Capítulo Tres

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Aquel día la mañana se hizo eterna para Kit, quien se tuvo que pasar todo el día encargándose de enjuiciar a dos jóvenes de dieciocho que chocaron un auto por beber de más, a una secretaria acusada de robar dinero y a un anciano que había cometido una horrible masacre en el asilo donde se hospedaba.

Si bien se podría decir que el joven ya se había acostumbrado a encargarse de varios casos bastante turbios había veces en las que un asesinato más cruel y oscuro que el anterior era revelado justo cuando creía que ya lo había visto todo. Y algo que nunca ayudaba era la presencia o la ausencia de su mejor amigo.

Kit podía decir muchas cosas acerca de Lorenzo, pero si había algo que le tuviese que criticar sin duda sería el humor bizarro que el hombre tenía para los casos más horribles. Chistes que solían repetirse aunque no hicieran reír a nadie, y que hacían dudar al juez sobre su amigo.

Por fortuna aquel día no vería a su mejor y único amigo hasta el último juicio de aquel día, el cual empezaría en unos minutos. Además se trataba del juicio a la criminal Aldana Cates, quien si bien había cometido varios asesinatos espantosos no destacaba de la mayoría de homicidas que Kit y Lorenzo habían visto en su trabajo.

Tampoco podría decirse que el mejor amigo del juez fuera mucho de meterse con delincuentes, sino justamente lo contrario. Lorenzo Marconi despreciaba a la mayor parte de ellos y rara vez asistía a alguien que no fuera la policía. Las pocas veces que lo hacía solía ser por grandes cantidades de dinero, porque creía que la persona realmente era inocente o porque le debía un favor y se veía obligado a cumplirlo.

Mientras continuaba pensando en su amigo Kit se dirigió hacia afuera de la sala en la que acababa de condenar al anciano a cadena perpetua en busca de algo para tomar, y al ver a Lorenzo acercarse con un vaso de café en cada mano todos sus pensamientos negativos sobre el abogado se esfumaron. 

          —¿Listo para el juicio? —lo cuestionó su amigo con una mirada ansiosa, mientras le tendía una mano para ofrecerle uno de los cafés.

          —Por supuesto —asintió él, mientras tomaba la bebida que su amigo le dio para posteriormente soplarla. Más de una vez se había quemado por tomar café demasiado rápido, y con el tiempo había ido aprendiendo a esperar.

A Kit le pareció inquietante la expresión de ansiedad y entusiasmo que demostraba su amigo, por lo que decidió averiguar que le pasaba.

          —¿Estas bien? Las pocas veces que te veo tan alegre es cuando ganas un juicio, pero como no pasa mucho me resulta raro verte así.

En lugar de ofenderse por el comentario del juez Lorenzo miró a su amigo con la misma expresión de felicidad.

          —Antes de entrar aquí me llamaron los policías. Parece que la última víctima de nuestra acusada tenía familiares que lo querían mucho, y que se ofrecieron a pagarme una cantidad extra si ganamos este juicio. Solo necesito que esa Aldana se pase el mayor tiempo posible en prisión, si es cadena perpetua mucho mejor.

Al oír esto Kit esbozó una sonrisa forzada, la cual su amigo no notó. El hombre se alegraba por Lorenzo y por la suerte que estaba teniendo, pero al mismo tiempo no podía dejar de pensar en la posibilidad de que Aldana Cates pudiera quedar libre. Una posibilidad pequeña, aunque existente.

Cuando el momento del juicio llegó Kit se encontraba terminando las últimas gotas de su café mientras se dirigía a su lugar en la sala, al frente de los abogados, los testigos y el resto de personas. Lorenzo ya se encontraba sentado al frente, con sus amigos policías alrededor y el vaso de café aún en sus manos. No había ningún rastro de la acusada.

Sin comentar nada acerca de la ausencia de Aldana, el Juez se concentró en esperar pacientemente desde su lugar sin decir nada. Podía sentir como Lorenzo le iba lanzando miradas de complicidad que él intentaba ignorar, como si la idea de condenar a la asesina por conveniencia de su amigo no le resultara agradable.

          —Disculpen la demora —exclamaron dos guardias, entrando de repente en la habitación sin mirar a nadie—. Tuvimos un pequeño percance con cierta acusada que intentó escapar.

Ambos oficiales miraron a la pelirroja que habían llevado, a la cual Kit solamente conocía de nombre pero que al verla en persona lo sorprendió inexplicablemente. La mujer se encontraba esposada, con los brazos en la espalda y algunos mechones de pelo rojo en la cara debido al fallido intento de escape.

En aquel momento lo único que Kit sintió fue una inexplicable sensación de liberar a aquella chica y poder tenerla más de cerca, ya sea para conocerla o únicamente para continuar mirándola. No recordaba esa sensación desde hacía mucho tiempo atrás, pero sabía perfectamente de que se trataba. Era algo muy malo, terrible, y mucho peor era que él no pudiera controlarlo.

Kit no era cristiano. No obstante, en aquel momento cerró los ojos y rezó en su mente pidiendo que no se enamorase de aquella mujer. Mujeres lindas había muchas y criminales más bien pocas; no comprendía como se había dado semejante coincidencia. Resultaba ridículo, y no podía dejar que se convirtiera en algo real y más intenso. Además tenía que condenarla, por Lorenzo y porque era su trabajo. No podía simplemente dejarla libre si quería conservar su trabajo, y al mismo tiempo era incapaz de condenarla después de haberla visto.

Absorto en sus pensamientos el juez no se percató de que las miradas habían pasado desde la recién llegada hasta él, quien se había quedado absorto en sus pensamientos. Toda la sala se encontraba a la espera de que abriera el juicio, y no tenía tiempo para pensar que hacer.

Su mirada pasó desde Aldana hasta Lorenzo, y luego por todos los presentes. Luego, para sorpresa de todos, Kit se puso de pie y caminó hacia la salida.

          —Pospongan el juicio. Me surgió un asunto de total importancia, y el resto de jueces se fueron.

Dicho esto se retiró de los tribunales, esperando que fuera suficiente para salvar a Aldana y al mismo tiempo preguntándose que mierda acababa de hacer.

Condenada Por El JuezWhere stories live. Discover now