Capítulo 22

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Encontró a Ahri sentada en la raíz del árbol en donde él solía estar en el receso, leyendo algún libro. Ella tenía una bolsa de hielo apoyada a la mejilla, para bajar la inflamación antes de que se hiciera demasiado notoria.

—¿Estás bien? —preguntó Vladimir, sentándose a su lado.

—Además de que me golpearon la mejilla y mi cabello se desordenó, sí, estoy de maravilla —contestó La vastaya de nueve colas, con un tono sarcástico que irritaría a cualquiera.

Que ella le hablara así lo molestó un poco, pero comprendía sus motivos de estarlo.

—Ahora sabes lo que se siente, al menos no te rompiste la frente o el brazo —El segador carmesí se miró el vendaje y el cabestrillo, y pasó una mano por su frente, que ya estaba completamente curada desde hacía unas semanas—. Ellos nunca querrán hacerte daño, les agradas muchos.

—Tengo personas que me odian, para tu información.

—Bueno, nadie es perfecto. —Vladimir se levantó, y se marchó hacia las escaleras en donde se había caído, cuando apenas era la primera semana de clases. Se agarró del barandal de concreto, subir y bajar escaleras ya le daban un poco de fobia a caerse; aunque sabía que alguien le había hecho eso.

Ahri, La vastaya de nueve colas, era la que más lo había molestado. Pero no tenía pruebas contundentes que demostraran que ella fue la culpable de las cosas que le habían sucedido.

(De seguro ella regresaría con los demás para continuar jugando).

Y, ahora, ella le confesó que gustaba de él. ¿Qué clase de ser vivo hacía daño a lo que amaba? ¿Era una simple broma planeada? ¿Por qué estaba comenzando a sentir cosas por ella también?

Volvió a ingresar al salón de cronología: El Profesor Zilean y Taliyah aún continuaban en la batalla.

Se sentó en su mesa, y comenzó a completar las preguntas que tenía en el libro. Por lo menos quería ser el único que hubiese hecho la tarea que había indicado El guardián del tiempo.


—¡Pasa, Vlad, pasa! —expresó LeBlanc con alegría, al ver al joven de cabello blanco que formaba parte de su organización secreta.

—Hola LeBlanc —saludó El segador carmesí, y le entregó una bolsa de papel, cuyo contenido era un paquete de malvaviscos y cuatro latas de soda.

Vladimir ingresó al hogar de La Maquiavélica, a los primeros que vio en la sala fueron: Swain, Elise y LeBlanc (otra vez). La sala de estar era amplia, con cortinas negras que no dejaban que la luz de la luna penetrara por la ventana, la alfombra era roja, y la funda de los sofás era granate.

—¿Cuándo será el día en que dejes de hacer bromas con tu Mímica? —inquirió Swain; porque vio pasar a la copia de LeBlanc, dirigiéndose a la cocina, para dejar ahí las cosas que había traído Vladimir para la reunión.

—Tengo todo el derecho a usar mi magia a mi antojo, Jerico —rio LeBlanc, llamándole a Swain por su nombre de pila.

—Cómo tú digas, Evaine.

—¿Se pondrán melosos otra vez? —preguntó El segador carmesí. El estratega maestro y La Maquiavélica salían en secreto a caminar por los bosques oscuros de Noxus, tomados de la mano. Era obvio que en cualquier momento comenzarían una relación más sentimental— Por cierto, ¿dónde está Beatrice?

Sangre por doquier [League of Legends]Where stories live. Discover now