Capítulo cuatro

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—Yoongi, ¿has hecho la cama?

Observó al hombre de pelo verde tumbado en el sofá que ni siquiera se molestaba en hacer ver que hacía algo productivo con su vida. Ni siquiera alzó la mirada del libro que ojeaba con escaso interés cuando respondió. Al menos eso era una avance, pensó el beta, ya que significaba que no seguía creyendo posible que Seokjin "apareciera con un cuchillo y lo asesinara a sangre fría", como había dicho un par de semanas antes.

—¿Para qué? Voy a volver a deshacerla esta noche.

Seokjin frunció el ceño. Casi un mes atrás le había explicado las normas de esa casa: la primera y más importante, que no creyera que por ser alfa tenía algún tipo de derecho sobre él. Si creía que iba a tratarlo como un rey o algo parecido estaba muy, muy equivocado. La segunda, que no se acercara a su cocina. Después de ver el arte con el que quemaba la tortilla que le había mandado a hacer para la comida el segundo día, había decidido vetarle la entrada a la cocina a no ser que fuera bajo su supervisión. La tercera, que colaborara para mantener la casa bonita y agradable, tal como se la había encontrado al llegar (bueno, más o menos, porque cuando entró en la cabaña por primera vez estaba inconsciente y siendo arrastrado por Jin, pero al menos como se la encontró al despertar).

Eran normas sencillas. Comprensibles. Justas. Fáciles de obedecer y recordar.

Y Yoongi parecía decidido a desafiar cada una de ellas.

—Por la misma razón por la que sigo metiéndote comida en la boca aunque luego vayas a expulsarla. Levanta el culo y haz la jodida cama. —ordenó Seokjin sin miramientos ni delicadeza, ya acostumbrado a la chulería del menor y a su complejo de superioridad.

Yoongi gruñó, pero, sin un argumento con el que contradecirlo, y sabiendo que Seokjin era capaz de llevarlo al segundo piso a patadas si hacía falta, se levantó y subió las escaleras.

Seokjin suspiró, agotado. Había tenido que ahuyentar a una estúpida ardilla que había decidido que el tejado de su casa era el lugar ideal para plantar su nido, o donde fuera que vivieran esos jodidos roedores. La muy indeseable no dejaba de amontonar nueces y palitos y de pasearse por el tejado, en especial por la noche, cuando Seokjin intentaba tener su preciado sueño reparador.

Al final había tenido que subir, asustarla para que volviera al bosque, y deshacerse de su casita, y todo eso cubierto como un esquimal. Le había dado un poco de pena, pero lo había olvidado completamente al volver a entrar y ver que estaba de nieve hasta arriba. Y por si fuera poco, Yoongi había puesto los pies sobre su mesa de café sin vergüenza alguna. El muy imbécil.

Debía reconocer que los primeros días de convivencia no habían sido lo que se dice fáciles de llevar. Yoongi era un hueso duro de roer, pero Jin lo era más. Le había costado bastante acostumbrarse a él y viceversa, y de hecho seguía trabajando en ello. Habían mejorado, eso sí. Después de casi un mes de vivir juntos, sus silencios incómodos y tensos ya no eran tan habituales. Al menos cuando comían tenían conversaciones fluidas, aunque aún no le había sacado el nombre de su omega ni nada demasiado personal. Sabía cómo había terminado en el río, a lo que se dedicaba, el pueblo del que venía y cuántos años tenía. Más allá de eso, era un completo desconocido. La razón de porqué tenía el pelo verde, por ejemplo, era un misterio.

Por suerte, Yoongi era parecido a él en algunos aspectos y disfrutaba leyendo en silencio por horas frente a la chimenea. A los pocos días de instalarse en su casa le pidió una libreta que estuviera seguro que no iba a necesitar, y aunque le costó un poco encontrar una que no tuviera ninguna página escrita, finalmente se la consiguió. Yoongi se lo agradeció, apuntó algo en la primera página, y ya no había vuelto a saber nada de esa libreta. Le picaba la curiosidad, vaya que sí, pero estaba esperando el momento adecuado para preguntarle qué era lo que apuntaba con tanta concentración prácticamente cada noche. Muy probablemente lo haría después de una buena cena y cuando estuviera cómodamente instalado en el sofá; todo hombre es más débil cuando está hasta arriba de comida.

Por otro lado, seguía diciendo que no le gustaba su chocolate caliente, no importaba cuántas nubes de azúcar y nata le añadiera, pero por el modo en que se relamía los labios al terminarse la taza, Seokjin dudaba que eso fuera realmente cierto.

Seguía habiendo algunas cosas en las que nunca se pondrían de acuerdo. Seguían discutiendo a voces por tonterías y trivialidades, pero no podían evitarlo. Parecía que la mitad de las cosas que hacía uno molestaba al otro y viceversa. La mayoría de veces, para terminar la discusión más rápidamente, Yoongi lo mandaba a la mierda y Seokjin lo ignoraba durante las siguientes nueve horas y media. Al final ambos se rendían, ya que puesto que la casa no era demasiado grande, era bastante complicado hacerle el vacío al otro si te lo encuentras cada cinco minutos. Lo arreglaban −más o menos−, y un rato después vuelta a empezar. Pero Seokjin comenzaba a acostumbrarse, y debía reconocer que esas discusiones tontas e irritantes eran más divertidas que el silencio constante y monótono.

Cuando quince minutos después el alfa aún no había regresado, Seokjin subió para asegurarse de que no le había dado un ictus al intentar poner las cuatro esquinas de la sábana y se había desplomado en la cama.

Cuando abrió la puerta y vio la cama hecha, sonrió. Cuando vio a Yoongi sentado en el suelo mirando dentro de su caja de los recuerdos, borró su sonrisa.

Le arrancó las fotos que estaba mirando de las manos, gritándole que dejara eso y exigiendo que saliera de la habitación. Yoongi se defendió diciendo que la puerta del armario estaba medio abierta, que había visto la caja y que le había entrado curiosidad. Seokjin enfureció, diciéndole que no tenía ningún derecho a hurgar entre sus cosas, que esa no era su casa y que no abusara de su hospitalidad. Que había violado su intimidad, que se fuera a la mierda, que esas eran sus pertenencias y muchas otras cosas.

Yoongi no dijo nada, solo lo observó con una expresión extraña.

No se dio cuenta de en qué momento habían comenzado a bajar lágrimas de sus ojos. Lo notó cuando el alfa ya estaba fuera de la habitación, y él ya había guardado el resto de objetos en la caja. Solo faltaban por guardar unas pocas fotografías.

Le bastó un rápido vistazo a una de ellas para echarse a llorar completamente. Quería olvidarlo. Su pasado, su antigua vida, su familia. Quería olvidar.

Si tan solo pudiera...

❅❅❅

Horas más tarde, cuando estaba sentado en su butaca leyendo un libro y el sol ya había caído, Yoongi apareció con un té y una mirada afligida. No le había dirigido la palabra el resto del día, ni siquiera al preparar la cena. Sus ojos pedían perdón. No entendía la razón de su dolor, pero sí que estaba ahí y que él lo había golpeado de lleno. Lo miró directamente a los ojos durante varios segundos antes de tomar la taza que le ofrecía con un asentimiento de cabeza. Yoongi pareció relajarse notablemente y se sentó en el sofá de al lado.

Pasados varios minutos, habiendo comprobado que Yoongi tampoco sabía hacer bebidas decentes, Seokjin habló.

—¿No te dije que no entraras en mi cocina?

—Eres insoportable.

—...Seguro que has quemado algo.

Always Winter Here ; NamjinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora