2. La división

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—¿Qué tal si lo seguimos?

Nivia no sabía que con esas palabras iniciaba un camino largo y sin retorno.

No seremos los primeros ni tampoco seremos los últimos en desear algo con más vehemencia luego de saber que está prohibido.

Aquella era una ansiedad que Nivia conocía, pero que había sabido controlar. Sin embargo, curiosidad no le había faltado, pero con el paso del tiempo había sucedido eso que sucede cuando asumimos la realidad de algo. Se había difuminado con el velo de la normalidad.

Y no fue sino hasta el día en que supo que Lantés había desoído la regla más estricta, la que se suponía irrompible, que Nivia volvió a sentir nuevamente los inicios de esa urgencia primitiva por encontrarse con lo misterioso y prohibido. Y el que Lantés estuviera sentado al día siguiente en su sitio en el salón de clases como si nada hubiera sucedido, no hizo más que acuciar la intriga.

¿En verdad había visto lo que había visto? ¿O acaso había sido un sueño o una imaginación suya?

Ese día en la escuela, Nivia no podía dejar de volverse con cierto nerviosismo para observar a lo lejos a Lantés, con disimulo. La escena que había visto la noche anterior regresaba a su memoria, como una película en bucle. Aquella silueta que entraba en la claridad de la luz lunar, y luego él. Era él. Definitivamente era él. ¿Cuántas veces lo había visto actuar de manera casual en clase, como en ese momento? Ello le llevó a preguntarse si aquella había sido acaso la primera vez que salía en la noche al bosque. ¿Acaso lo hacía asiduamente? ¿Desde cuándo?

¿Y por qué? Y más importante aún... ¿Qué había ido a hacer él allá, en el bosque?

Aunque tuvo esas preguntas circundando su mente durante todo el día, no pudo simplemente acercarse a él y planteárselas. Pues había un tema que Nivia había querido rehuir y que había notado desde hacía tiempo. Que las cosas habían cambiado entre sus amigos, sobre todo aquel último año.

No podía decir con precisión en qué momento había sucedido, pero ciertamente, las cosas ya no eran como antes. Recordaba la época en la que se veían prácticamente todos los días después de la escuela. A veces para hacer la tarea entre los cinco, casi siempre sólo para pasar el rato y emprender alguna nueva aventura que sólo quedaría para ellos. Los días de la niñez.

Supuso que sería lo mismo en los años que siguieran, puesto que ¿por qué no? Pero ahora que tenían dieciséis años, todo era distinto, y no entendía por qué.

Volviendo sus pasos en los recuerdos del último año, podía distinguir los indicios de la ruptura. De manera ocasional, las reuniones habían empezado a tener uno que otro miembro faltante. De repente ya no podían concertar sus encuentros. Siguieron entonces las excusas. Las evasiones. Sobre todo con los chicos: Ulises, Dazilo y Lantés.

—No es una etapa —había objetado enfáticamente Gabriela, cuando Nivia lo sugirió—. Si es una etapa, debe ser la etapa de actuar como un imbécil. Y ellos tienen que superarla, no nosotras.

Al ser las únicas chicas del grupo, Nivia y Gabriela siempre habían simpatizado más que con los otros tres, a pesar de que ellas eran muy distintas. Gabriela era más el tipo silencioso y se centraba en su mundo interno. De hecho, Nivia a veces pensaba que Gabi, como la llamaba, sólo había terminado siendo parte de los Mocoscos a fuerza de que ambas eran vecinas. No obstante, una vez que se había formado el grupo, todos la habían aceptado sin chistar.

Y, Gabi nunca lo iba a admitir, pero también estaba apesadumbrada por la fragmentación. Sin embargo, Nivia sabía que lo último que iba a ver en la faz de la tierra, era a Gabi rogando por explicaciones. Primero la vería muerta antes que tratando de enmendar la división, sobre todo si no había sido su culpa.

Nivia admiraba la dignidad de su amiga, pero no quería que los Mocoscos terminaran así. Puesto que no son pocos los que son bendecidos con una niñez dorada. Y Nivia se negaba a aceptar que una amistad pudiera terminar. Se suponía que las amistades eran para siempre. ¿Por qué tendría que acabar?

—¿Estás segura de lo que viste? —cuestionó Gabi cuando Nivia le narró lo sucedido, su voz un hilo de susurro.

Cuando Nivia asintió, Gabi la observó por un tiempo largo. Al principio, como si quisiera discernir si se trataba de una broma, y después, su semblante se tornó angustioso.

—Bueno, ¿y qué hacemos? —preguntó por fin—. ¿Lo... denunciamos?

—¿Qué? ¡No! No podemos denunciarlo —espetó Nivia—. Es nuestro amigo.

—Sí, claro —emitió su amiga con un bufido de irritación.

Había una sanción para aquellos que no acataran la regla irrompible. Una que sólo era conocida por los miembros del consejo de la alcaldía y el alcalde mismo. Nivia siempre había considerado una curiosidad que para una norma inquebrantable existiera un castigo innombrable. Pero nadie que hubiera conocido jamás había roto esa norma. Y el castigo permanecía como un misterio.

Nivia sabía que Gabi tampoco consideraba seriamente exponer a Lantés a ningún castigo desconocido. Por más enojada que estuviera.

—¿Qué tal...? —inició Nivia—. ¿Qué tal si lo seguimos?

Lo llevaba pensando todo el día. Se había preguntado por qué no había seguido a Lantés en ese instante, y se había recriminado por ello, pero sus reparos sobre la norma la frenaban. Sin embargo, si Lantés volvía a romper la regla, sabía que sí podría seguirlo si Gabi estaba con ella. Por la sencilla razón de que siempre nos sentimos más valientes cuando alguien más nos acompaña.

Gabi esta vez frunció el entrecejo, pero luego, tal como Nivia esperaba, asintió de la única forma como Gabi hacía las cosas: sin un ápice de duda.

Ambas acordaron permanecer despiertas en sus respectivas casas hasta muy tarde con la mirada prendada en la ventana en dirección a la ventana de Lantés. Y esperarían cada noche hasta volver a verlo salir. Y cuando esto sucediera, si es que sucedía, ambas saldrían a seguirlo. La prioridad era no perderlo de vista, y para cualquier contratiempo, se encontrarían en la zona del sotobosque, ante la columna de árboles que fungía de muro natural.

Nivia no iba a mentir, cuando acordaron aquello estaba asustada, y realmente esperaba que aquella escapada nocturna de Lantés hubiera sido la única, no obstante, en el fondo intuía que no era así. Supo que Gabi también tenía sus reparos, sin embargo, el miedo de su amiga lo percibió como algo más controlado. Aquello le dio más confianza. Y cuando la primera noche pasó sin ninguna novedad, se sintió un tanto aliviada.

No obstante, la oportunidad apareció demasiado antes de lo que ella hubiera esperado, pues fue la segunda noche en la que volvió a ver a Lantés descolgarse de su ventana.

Nivia sintió un vapuleo en su pecho, y al retroceder tropezó con uno de sus zapatos. Pensó que había sido muy tonto vestirse con su camisón de dormir cuando debió haber estado peripuesta para salir de forma abrupta. Era un error que ya no importaba.

Se colocó con rapidez sus zapatillas, sin atar los pasadores y se predispuso a abrir la ventana para saltar al exterior. Pero su segundo error fue uno insubsanable. Al abrir la cremona, en su prisa, lo hizo con tanto ímpetu que la hoja de la ventana giró en sus goznes con fuerza y dio contra la pared. El vidrio estalló y sus trozos se regaron sobre la alfombra.

De repente, las luces se encendieron en los pasillos y al momento siguiente sus padres habían arribado para conocer la razón de aquel alboroto.

Para Nivia quedó claro en ese momento que ese día su intento estaba más que frustrado. Como para reafirmar su conclusión, sus padres insistieron en que durmiera en la habitación de ellos, pues con la ventana rota, el viento creaba un ambiente frío en la alcoba.

Aquella noche apenas pudo dormir. Esperó que también algo hubiera retenido a Gabi y que ella también hubiera tenido que abortar el plan. O, que en todo caso, y con algo de suerte, hubiera podido descubrir el misterio de Lantés. Y con esa ansiosa intriga, esperó a que llegara el amanecer.

Y esperó en vano. Pues, al día siguiente, hubo conmoción en Trocanto.

Los grupos de búsqueda no se detuvieron hasta casi el atardecer en el que hallaron por fin, oculto entre el boscaje, al helado cadáver de Gabriela.


La doncella crepuscularWhere stories live. Discover now