INTERLUDIO

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UYTER 

—Tenemos un problema —dice el conductor.
El joven Pade ve el humo sobre las colinas mucho antes de ver de dónde viene. Pero

puede adivinarlo.
Mira al resto de reclutas. O reclutas potenciales. Todos murmuran sobre lo mismo.

Murmuran y abren las ventanas del transporte y miran hacia fuera.
El conductor de autobús flotante, un nimbanel bigotudo y de hocico hinchado, mira

hacia atrás con esos ojos pequeños y brillantes que tiene debajo de una frente enorme. El nimbanel le dice a Pade y a los otros chicos:

—Se lo... se lo tenéis que decir. Decidles que no trabajo para el Imperio. ¡Yo solo conduzco! Lo sabéis todos, ¿no?

—Vamos, hombre —dice Pade—. Llévanos hasta ahí.
El nimbanel suelta algún improperio en voz baja.
Otro de los chicos, regordete, de pelo áspero y oscuro y varias pecas en la cara, se da

la vuelta y mira a Pade.
—¿Crees que estamos acabados?
—No lo sé —dice Pade encogiéndose de hombros—. Tendremos que esperar para

saberlo, supongo.
Pone cara de duro. Pero es falso, porque él también tiene miedo.
El autobús sigue avanzando por las carreteras maltrechas de Uyter. Las colinas que se

alzan a lado y lado de la carretera están cubiertas de hierba. En su día era hierba verde, pero ahora es pálida, descolorida.

Pronto, entre esas colinas aparece la academia imperial de soldados de asalto.

Está ardiendo. O, mejor dicho, ha ardido. La mitad del edificio ha sido arrasado por las llamas. Desde su interior se alzan columnas de humo negro.

En el suelo hay una docena de soldados de asalto muertos.

Entre ellos hay otros hombres y mujeres. No son imperiales. Llevan sencillos chalecos y cinturones multiusos. Llevan rifles y blásteres. Todos los chicos del autobús sacan la cabeza por la ventana para mirar. Al igual que Pade, es la primera vez que ven armas tan de cerca.

Esparcidos por ahí hay horquillas, llaves y herramientas contundentes.

En su mayoría son jóvenes granjeros. Gente de la periferia. Algunos de ellos, reclutados por los oficiales.

A algunos, como en el caso de Pade, simplemente los enviaron.


102

Star Wars: Consecuencias

Los enviaron aquí.
A un lugar que ya no es un lugar.
El autobús se detiene cuando uno de los hombres se planta delante del vehículo. Un

rebelde, piensa Pade. La puerta se abre y el nimbanel baja. Los chicos se quedan sentados, sin saber muy bien lo que tienen que hacer.

Pade piensa que tiene que parecer duro. Baja del autobús.

El nimbanel está discutiendo con el rebelde, un hombre de barba descuidada y con una cicatriz en un lado del cuello. El nimbanel agita las manos, diciendo:

—No, no, estos niños no son mi responsabilidad. ¡No! No los voy a devolver, nadie me pagará por esto...

—Señor —dice el rebelde—, como puede ver, la academia imperial está cerrada. Este no es lugar para los niños. —Cuando ve a Pade ahí, el rebelde se aparta del conductor y baja la mirada hacia él.

—Señor —dice Pade.

—Hijo —dice el hombre—. Vuelve a subir al autobús. Volverás a casa en menos que un nerf sacude la cola.

—No quiero ir a casa.
—Da igual. Tu casa no es aquí.
—No tengo casa en ninguna parte. Mis padres me echaron y se fueron sin que me

enterara. Se han ido a algún lugar a hacer de nómadas. Solo puedo ir a la academia imperial. No tengo otro lugar.

El rebelde reflexiona. Mira hacia las colinas. Entonces al nimbanel, al autobús y otra vez a Pade.

—¿Qué harás si no puedes venir a la academia?

—Ya te lo he dicho. No puedo ir a ninguna parte —Pade se mira los pies y baja la voz—. ¿Habéis matado a los chicos de la academia? ¿Los futuros soldados de asalto?

—¿Qué? Por todas las estrellas, no.
—¿Qué habéis hecho con ellos?
—Te gusta meterte donde no te llaman, ¿verdad?
—Quizá por eso mis padres decidieron deshacerse de mí.
El hombre suspira y se arrodilla.
—Algunos de esos chicos se irán a casa. Otros se van a la Nueva Academia de

Chandrila. Si tienen edad suficiente, nos los llevaremos y les enseñaremos a ser soldados, si quieren unirse a la causa. De lo contrario, vuelven con sus padres. O van a orfanatos.

Pade levanta la barbilla.
—Ahí es donde quiero ir yo también. A la Nueva Academia.
—Mmh —al hombre se le estrechan los ojos—. De acuerdo, a ver —se pone la mano

en el bolsillo y saca un puñado de créditos, se gira y se los pone en la mano al nimbanel. Entonces le dice a Pade—. Ciudad Central sigue estando en manos del Imperio. Asegúrate de que te lleve a Romperíos. Mañana por la mañana hay una lanzadera que sale de ahí y lleva a Ciudad Hanna. Asegúrate de estar en esa lanzadera.

LSW 103

Chuck Wendig

Pade asiente con la cabeza.
—Gracias, señor.
—Todos los chicos que quieran pueden tomar esa lanzadera. Díselo.
—Lo haré —Pade se da la vuelta, y dice por encima del hombro—. Gracias. Que la

Fuerza le acompañe, señor.
—Y a ti también, chico. Y a ti también. 

ConsecuenciasWhere stories live. Discover now