Capítulo cinco

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—¡Eres un tramposo!

Una estruendosa risa resonó por toda la casa, una risa que recordaba ligeramente al sonido de un paño frotándose contra una ventana con fuerza. —¡No es mi culpa que no sepas jugar!

Yoongi gruñó ofendido y se cruzó de brazos. —Sé jugar, Beta. No estoy acostumbrado a tener a un tramposo de contrincante, eso es todo.

Uhhh, conque "Beta", ¿eh?, pensó Seokjin.

—Sí, claro, y yo soy Afrodita. —el mayor rodó los ojos sin creerse una palabra de lo que decía el alfa, sabiendo que había herido su orgullo de macho fuerte e independiente al ganarle por tercera vez consecutiva al ajedrez.

Yoongi chasqueó la lengua y continuó defendiéndose. —Además, hoy tengo un mal día. En otras circunstancias, te habría ganado. -añadió.

—Repítetelo hasta que te lo creas. —respondió Seokjin tirándose hacia atrás en la silla en un evidente gesto de orgullo por su victoria, y segundos después Yoongi lo bombardeó con pequeños trozos de galleta (galletas que el mayor había hecho amorosamente horas antes y de las cuales quedaban poco más que pequeños trocitos y migajas). Chilló y se protegió pobremente con las manos, y Yoongi tuvo que detenerse para dar paso a su risa.

No, su buen humor y el agradable ambiente que había a su alrededor no era producto de un hechizo, y tampoco se habían dado un golpe en la cabeza simultáneamente; sencillamente, de algún modo, Kim Seokjin y Min Yoongi habían logrado entenderse.

Al principio, Yoongi había creído que Jin no era más que un beta que se había ido a vivir al bosque por alguna razón, tal vez porque era un antisocial, o tal vez porque era un amante de la naturaleza. Al principio, a Yoongi no le importaba lo más mínimo su forzado compañero.

Fue más tarde, después del pequeño incidente en la habitación de Seokjin, que se dio cuenta de que algo había pasado, algo doloroso para el mayor, algo que no quería contar. Y Yoongi se descubrió a sí mismo muriendo por saber qué era.

¿Desde cuándo era tan curioso? Por lo general, solo le importaba su vida y la de sus seres queridos, e incluso a veces tenía poco interés en conocer las aventuras y desventuras de su mejor amigo, y era su omega quien tenía que arrastrarlo a escuchar.

Fue la mezcla de la curiosidad que despertó en él la caja del armario de la habitación de Seokjin, junto con la culpabilidad por haberle hecho daño, lo que le hizo querer saber más sobre el beta. Su fisgoneo había llevado al mayor a las lágrimas, y aunque apenas lo conocía, aunque apenas sabía nada de él, aunque decía no tener ningún interés en su vida, le dolió. Le dolió, porque era su culpa. Y le irritó también, porque su instinto le decía una y otra vez que había hecho daño a alguien y que debía repararlo, y la jodida voz de su conciencia no se callaba ni para comer.

Porque así son los alfas: sencillos. Si rompen algo, lo reparan, y si no se puede reparar, consiguen un buen sustituto.

Para Yoongi (para su instinto, su parte alfa y primaria), había roto a Seokjin porque le había hecho daño, y para repararlo debía compensárselo. Su plan era sencillo: le daba algo bonito al beta, algo que hiciera que ese incidente quedara atrás, y todos contentos.

Sencillo.

O lo parecía, hasta que se dio cuenta de que no conocía una mierda de Seokjin.

¿Le gustaban los colores apagados o los colores cálidos? Había un poco de todo en su casa, desde almohadones con siluetas de flores cosidas, hasta muebles de la madera más oscura que jamás había visto, así que era un poco difícil de discernir. ¿Le gustaban los dulces o era más de salado? Solía cocinar platos muy variadas; lo único que había en común en sus comidas era que, al final, siempre había postre. ¿Prefería la ropa gruesa o delgada? Con ese tiempo y esas temperaturas, tal vez se veía obligado a llevar todos esos jerseys de lana, cuando en realidad lo que le gustaba era ir suelto de ropa. ¿Qué tipos de libros le gustaban? ¿Y las películas? ¿Invierno o verano? ¿Le gustaban los animales?

En definitiva, no sabía nada de él.

Y como que todo y nada podía gustarle, como que podía dar en el clavo o cagarla enormemente, pensó que tal vez lo mejor era no hacer nada. Dejar que el incidente quedara atrás por sí solo, que se lo llevara el tiempo. Pero algo le decía que Seokjin era rencoroso, tal vez no lo suficiente como para empujarlo desde un acantilado, pero lo suficiente como para no volver a tratarle con amabilidad.

Además, eso sería muy cercano a rehuir del problema, y él nunca en su vida había huido de nada.

Así que decidió que, si hiciera lo que hiciera tenía probabilidades de estropearlo todo, daba igual si lo hacía más o menos rápido. Comenzó a probar: le traía flores (todas feas, porque con ese frío solo crecían plantas horribles como callos pero resistentes), incluso si para ello tenía que embutirse en un abrigo que era más grande que sus ganas de vivir y zambullirse en la nieve, tallaba figuras de madera para él, un arte que dominaba desde hacía tiempo, e incluso aprendió a coser para él.

Bueno, más o menos.

De acuerdo, estropeó uno de sus cojines cruzando unas cuantas líneas a amarillas en un intento de dibujar un sol sonriente, pero era el esfuerzo lo que contaba.

O al menos eso pensaba, claro. Seokjin le dejó claro que no cuando, al ver todo el serrín que había por el suelo, le tiró una figurita de un oso a la cabeza.

—¡Bueno, basta! ¿Pero a ti qué te pasa? ¿Qué significa todo esto? ¿Qué se supone que quieres que haga con las flores y las figuras estas de madera? ¿Que me las coma? ¡¿A qué vienen todos estos regalos, eh?!

Yoongi se lo quedó mirando, con la navaja en una mano y el koala a medio tallar en la otra. Miró sus manos, luego al mayor, luego se fijó en el desastre que había en el suelo y volvió a mirar a Seokjin.

—Son... Son para ti. Quiero... Estoy intentando que me perdones. Por lo que hice en tu habitación, y... No lo sé, creía que te gustaría. Es mi forma de pedir disculpas. —explicó, intentando que el nerviosismo (y la vergüenza) no se notaran en su voz ni en su expresión facial.

Seokjin lo miró fijamente largos segundos, tan largos que Yoongi tuvo tiempo de terminar una de las orejas del koala.

—De acuerdo. —murmuró el mayor al fin. Tomó aire profundamente, repasó el comedor con los ojos, y miró fijamente a Yoongi. Tan fijamente que daba un poco de mal rollo. —Si me haces una figurita de mi animal favorito, te perdono, Min Yoongi. Pero no vuelvas a entrar en mi habitación en lo que te queda de tiempo aquí, ¿está claro?

Yoongi asintió sin dudarlo.

—¿Cuál es tu animal favorito? —preguntó, pero Seokjin no respondió. Se cruzó de brazos y lo miró como si fuera idiota.

—¿Qué te has creído? ¿Que te lo voy a dar en bandeja? La gracia está en que tienes que averiguarlo.

La próxima vez, cuando quisiera compensar a alguien, se metería serrín en la boca y se ahorraría problemas.

Always Winter Here ; NamjinWhere stories live. Discover now