5. Un relato de antiguo

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—¿Has oído la historia de la ninfa sin nombre? —le había preguntado Gabriela hacía tiempo, una de las tantas trasnochadas en su casa.

—¡Claro! —respondió Nivia.

Inmerso entre los cuentos clásicos de Perrault y los hermanos Grimm con los que crecían los niños, en Trocanto era igual de conocido el cuento La ninfa sin nombre. Era una historia cosechada en ese pueblo, tan vieja como él mismo. Nivia lo había oído de su madre cuando ella aún le narraba cuentos para dormir. En su mente infantil se había dibujado las siluetas y los escenarios. La ninfa grácil y elegante, de cabellos plateados y ojos fulgurantes, que habitaba los bosques a orillas del pueblo. Un noble de tierras lejanas acudió al oír los rumores que se decían sobre su encanto y belleza. Pero cuando quiso pretenderla, ella objetó.

—Sólo podrás tener la gracia de mi pureza si es que recuerdas mi nombre —condicionó—. Si para cuando el sol se ponga no puedes recordarlo, tendrás que regresar por donde viniste y no volverás a buscarme.

—No cabe duda que lo recordaré, mi dama —aseguró el joven—. No pensaré más que en su nombre. Lo saborearé en mis labios todo el día, y a la llegada del crepúsculo, volveré.

Los sonidos del bosque acallaron cuando la ninfa murmuró su mágico nombre en el oído del hombre. Una palabra tan bella y encandiladora que estremeció por un instante al pretendiente; y su devoción fervorosa por aquella sublime doncella se enzarzó más en su pecho, como hiedra y espinas.

No obstante, los nombres de los seres sobrenaturales no son como los de los humanos. No permanecen en la memoria, sino que parecen tener voluntad propia. Pues prefieren fluctuar en la mente de los hombres. Huidizos, escurridizos. Inasibles.

Al caer la tarde, el joven regresó apenas con un hilo de reminiscencia de lo que había sido el nombre de su amada, como una estela de perfume que se desvanece. Y al no poder repetir la palabra, le suplicó por otro intento más. Pero ella se negó rotundamente.

—Tuviste tu oportunidad. Ahora vete —sentenció la ninfa.

Sin embargo, el delirio del joven por aquella criatura lo carcomía y fue incapaz de aceptar el rechazo. Enloquecido, se abalanzó sobre ella para capturarla y llevarla hasta sus tierras, pero ella escapó. Y corrió hacia las profundidades del bosque, sus cabellos argentados danzando entre las ramas. El joven la persiguió entre el boscaje, la espesura, la oscuridad; sin darse cuenta que cada vez se hundía más en la enrevesada jaula verde. Cada vez más adentro. No dejaba de ver la estela centelleante de sus cabellos y cada vez la sentía más cerca. Sus dedos casi rozando esas finas hebras plateadas, su risa femenina incitándolo a reclamarla. Pero era un engaño, pues no era a ella a quien veía, sino las ilusiones del bosque mismo. Y nadie lo vio jamás, y el nombre de la ninfa se perdió con él.

Como se pierden todos los sueños que se corrompen.

—El cuento está mal —le había asegurado Gabi con un halo de misterio.

—¿Cómo que está mal?

—La historia no es así.

Gabi había compartido la misma fascinación que Nivia tenía por las historias aunque por diferentes motivos. Para Gabi no eran más que entretenimientos momentáneos, no obstante, Nivia que tenía pretensiones un tanto literarias veía un poco más allá. Las historias, las buenas historias, eran misteriosas, como obras de arte. Cuando las observabas en un primer vistazo veías algo, pero cuando le echabas una segunda ojeada encontrabas significados que no habías notado antes. Algunas eran profundas como una mina oscura que guarda piedras resplandecientes en su seno. Otras eran violentas y contundentes como un zarpazo. Las historias eran seres salvajes y hambrientos, cambiantes y embusteros. Pero al mismo tiempo, sabios.

La doncella crepuscularحيث تعيش القصص. اكتشف الآن