Capítulo Seis

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El día del juicio llegó más pronto de lo que Aldana se esperaba, y mientras esperaba desde la patrulla por segunda vez se puso a pensar en la situación en la que estaba poniendo al juez que la quería tanto como para perder su trabajo por ella. No sabía si se trataba de verdadero amor o simplemente era estúpido, pero mientras la ayudara a ella a quedar libre el tiempo suficiente como para huir se lo agradecía.

Sabía que lo había puesto en una situación muy complicada y prácticamente lo había obligado a actuar por amor, aunque no iba a negar que él se encontraba muy dispuesto a colaborar. Aldana sabía que podía usar esto a su favor, y luego seguir con lo acordado.

Aquella tarde la llevaron a los tribunales una hora antes de que se realizara el juicio, y ella intentó aprovechar esa oportunidad para localizar a Kit y dialogar con él para poder acordar que sentencia le daría. Dado a las pruebas que tenían era imposible que la dejaran impune, pero al menos podría conseguir alguna condena que no la privara de su libertad y le permitiera escapar con la ayuda del enamorado juez.

Sin embargo su plan de buscar al hombre y seguir complotando para sacarla no fue como esperaba, y la única razón de esto fue la intervención de los guardias. Como ninguno de los dos parecía dispuesto a volverla dejar entrar tuvo que conformarse con esperar una hora hasta que la llevaran a la sala del juicio.

Apenas entró volvió a ver a Kit sentado al frente de la sala, pero con la diferencia de que esta vez intentó ignorarla y se concentró en llevar a cabo el juicio.

          —Bien... —comenzó a hablar Lorenzo desde su asiento, luego de dirigir unas miradas muy desagradable hacia el juez y a ella— Como el Juez por fin decidió hacer el juicio sin posponerlo esta vez ya es hora de que me encargue de hacer justicia, y voy a empezar hablando del asesinato de Max Fingard. Esta fue la última víctima de la acusada, y las investigaciones dicen que fue juzgada por otros cincuenta y seis asesinatos más.

          —Lorenzo, te recuerdo que en este juicio solo estamos teniendo en cuenta el último crimen cometido por la señora Cates. Apresúrate a presentar las pruebas y trata de ahorrarte comentarios.

El abogado miró a su mejor amigo con una mirada asesina, mientras apretaba sus puños con fuerza intentando contener su ira.

          —Un testigo afirmó que la acusada salió de la casa portando un arma, y se encontraron sus huellas en toda la sala. El cuchillo que Aldana llevaba y la herida del cuerpo coinciden perfectamente...

          —Pero eso no significa que ella haya cometido el asesinato. Hay falta de pruebas, y mientras ella no confiese haber cometido el homicidio me temo que tendré que declararla inocente.

En ese momento todas las miradas se clavaron en ella, esperando a que contara su versión de los hechos. Por fortuna había contado con mucho tiempo para pensar en coartadas falsas y era buena improvisando, así que no le costó mucho trabajo actuar de inocente.

          —Yo entré a la casa de Max porque quería hacerle una visita después de no haberlo visto por mucho tiempo, pero me lleve una sorpresa cuando lo encontré muerto y con un cuchillo en el cuerpo. Mi primera reacción fue tomar el cuchillo y mirarlo, y antes de que me diese cuenta había salido de la casa para que no me creyesen sospechosa por un crimen que esta vez no cometí.

Cuando terminó de contar su falsa historia Aldana le dirigió una rápida mirada a Kit, quien le guiñó el ojo con una sonrisa.

          —Bueno, como podemos ver no hay pruebas fehacientes de que esta mujer haya matado a la víctima, y si bien ambos se conocían pudo tratarse solo de una coincidencia. Por este motivo declaro a Aldana Cates inocente. Se levanta la sesión.

Tanto a la asesina como al juez le costó contener grandes sonrisas de satisfacción, las cuales Lorenzo pareció notar. El amigo de Kit se acercó a este furioso para encararlo mientras el resto de personas abandonaban la sala, y Aldana no tuvo intención de esperar al hombre que la había salvado.

Una vez salió de los tribunales la pelirroja comenzó a dar un paseo por la ciudad, dirigiéndose particularmente hacia las afueras. No se despidió de Kit, quien tanto la había ayudado, y mucho menos de los guardias que la escoltaron en ambos juicios. Solamente caminó hasta salir de la ciudad, mientras iba mirando casas intentando decidir en cual entrar.

Finalmente se decidió por una de dos pisos con aspecto de ser de gente rica, y sin perder un solo segundo tomó una roca del suelo y la arrojó con fuerza contra una de las ventanas de la casa. Lo primero que hizo fue dirigirse a la cocina, sin importarle las miradas de dos niños con apariencia de seis años. Una vez llegó a la cocina tomó un cuchillo y comenzó a buscar.

Dentro de media hora ya había logrado encontrar mucho del dinero que los propietarios escondían, la cual a juzgar por los niños que la observaron entrar pertenecía a una familia de clase alta.

Como Aldana sabía perfectamente que el resto de la familia volvería en poco tiempo se apresuro a llevarse todo lo que pudo y buscar el aeropuerto más cercano antes de que alguien la descubriese. Si la volvían a atrapar no podría engañar al mismo juez de nuevo por más enamorado que estuviese, y era incluso más probable que Kit decidiera vengarse y darle un castigo mayor.

Sin embargo ella prefería no pensar en eso y apresurarse para huir del país, lo cual le tomó toda la tarde. Cuando por fin consiguió llegar al aeropuerto y pagar un vuelo a última hora ya eran las diez de la noche, por lo que el sueño comenzó a invadirla. 

Estaba libre de vuelta, y todo gracias a que el juez se había enamorado de ella y esta supo aprovecharlo. Ahora nada le impediría continuar con su vida delictiva... Por ahora.

Condenada Por El JuezWhere stories live. Discover now