4. El secreto

149 34 11
                                    


Hay amistades que surgen espontáneamente, hay otras que se toman su tiempo en germinar. Y hay de aquellas en las que uno no recuerda en qué momento han iniciado. Como si es que el otro hubiera estado allí desde el inicio de los tiempos.

Nivia no podía traer a su memoria un solo momento en el que Gabi no hubiera estado a su lado. No sólo habían sido vecinas, habían sido amigas toda la vida. Era como una hermana de padres distintos. Incontables veces pasaron la noches una en la casa de la otra, sumergidas en interminables conversaciones, jugando con las luces de las linternas, confesándose sus sueños para el futuro, sus temores y expectativas. Tantas veces hicieron trabajos juntas, y otras tantas una buena cuota de travesuras.

Nivia siempre tendría el cuadro de ellas dos, inmersas en algún problema, Nivia tomando una decisión ejecutiva y Gabi siguiéndola, fielmente. Si acordaban algo, sabía que Gabi lo cumpliría hasta el final, aun si no le gustara el plan. Y así había sido hasta su último suspiro.

Cuando Nivia supo que no habría mayores investigaciones sobre el caso de Gabi, no pudo entenderlo. No había podido comprender la reacción farsante de Lantés, pero la resolución de las autoridades del pueblo la dejaron en un indignado desconcierto. Era como si el mundo estuviera al revés, como si un asesino caminara con una cabeza cercenada y todos lo miraran con indiferencia.

¿Qué demonios estaba sucediendo?

Nunca había enfrentado sola una situación parecida. Para esas siempre había tenido a Gabi, pues si sentía que no podía hacer algo sola, siempre la presencia de su amiga le confería el aplomo necesario.

"De no haber sido por eso, ella aún estaría aquí", se dijo.

Su amiga había pagado con su vida aquella ciega lealtad, y Nivia debía devolverle con la misma moneda.

Sólo había entrado una vez a la casa de Dazi, sin embargo, Nivia la recordaba muy bien. La pulcra sala estaba idéntica, como si no hubiesen movido ningún adorno. No obstante, se le antojó más estrecha que en su recuerdo. Aún podía evocar el día en que los cinco habían salido a explorar el bosque, y Ulises había tropezado y se había hecho una llaga en la rodilla. La casa de Dazi era la más cercana y además, estaba desprovista de adultos en ese momento, y ninguno quería dar explicaciones a nadie de dónde habían estado.

Eso había sido hacía tiempo, y sólo con poner un pie en esa sala, Nivia supo que las cosas no podrían volver a ser como antes. Gabi ya no estaba, se había ido para siempre. Nivia sintió repentinamente una comezón ardiente detrás de los ojos pero ninguna lágrima escapó. Había llorado toda la noche, y sabía que si empezaba otra vez, no se detendría.

Las cosas nunca volverían a ser como antes, Gabi no regresaría jamás, y Nivia tenía que acostumbrarse a hablar sobre ella en tiempo pasado.

—¿Tú sabías que ella iba a salir al bosque? —preguntó directamente Dazi sin ningún preámbulo, tomando a Nivia por sorpresa. Ni siquiera le había ofrecido asiento, y su expresión se había tornado ligeramente hosca.

—Se... se suponía que las dos íbamos a salir...

—¿Las dos? —repitió él. Su inflexión admonitoria fue más evidente. —¿Cómo se les ocurrió eso para empezar? ¿Y por qué no estuviste con ella?

—Tuve unos problemas y no pude salir, pero ella...

—Se te ocurrió a ti, ¿no es así?

Nivia recordaba muy bien cuando Dazi desestimaba las malas ideas, y cuando aún eran un grupo siempre lo hacía con tino. Sin embargo, él ahora parecía haber abandonado cualquier tacto. Se percató que si había accedido a hablar con ella había sido para hacer él las preguntas. Siempre había encontrado un tanto más difícil hablar con Dazi, ahora que lo pensaba.

—Sí, fue mi idea —admitió Nivia—. Íbamos a seguir a Lantés.

La expresión de Dazi se tornó de pronto indescifrable. Nivia se preguntó cómo era que él había cambiado tanto. Cómo era que todos habían cambiado, sólo con la partida de Gabi recién empezaba a notarlo.

—¿Por qué quisiste seguirlo? —continuó él por fin en una clara reprimenda—. No importa lo que sea que quisieras ganar con eso, ¿pero por qué tenías que meterla? ¿Por qué no lo hiciste tú sola?

—Acordamos que iríamos las dos...

—¡Claro que lo acordaron! ¡Ella nunca te decía que no! —espetó, erguido y ceñudo.

Nivia se sobresaltó ante su arrebato, y pudo notar un destello trémulo sus ojos de almendra. Ni siquiera en sus años como amigos lo había visto antes enfadado, pero si lo estaba, no podía decir que era un enojo normal. Aquella fue una de las razones por las que Nivia no le respondió de igual manera, pues cayó en cuenta que detrás de ese hostigamiento había algo que ella también sentía. El genuino dolor de la pérdida.

—Sé que estuvo mal —dijo después de aspirar hondamente—. Estuvo muy mal... Lo sé. Pero quiero saber por qué. Gabi no se desvaneció en el aire, algo le pasó. Algo está mal aquí y a nadie parece importarle.

Dazi la observó con más calma, de nuevo su gesto inescrutable. Se reclinó en la columna de la pared y cruzó los brazos, como si meditara en algo.

—Hay cosas que son preferibles no saberlas —manifestó él.

—Tú sabías lo de Lantés ¿cierto? —aventuró Nivia.

—Por más que indagues, nada la traerá de vuelta.

—Lo sé.

—¿Entonces qué quieres?

Su pregunta fue muy relevante, porque hasta ese momento Nivia no sabía qué era lo que pretendía. No obstante, las palabras fluyeron naturalmente de su boca, como si las hubiera tenido en su mente desde el principio.

—Quiero que todos sepan lo que pasó —respondió, su voz de pronto gruesa y enfática—. Quiero que se acabe el misterio... las reglas sin sentido. Quiero la verdad.

Había aparecido como una certeza entre líneas. Nivia tenía ya la clara noción de la existencia de un secreto, y que Dazi lo conocía. El joven la miró de forma significativa y luego se tornó cabizbajo, un mechón oscuro cubrió sus ojos dándole un aspecto sombrío. Él podía haber sido el más distante de su grupo, pero lo necesitaba. Era la única hebra desde donde podía iniciar para desenrollar el enigma.

—Gabi no se merecía esto —lo escuchó musitar en un hilo de voz casi tan imperceptible que pareció un suspiro.

A eso sobrevino un silencio extraño, pensativo. Nivia no quiso apremiarlo, pero en el instante en que pensó que no diría ya nada, él por fin soltó:

—Si te lo digo... —inició— deberás fingir no saber nada frente a los demás.

—¿Frente a quiénes?

—Frente a todos.

Nivia parpadeó ante la incomprensión, sintió un tirón de ansias en su estómago y apenas pudo controlar su exaltación.

—Está bien.

Ella supo que aquel era el prólogo de la historia. Una historia que, como él había advertido, era preferible no saber.

—A todos los chicos nos lo revelan cuando cumplimos quince. —Su mirada aún estaba clavada en el piso, una mueca curva se había dibujado en sus labios. Su tono, sin embargo, era impasible. —Fue el año pasado que nos revelaron qué es lo que hay en el bosque.

La doncella crepuscularWhere stories live. Discover now