Capítulo 19

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La Doncella de Bronce y sus acompañantes partieron al alba. Ella se sorprendió de que Mordedor y Remachador, a pesar de seguir bebiendo cuando ella se retiró, tuvieran aspecto de estar frescos y dispuestos para la marcha. Al mago se le marcaban un poco las ojeras, pero casi eran obligatorias en uno de su profesión.

Había poca gente por los caminos. Para bordear la costa, los habitantes de la zona preferían el barco. El documento que llevaba Dos Pares demostró de nuevo su validez, ya que las patrullas de tropas del Gran Caudal al revisarlo les deseaban un buen viaje, no solamente el clásico "pueden continuar". El Duque era muy querido por sus hombres y se deleitaba de que todos le ayudaran a cuidar de sus invitados, desde el último labriego hasta su heredero.

Lo pudieron comprobar en cuanto llegaron a Puerto en el Río. Tras presentar el contrato a la guardia de la puerta, fueron conducidos ante un chambelán que lo leyó de principio a fin. Después de unas pocas preguntas, los llevó a presencia del noble. Llegaron cuando estaban cenando, así que el mayordomo les indicó que se sentaran en una mesa aparte y comieran algo mientras él iba a hablar con su amo para enterarse de cuándo los atendería.

La corte del Duque, como toda la gente del Gran Caudal, no era muy dada a las exhibiciones de riqueza, pero era generosa para la comida y el vino. Nada de manjares exóticos, pero sí abundantes: jamones curados en las frías y secas sierras, corderos lechales a los que llaman ternasco por lo tiernos que son, migas de pan duro refritas con embutidos y servidas con uvas frescas, postres hechos a base de yemas de huevo y azúcar...

Mientras esperaban el retorno del secretario, los camareros traían platos de continuo e, incluso cuando ya se encontraban llenos, no paraban de insistir.

—Pero chica, que estás en los huesos —le decían a la rapsoda—, toma un poquico más pues. Y a vosotros, ¿no os gusta el vino, u qué? Mirar que el Duque se va a llevar un disgusto pues, como no acabéis con esa jarrica.

—Pero señora —respondió el mago a una—, si ya llevamos cuatro y son enormes.

—Anda, calla que os tengo que traer del blanco pues. Que es de las viñas del propio Duque... ¡Qué es mu morro fino! Y a la moceta le traigo otra media docenica de yemicas pues, que en la cara se le ve que es mu laminera. —Y desapareció a por todo antes de que pudieran negarse.

Fueron rescatados del empacho por el chambelán, que por fin les iba a llevar a presencia del noble. Les informó, sin que lo hubieran pedido, de que no iban a tener problemas para comunicarse, que estuvieran tranquilos. Su amo hablaba casi siempre sin utilizar el dialecto de su tierra, exceptuando alguna palabra aquí y allá. Solamente lo utilizaba de forma integral cuando hablaba a los animales o con su nieto de dos años. También cuando se emocionaba mucho, sobre todo estando de caza.

El mandatario era un hombre alto y fuerte, ya con canas en su melena castaña, pero que mantenía casi todo el vigor que debió poseer en su juventud. Llevaba barba de una semana y tenía una nariz que había sido rota varias veces. Sus ojos pardos estaban rodeados de algunas arrugas, causadas más por preocupación que por vejez, y de unas oscuras e hinchadas ojeras. Una cicatriz partía en dos su ceja izquierda, probablemente fruto de una herida mal curada. La corona ducal que llevaba en la cabeza era de acero, con más aspecto de protección que de joya. Vestía al estilo de los caballeros de Mercia, aunque con más sencillez para que resultara funcional. Sentado sobre su trono de madera, poseía un aspecto imponente.

—Bienvenidos a mi corte —dijo con una poderosa voz, mientas abría los brazos—. No, no hace falta que os arrodilléis. Así que tenemos por fin aquí al famoso Dos Pares y sus guardaespaldas...

—Sí excelencia, además vengo bien acompañado. Permítame que le presente a una espléndida bardo, la famosa Doncella de Bronce. Su especialidad son las canciones épicas que tanto le gustan a vuecencia y a su corte.

Los servidores de la Muerte #WritingAwards2017Donde viven las historias. Descúbrelo ahora