Capitulo 6

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Durante años, Norra no lloró. No podía llorar. Se unió a la Alianza Rebelde como piloto, y cuando tomó la decisión (más con las entrañas que con la cabeza), se endureció. Se

puso una dosis extra de acero en la espina dorsal. Todos los miedos, preocupaciones y emociones se convirtieron en algo ajeno a ella. Anclas que la amarraban a su vida anterior, a una forma de pensar que ya no era la suya. Si iba a superar todo esto, tenía que cortar todos esos amarres con un cuchillo frío y despiadado. Dejarlo todo atrás.

Valía la pena hacer todo esto por la Alianza. Su lucha no les dejaba tiempo para llorar. No podían permitirse el lujo de mirar hacia atrás.

Desde que se unió a la lucha, solo ha llorado en dos momentos. El primero fue hace tan solo unos meses, justo después de la Batalla de Endor. Cuando salió con su Ala-Y, y con un droide astromecánico acribillado, del laberinto de pasajes a medio construir del interior de la segunda Estrella de la Muerte. Logró salir unos instantes antes de que la estación espacial empezara a implosionar y luego explotara a sus espaldas. La ola expansiva la hizo estremecer, y casi se desmaya. Esa noche, sentada sola en un vestuario del crucero estelar Hogar Uno, con el mono de piloto a medio quitar, se puso a llorar. Como un bebé sin su madre. Con sollozos violentos que la agitaban como el romper de una ola. Hasta acabar tumbada el suelo en posición fetal, abatida. Al día siguiente le dieron su medalla. Sonrió y se volvió hacia el público que le aplaudía. No se mostró como estaba en realidad: vacía y descompuesta.

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Star Wars: Consecuencias

La segunda vez es aquí, ahora. Abrazando a su hijo. Sintiendo que la rodean los brazos de su hijo. Las lágrimas de ahora no son como los sollozos descontrolados de esa noche de hace unos meses. Son lágrimas de felicidad y, aunque le cueste admitirlo, de vergüenza. Parece que se ha cerrado el círculo. Lo que perdió esa noche en la batalla le ha sido devuelto aquí y ahora. Entonces se sintió vacía. Ahora vuelve a sentirse llena.

Y entonces todo se pone en movimiento violentamente. El tiempo le arranca los pies de este momento lento y perfecto, este momento de reencontrarse con su hijo después de muchos años. De repente, resulta que Temmin ya no es un niño. Es joven, pero ya se está haciendo todo un hombre. Esbelto, fibrado, con una mata de pelo oscuro en la cabeza. Está dando palmadas y gritándole a ese extraño droide de combate que está en el suelo:

—Huesos. Lleva el deslizador a la parte de atrás. Tenemos que cargar estos tres maleantes infectos y te los tienes que llevar todo lo lejos que puedas por la carretera de Trabzon. Quiero decir hasta Kora Biedies —y al decir esto se vuelve hacia ella y dice—, esos remolinos que hay junto a la carretera. Los rápidos —entonces vuelve a hablarle al droide—. ¿Me has oído, Huesos?

ConsecuenciasWhere stories live. Discover now