Capitulo 18

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Jas abre la puerta rápidamente. Con el bláster desenfundado.
Ve un droide bajo la lluvia del alba.
Es un droide de combate B1. El droide de combate B1, el guardaespaldas al que

Temmin llama Señor Huesos. La lluvia que cae sobre el servomotor de su cráneo expuesto hace saltar chispas y pequeñas nubes de vapor. Temmin sale corriendo.

El droide, pintado de rojo y negro, suelta una risa de loco. Un sonido mecánico y distorsionado. Entonces levanta un brazo (el único que tiene ahora mismo) y empiezan a repiquetear todos los huesos de animales que lleva colgados.

El droide levanta el pulgar de la mano.
—¡Huesos! —dice Temmin, abrazando al droide.
—HE LLEVADO A CABO VIOLENCIA —suelta el droide. Jas se pregunta si es orgullo eso

que resuena en su voz mecánica—. A LA ORDEN.
Entonces de la cabeza empieza a salir una nube de chispas. Los ojos se apagan. Y cae

a un lado como un árbol talado.
Temmin suelta un sonido gutural de tristeza. Sinjir pasa por ahí y dice:
—Creo que esa cosa ha visto tiempos mejores, chaval.
—Cállate —le replica el chico—. Vas a herir sus sentimientos. Solo necesita trabajo.

Ayúdame a entrarlo.

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—Es de noche, ¿sabe? —dice una voz.
Wedge, que está sujeto a la mesa por grilletes magnéticos, se despierta de un susto.

Estaba soñando. Soñaba que estaba en el espacio dentro de un caza estropeado, le faltaba oxígeno, su droide astromecánico estaba destruido y la nave iba a la deriva por el vacío. El sueño se desvanece de golpe como arena mojada que de repente se seca.

La voz. Es la voz de ese hombre extraño, el hombre cuya edad es difícil de saber, el hombre con las estriaciones oscuras que no llegan a ser arrugas, el de los ojos pequeños y brillantes y la sonrisa de serpiente.

El hombre que le hace cortes con un cuchillo.

No obstante, ahora mismo no ve ningún cuchillo. Solo al hombre, que junta las manos dentro de las mangas acampanadas de su bata.

—¿Ha venido para seguir torturándome? No logrará quebrarme.
La sonrisa espeluznante del hombre ni se inmuta.
—Lo sé. Lo veo. Puedo ver que su vitalidad no va a decaer —levanta un dedo, como

si tuviera una epifanía. Pero más bien está dispuesto a iluminar a su prisionero—. ¿Sabía que los lores Sith a veces podían drenar la energía de la Fuerza de sus cautivos? Les extraían la vida y así reforzaban su conexión con el lado oscuro. Y de paso alargaban sus propias vidas, para poder vivir durante siglos, superando los límites de su cuerpo.

—¿Se cree que es algún tipo de mago?
El hombre chasquea la lengua.
—En absoluto. Me llamo Tashu. Soy un simple historiador. Un estudiante de los

viejos métodos. Y, hasta hace poco, consejero de Palpatine.
—Mi amigo Luke me dijo algunas cosas sobre él.
La sonrisa de Tashu se ensancha, dejando entrever unos dientes pálidos.
—Sí, me lo imagino. Seguramente, una percepción filtrada por la visión ingenua y

confundida de un muchacho. —Sus dedos pinzan el aire como una araña probando una de sus telarañas.

—Ya sé que no lo voy a quebrar físicamente.
—¿Entonces por qué se molesta en venir?
—Para impedirle que duerma bien. Y para quebrarlo mentalmente. Quizá no nos

aporte ninguna información. Pero me gusta practicar.
—Soy piloto. Estoy acostumbrado a no dormir.
—Sí, pero no está acostumbrado a la desesperación. Mire a su alrededor. Está

encerrado. Torturado sin propósito alguno. El Imperio está resurgiendo en este mismo palacio. Su Nueva República tiene un momento para respirar y ponerse en pie, pero nosotros tenemos una maquinaria bélica. Tenemos la bendición del lado oscuro. Y por mucho que su gente vaya avanzando, recuperando un sistema estelar tras otro, estaremos esperando. De una forma u otra. El Imperio es solo una piel que llevamos. Un caparazón. No se trata solo de imponer la ley y el orden. Se trata del control total. Siempre volveremos a recuperarlo. Por mucho que os esforcéis en derrotarnos, somos como una

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Star Wars: Consecuencias

infección dentro de los huesos de la galaxia. Y siempre apareceremos cuando menos os lo esperéis.

—Se equivoca —dice Wedge, apretando la mandíbula—. En la galaxia vive buena gente. Hay más de los nuestros que de los vuestros.

—No es una cuestión de números o de porcentajes. Es una cuestión de fe. Aunque seamos pocos, tenemos infinitamente más fe que todos vosotros.

—Yo tengo fe en la Nueva República.
Tashu se ríe entre dientes.
—Pondré a prueba su fe.
—Y yo la suya cuando le patee los dientes.
—Aquí está —dice Tashu, chasqueando los dedos tan fuerte que suena como si le

hubieran partido el cuello a un pájaro—. Una descarga de ira y odio, surgida de la desesperación que he generado. Una semilla pequeña pero terrible. Estoy impaciente por verla crecer, transformarse en un árbol mezquino de frutos horrorosos. 

ConsecuenciasWhere stories live. Discover now