La mañana inicia demasiado lluviosa y fría como para querer salir de la cama, además, me costó mucho tiempo hacer el resumen del libro tan extenso -teniendo en cuenta que es un resumen- y estoy cansada. Pero Copitos y Bambi no van a dejarme dormir con sus ladridos, y Pumba nunca, en sus siete vidas de gato, me dejará dormirme hasta tarde.
Con mucho malhumor me levanto de mi cama, pero el ver a mis tres bellezas blanquitas y bien ordenadas me lo quita, así que me visto un poco menos oscura que ayer, con un vestido blanco lleno de flores de color violeta por las que vuelan hojas verdes y mis sandalias de plataforma blancas, en vez de ser completamente cerradas, tienen varias fajitas que las hacen ver más allá de lo fabulosas.
Me ato el pelo a una coleta bien hecha y no me maquillo en absoluto. Desayuno con un plato de cereal y fruta, y tras arreglar mis cosas en mi viejo bolso, bajo al sótano en busca de mi auto. Sigue esperándome tan brillante como siempre, tan irradiante de lujos y poder. De verdad, me hubiese gustado más uno sencillo y barato que esta exageración. Aunque, no puedo quejarme, admito que es lindo.
Atravieso las calles en él, y reparo en una parada de autobús -la que está frente al edificio que habita Harold-, él espera el autobús al lado de su hermano, al que reconozco como el segundo rubio del grupo de chicos. Decido no ser mala, más que nada por Harold, y me detengo frente a ellos. Bajo el vidrio del auto y el rubio me mira boquiabierto, mientras Harold solo sonríe divertido.
- ¿Necesitan alguien que los rescate? -Bromeo, aunque más para Harold-. Suban, bueno, tú y tu hermano.
Harold sube al asiento del copiloto, y el rubio sin nombre sube al asiento trasero.
-No sabía que hacías este recorrido -dice.
-No fue hasta ayer que te enteraste que este era mi auto y por la calle que vivo no hay vía a Stanford -explico.
-Hola, soy Klais -suelta el otro rubio, tiene los ojos azules, pero carece mucho de la belleza sencilla que tiene Harold. O eso es lo que veo-. Eres Shylee, ¿cierto?
-Sí. Y por favor, no me pongas apodos -pido.
Klais se queda un segundo pensativo, pero asiente con la cabeza mientras yo sonrío con ironía a Harold. Él entiende a lo que me refiero, porque aunque parezca que me agrada que me diga "Primera Dama de Stanford" en realidad me molesta. Me molesta casi tanto como el hecho de que me llamen Arianne. O como a Alexander le molesta que le llamen Alex.
En la universidad, el auto sigue llamando tanto la atención como el primer día -ayer-, pero yo soy quien ya no le da tanta atención al asunto. Estaciono esta vez entre el bonito Ferrari y un Land Rover verde oscuro que le duplica la altura a mi auto. Bajo del auto al igual que los dos chicos, y me parece que a Klais se le sube demasiado a la cabeza el haber bajado del auto, porque cuando llega al lado de sus amigos, está riendo y festejando con los otros dos.
-Estaba pensando que Harold es un nombre muy largo -admito, mientras Harold se acerca a mí, luego de haber bajado-. Y es definitivo que no te diré Haz, es un nombre muy estúpido. Así que te diré Harry.
-Suena bien para mí -se encoge de hombros-. Harry. Vaya, no suena tan mal. Me gusta. Es genial.
-Es como le dicen a la mayor parte de los Harold del mundo, pero si no sabías de la existencia de esa abreviación, está bien para mí -me río.
Él se queda con sus amigos y yo los paso de largo sin darles mucha importancia. En vez de ir a desayunar a la cafetería, paso directamente al salón de clases y me centro en mi celular. Marco el número de mamá, porque debe estar despierta. Ella nunca duerme hasta las ocho de la mañana. Siempre está despierta desde las seis. Y me responde con una felicidad enorme.
ESTÁS LEYENDO
Días de Gloria
Romance«Cuando te encuentres a una dama bajo un torrencial de agua llorando como una bebé abandonada, entenderás que yo en realidad, no tenía opción». [2017]