INTERLUDIO

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CORELLIA 

Entre los relámpagos, el combate continúa. En el tejado del viejo holoplex, con un panel publicitario luminoso y cambiante como telón de fondo, dos hombres pelean. Llevan tanto tiempo aquí, que han perdido la noción del tiempo. Están agotados. Empapados. Mientras peleaban se puso a llover. Ya ha parado. Pero ellos no se detienen.

El mayor es grueso y desaliñado. Lleva el cuerpo cubierto por una armadura de color rojo óxido, y la cabeza envuelta en trapos mojados. Se da la vuelta. Sus dos puños alzados parecen garrotes. Un chorro de sangre le cae de la nariz y hasta la boca. Se lame la sangre y sonríe como un borracho.

—Podemos dejar este juego cuando quieras, compañero —gruñe Dengar—. Podemos sentarnos en algún lugar a tomar una cerveza, a hablar del trato.

—No hay trato —dice el otro hombre, el que se llama a sí mismo Mercurial Swift. Es joven. Ágil. No lleva armadura. El cabello oscuro mojado le cubre la frente pálida. En las manos lleva un par de bastones. Los hace girar—. Tienes que dejarlo ya, Dengar. Te estás yendo más allá de las estrellas. Es una cruzada de locos.

Al oír esto, Dengar vuelve a arremeter. Lanzando puños como martillos. Como si no quisiera simplemente golpearlo, como si pretendiera machacarlo como pulpa de fruta para el zumo de la mañana. Mercurial recibe un puñetazo en la clavícula. El dolor le sube por el cuello y le baja por el brazo. Uno de los bastones le cae al suelo, chapoteando en un charco.

Mercurial hace una pirueta lateral. Cuando Dengar se le acerca, el cazarrecompensas más joven se agacha y le clava un extremo del bastón en el espacio que hay entre las placas de armadura de Dengar. Justo en las costillas.

Dengar suelta un grito y da un par de pasos atrás, tambaleándose, agarrándose el costado con las manos.

Sonríe a la vez que frunce el ceño.

—Únete a mí. Eres bueno. Eres rápido. Pero estúpido. Muy estúpido. No hay más que verte. Más verde que las especias doaki cuando están frescas. Necesitas una... mano que te guíe.

—¿La tuya? —pregunta Mercurial, tosiendo sarcásticamente—. No creo que eso vaya a pasar, viejo —otro destello de un relámpago. Sin trueno—. ¿No lo pillas? Me metí en este trabajo porque me gusta estar solo. Me gusta trabajar en solitario. —Se ríe. Es un sonido curioso, melódico—. No me hice cazarrecompensas para unirme a un club, ¿sabes?

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Star Wars: Consecuencias

Dengar vuelve a moverse en círculo.
Mercurial se mueve también en círculo, pero hacia el otro lado. Hacia el bastón caído. —¡Siempre hemos sido un club! —grita Dengar.
—Quizá lo que te pasa es que los otros cazarrecompensas siempre se llevan la presa

antes que tú. Te dan una paliza —Mercurial encuentra el bastón. A sus pies. Lo hace saltar con el pie y lo coge con la mano.

ConsecuenciasWhere stories live. Discover now