La chica que navegó el cielo y se estancó en el infierno

12 3 6
                                    

Copos blancos de inocente alegría; el cielo hablaba, imploraba nuestra presencia; adultos, niños y ancianos por igual. Era navidad.

Tenía tan sólo 10 años, era realmente feliz, lo era... Hasta que mi cumpleaños 11 me acorraló. Mi pesadilla inició con la salida de mis padres, ¿Pero acaso soy yo la culpable? ¿Cuánto tiempo encarné mi propio castigo? ¿Realmente vivimos bajo el cielo? O quizás pisaba el terreno del diablo... En aquel entonces, lo segundo se asemejaba sin dudar.
Apretaba mis labios, sin pestañear, empuñando las sábanas que alguna vez me protegían de los fantasmas en la noche; aún recuerdo su rostro, cada vez que la luna retorna o cuando el sol decide jugar, era mi primo. Sus embestidas, a mi aún virgen cuerpo; los dolorosos gritos que mi garganta no podía apaciguar; las lágrimas emanar una y otra vez, sin descanso, tanto para mis ojos como para mí... 
El tiempo cura todo, desearía saber el origen de esa bufona frase, si en verdad existió alguien que lo comprobara o lastimosamente pretenden engañar a uno mismo. Un daño el tiempo lo cura, un recuerdo impregnado ¡Jamás!
Se impregnó en mí esa tarde, como el infierno cada vez que la soledad me invade. Mis padres nunca entendieron que aquel llanto no pretendía un berrinche por un obsequio no comprado, y años más tarde, ante mi debilidad psicológica, su indiferencia cobró factura dentro de mí. Nunca encontré consuelo, ni siquiera en los cortes tan eventuales que en mi piel iba marcando. La soledad me acobijó por años; falsos intentos de socialización agravaban más mi situación. Encontré refugio en libros, pero no libros de autoayuda, no en esa pérdida de energía, libros que me hundieran más... Sentir dolor sobre el dolor, sufrimiento sobre el sufrimiento, para sentirme viva, debía saber que aún dolía... Debía sentir que aún no estaba completamente muerta.
Una vez cumplí la mayoría de edad, con una opaca luz que iluminaba mis pasos, entré al mundo de los universitarios: criminalística.
Deambular entre muertos y entre muerte era lo que había durado mi existencia hasta esos días; sin embargo, una mañana, cuando degustaba mi taza de café en el comedor universitario, ellos dos se acercaron a mí. Por primera vez, en mucho tiempo, ajenos a mi círculo ficticiamente social se inmiscuían en mis defensas de cristal. Mis palabras y frases tan engreídas, pesadas, tajantes, sarcásticas, eufóricas, no inmutaban a los presentes. Un sentimiento extraño e irreconocible brotó ese día: la amistad verdadera.
A partir de ese instante, los semestres pasaron volando y, desde entonces, vivía únicamente por un propósito: Proteger mis dos corazones latentes, Neryon y Arshell.

—Sarika, estoy aquí, espero no sea muy temprano para tu exigente gusto — su irresponsable forma de ser con ese timbre agudamente infantil, alegraba esta noche. Apagué mi cigarro, desdoblé las piernas, suspiré con resignación ante la tardía hora y, finalmente, cogí la perilla para hacer pasar a ese inepto cobarde...
—Bienvenido, querido Arshell.

La sonrisa que causa tu muerteWhere stories live. Discover now