9. Ultimátum

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Un extraño sosiego abordó la mente de Nivia, sin embargo, sus puños cerrados temblaban con fuerza. Sus pensamientos que habían saltado con una ardida recriminación, de repente acallaron. Quedó un silencio trémulo y estoico, con una única idea clara como la luz del día.

Esperó pacientemente un tiempo prudente luego de que Ulises se alejara, para después emerger de su escondite y reunirse con Dazi, quien permanecía aún en el punto acordado de encuentro.

—¿Tienes las copias? —inquirió ella directamente. Dazi hizo un amago de gesto de desconcierto ante su actitud pero asintió. —¿Puedo verlas?

Él extrajo el manojo de su bolsillo y cuando ella estiró su palma, instándolo a entregarlo, él ladeó levemente su rostro en una perplejidad creciente, pero le dio las llaves.

—¿Todo bien? —preguntó él, una ligera expresión de suspicacia en sus ojos.

—Todo bien —confirmó ella, un leve tono rasposo en su voz traicionó aquella fachada.

No había podido evitarlo, una vez que sintió la superficie fría del metal en su mano, supo que ya no tenía que fingir. Sabía que a ella se le daba mal fingir. Y agradeció que hubiera sido sólo por unos momentos, hasta que consiguiera lo que necesitaba.

De eso se trataba todo en ese pueblo. Mentiras.

—A partir de ahora haré esto sola —determinó ella, encerrando las llaves entre sus dedos; la compostura de Dazi cambió de inmediato, como desencajado, su entrecejo se arrugó en clara reserva.

—¿Qué? Espera, ¿qué...? —Entonces una súbita luz de entendimiento centelleó en sus ojos. —Escuchaste...

—Tú puedes hacer lo que te plazca, pero ya no te quiero cerca.

A pesar de que su furia sólo ascendía con cada segundo, cuando Nivia se volvió para abandonar el corredor no pudo dejar de sentir una estela de pena. De pérdida. Y un insipiente deseo de llorar. Él también era su amigo, después de todo. Pero la cólera venció el lamento con creces.

No obstante, no pudo avanzar más de dos pasos. De pronto, algo tiró de su muñeca con firmeza.

—No puedes sacarme del esquema sólo porque se te da la gana —repuso él, tajante, y aunque Nivia forcejeó para liberarse, él no la soltó—. Hicimos un acuerdo. Tienes que cumplir.

—¡No me importa ningún acuerdo! ¡Tanto que hablabas de hipocresías! ¡Y tú eres como los demás!

—¡No es cierto!

—¿No es cierto entonces que fuiste también al bosque?

Nivia notó la sacudida en él ante aquella pregunta, como si desatara todas sus alarmas. Comprendió entonces que era verdad... aunque no estaba segura qué significaba esa reacción. ¿Temor? ¿Vergüenza tal vez? Pero ¿acaso eso importaba?

Dazi presionó sus labios y vaciló.

—No es... no es lo que parece —musitó.

—¿Entonces qué es? —insistió ella, apremiante, más exasperada que antes. Y ante el afloje en su apretón, ella aprovechó para zafarse—. ¿Qué es?

Él volvió a callar, la miró con gravedad y por un instante, Nivia vio claramente un brillo de súplica. Y, aunque aún sumergida en un mar de coraje, pudo atrapar un hilo de claridad. Supo entonces que había algo que no estaba entendiendo. ¿Por qué él estaba reaccionando así?

—No... no puedo decirte —balbució él, y agregó al momento siguiente—: Pero hicimos un acuerdo. Tienes que cumplir, no puedes borrarme de esto. Por... por favor.

Esta vez fue ella la que titubeó, pero procuró que no se le notara.

—Si tanto quieres, ¿por qué no lo haces tú solo?

—Lo haría si pudiera —replicó él—. Pero tú eres importante en esto. Pudiste regresar de allí, y eso lo cambia todo.

—Y aun así, no quieres responderme —le recriminó ella con consternación. Los ojos de Dazi, cabizbajo, vibraban con una repentina desesperación, como si buscara en su cabeza más argumentos para persuadirla. —Dime al menos por qué quieres resolver el misterio del bosque, hasta hace poco estabas bien resignado —dictaminó ella—. ¿Qué estás buscando realmente? Y dime la verdad.

Era un ultimátum y Dazi lo entendió también. Pareció oscilar en su sitio como un tallo aturdido mecido por el viento, reuniendo tal vez fuerzas de flaqueza para hablar. Nivia apenas se percató que era la primera vez desde que lo conocía que lo compelía a confesar algo sobre él mismo. Y la reticencia de Dazi era comprensible, pues los que poco revelan sobre sí mismos, encuentran difícil mostrarse ante los demás.

Pese a su irritación, Nivia le creía. Sabía que si él hubiera querido mentirle, lo hubiera hecho. Sin embargo, si no le daba al menos esa respuesta, estaba dispuesta a zanjar su relación con él. Como lo había hecho con Lantés. Al menos esa respuesta. Al menos merecía saber eso.

Al menos eso.

—No te... —masculló por fin, cuando parecía que su indecisión iba a ganar la partida—. No te he dicho todo lo que nos dijo Lantés...

Nivia permaneció silente, su mirada evaluadora. Y mantuvo a raya la desazón airada para poder escucharlo. Dazi sólo se había limitado decir de forma gaseosa que Lantés había insinuado que había una manera de lidiar con aquella presencia en el bosque, y ella se había aferrado a esa posibilidad.

Sabía que el abolengo de Lantés, la familia Varando, se remontaba a uno de los pioneros en habitar en Trocanto, y en su casa guardaba libros antiguos de épocas antañas. Incluso, años atrás, en sus días de amistad, él mismo les había presumido algunos ejemplares. Nivia esperaba que las respuestas que necesitaba se encontraran en uno de estos. De eso se trataba su plan de irrupción en casa de Lantés.

Antes de que lo preguntara, Dazi prosiguió.

—"Con la muchacha que regresó del bosque, vino un nuevo viento y las que se fueron volvieron para decir adiós otra vez" —recitó él, Nivia supo que tal vez se lo escuchó decir una vez a Lantés, pero había bastado para que él lo memorizara al vuelo. Y había decidido no compartirlo. —Estaba narrado en pasado y en ese momento parecía sólo parte de un cuento, pero tiene sentido ahora.

Nivia procuró controlar su exaltación, pero sintió que una nueva rabia afloraba en ella.

—De ahí no se entiende que se pueda acabar con lo que hay en el bosque —dijo, con una velada recriminación.

—Tal vez sí —repuso él, aún cabizbajo—. Tal vez no.

Pero fuera de cualquier tal vez, a Dazi no le importaba salvar al pueblo. Eso lo vio ella con nitidez en ese instante.

—Y ¿por qué haces esto entonces? —exigió saber.

De nuevo él titubeó, sin embargo, liberó un exhalo tenso y su respuesta fue más presta.

—Yo sólo... —susurró con una involuntaria nota aguda—. Yo sólo quiero verla... una vez más.

—¿A quién?

Su respiración tiritó, como si quisiera retener las palabras.

—A Gabriela.

Nivia parpadeó, irresoluta. Todo sentimiento agresivo se disipó de pronto para tornarse en un ansioso desconcierto. De nuevo acudió a ella la impresión que había tenido el día que había hablado con Dazi luego de lo acontecido con Gabi. Aquello que él nunca había confirmado. Pero tuvo la sensación de que había algo más detrás de eso.

—Hay algo... —continuó Dazi—, algo que ella nunca te dijo.

Estaba coaccionado por la situación, pero a su vez, de alguna forma él necesitaba también descargar aquel secreto.

Y así fue como inició su historia.

La doncella crepuscularWhere stories live. Discover now