ha estado reportando.

—Eso llevas diciéndome dos semanas, pero no entiendo porque no ha estado él contactando conmigo.

Cleo se encoge de hombros. —Además, no sólo tienes que cuidarte tú. Estás embarazada, ¿recuerdas?

—¿Se lo contaste? —pregunto, intento no dejar ver cómo me afecta el hecho de que Peter sí ha estado hablando con ella, pero no conmigo. No lo entiendo. ¿Acaso he hecho algo malo? ¿Aparte de mentirle?, susurra una vocecita en mi interior, pero la callo.

—¡No! —exclama Cleo sorprendida—. Sabes que no haría eso.

—¿Entonces por qué no quiere hablar conmigo? —pregunto apenada. Cleo se encoge de hombros, pero eso solo hace enfurecerme más—. ¿Por qué? —grito en un sollozo.

—No lo sé, Lali. Pero tienes que pensar en ti, es importante que no te alteres, ya lo sabes.

—¿Cuándo fue la última vez que hablaste con él?

—Esta mañana —susurra con poca voz—. Pero está preocupado por ti. Un montón. No para de preguntarme como estás. Es de lo único que quiere hablar, la verdad.

¿Entonces por qué no habla directamente conmigo? No lo entiendo. Pero Cleo tampoco sabe la respuesta, y es inútil que le pregunte a ella algo que sólo él puede contestarme. —¿Y que hay de la llamada que me hizo David Espósito? —pregunto. Repulsándome el nombre en mi boca.

—Creemos que sólo estaba jugando contigo. Para hacerse recordar.

Le doy mil vueltas. Pienso, pienso y pienso, pero no encuentro una explicación ante la ignorancia de Peter. —¿Estás segura que es Peter?

—Lali —dice Cleo, incrédula.

Sacudo la cabeza, porque por más que insista, lo único que veo es que Peter no quiere hablar conmigo. Y tengo unas ganas irrefrenables de llorar, pero también de romperlo todo. —¿Te dijo dónde estaba cuando hablaste con él?

—Roma —saco el móvil, y empiezo a buscar vuelos a Roma—. ¿Qué haces?

—Encontré uno para mañana a las nueve, y llegamos ahí a las doce y media, hora local. ¡Perfecto!

—Perfecto nada —me saca el móvil de las manos, y me mira dolorosamente—. No puedes moverte mucho, Lali, y ni hablemos de volar.

—Necesito saber que está bien —sollozo.

—Lo estará si tu lo estás, y para que no te pase nada, tienes que quedarte aquí, ¿está bien? —dice suavemente, y sé que no hay forma de convencerla, así que asiento sin mirarla, sintiéndome culpable por lo que voy a hacer.

Cada dos por tres miro hacia atrás, perseguida por si alguien me está siguiendo, aunque nadie se enteró de que abandoné la casa a las tres de la madrugada, no va a faltar mucho tiempo para que se den cuenta que ya no estoy ahí.

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