Capítulo 26

73 16 0
                                    


El viaje de regreso de los servidores de la Muerte estuvo lleno de inconvenientes. Garrote se quiso quedar a purificar todos los cadáveres, tarea imposible para un sacerdote en solitario. Alegaron que sus conocimientos serían necesarios en los sucesos que seguro iban a venir. Pedirían ayuda y consejo en los monasterios. Aun así, redujeron a cenizas los restos de los lagartos gigantes que se encontraban por el camino, aunque los del dragón, caso singular por su gigantesco tamaño, casi los dejó exhaustos.

Otra dificultad fue Primer Pion. A pesar de los tiernos cuidados de Atardecer, todavía continuaba recuperándose. Salvó la vida por poco, ya que el cuchillo le atravesó un pulmón, pero los rápidos y reiterados hechizos de curación, aliviaron la gravedad de la herida. La novicia hubiera deseado tener algo de leche de nodriza de Cherm para ayudarle en su recuperación. Se tuvo que resignar a usar las yerbas medicinales que llevaba consigo. De paso, le purgó la sangre varias veces, sospechando y acertando que el arma debía estar envenenada. La limpieza trajo otro problema, ya que el alcohol también es un veneno y el soldado llevaba tomándolo mucho tiempo, por lo cual en los momentos que estaba despierto sufría el "ansia del borracho". La curandera decidió que sería mejor aprovechar su sufrimiento, retirándole y prohibiéndole toda bebida espirituosa.

El deterioro del tiempo incrementó la lista de penalidades. Garrote casi echó en falta el saquear la ropa de abrigo a los orcos muertos que dejaron atrás, por mucho tatuaje mágico y grasa que portara. Cada noche se acercaban más a las paniquesas para que les dieran calor. La única que era indiferente al frío era Tria. La baja temperatura corporal de las paladinas las hacía resistentes a las inclemencias. El pelo ya le había crecido lo suficiente para dejarse un poco de flequillo, que de lejos le daba aspecto de chico.

Nada más entrar en un diminuto puerto de la costa oriental del Mar de las Lunas, se encontraron con un grupo de miembros de sus órdenes que desembarcaban, comandados por un Alto Sacerdote de nombre Lerthem sort Zempher.

—Han partido de los monasterios varios grupos como el nuestro en cuanto llegaron las nuevas del ejército de no muertos que está desolando la zona —dijo después de las presentaciones.

—Nosotros no teníamos noticia, Su Alta Gracia —contestó el iniciado—, no hemos hablado con nadie en el viaje de regreso de nuestra búsqueda.

—Las noticias viajan más rápido y más lejos que las mercancías y las gentes, sobre todo si son malas. Para rematar el asunto, los hombres perro están saliendo de sus bosques y saqueando las tierras limítrofes pertenecientes a las Provincias de los Tres Ríos. También los orcos están bajando de sus montañas con ganas de rapiña. Raro es que se atrevan, sabiendo el odio que les tiene Fauces Sangrientas.

—De eso tendría que hablarle, Su Alta Gracia.

Se retiraron a la cueva donde se guardaban los cuerpos sin vida en espera de que llegara un sacerdote de la Diosa de las Alas fuertes para los últimos ritos de purificación. Un lugar tranquilo y apropiado, a falta de templo o monasterio, que permitía hablar de los asuntos privados del clero. Allí, libres de oídos indiscretos, Zhersem informó de todo lo acontecido en el transcurso de su misión.

—Déjeme echar un vistazo a la reliquia —ordenó Lerthem al acabar el relato—. ¿Seguro que es esta? —preguntó una vez que la examinó con su visión de muerte—. Parece que ya no posee poder.

—Tiene que forzar más, Su Alta Gracia —replicó Zhersem—. El poder continúa ahí, pero es como si estuviera exhausto. La aniquilación de un dragón es una hazaña casi imposible, hasta para el viejo y venerable Manos Ardientes.

—Veremos lo que pueden hacer nuestros estudiosos en los monasterios —decidió una vez seguido el consejo—. Si es posible recuperarla, ellos lo lograrán seguro. Han hecho un buen trabajo.

Los servidores de la Muerte #WritingAwards2017Donde viven las historias. Descúbrelo ahora