Alec.

5.5K 314 23
                                    


Punto de vista de Alec.

-¿Eres consciente de lo que estás haciendo? ¿Como puedes traicionarme así? Pensaba que éramos hermanos, que nos contábamos todo y que no nos dábamos la espalda el uno al otro. -su mirada furiosa atravesó mi alma, como la espada de un guerrero atraviesa cuerpos en la batalla.

-No digas eso. Somos hermanos y no nos damos la espalda el uno al otro. Te contaré todo lo que necesitas saber, pero necesito tiempo. -mi esperanza se fue al ver como mis palabras inundadas en tristeza, no aplacaban ni siquiera una pequeña parte del odio y la decepción en su mirada.

-¿Tiempo? Ya te he concedido suficiente tiempo. Necesito respuestas y las necesito ahora. -la demandada en su voz me hizo temblar.

En estos momentos desearía que hubiera alguien en casa. Necesitaba que alguien parase esto antes de que fuera a más, porque yo no era capaz de hacerlo por mi cuenta. Un "No puedo" salió de mis labios en un susurro, queriendo así que el no fuera capaz de escucharlo, pero lo hizo.

-¿No puedes? -soltó una risa amarga plagada de maldad. -Claro que puedes, se lo has contado a Paula. ¿Porque se lo has contado a ella? ¿Qué tiene de especial? ¡Yo soy tu gemelo, no ella!

-Ella me entiende. Me apoya. -bajé la mirada.

-¡Yo también puedo apoyarte! ¡Pero tú no me dejas demostrarte que puedo! -mi cuerpo reaccionó por sí solo, dando un pequeño salto al escuchar como golpeaba la mesa del salón y lanzaba un vaso de cristal al suelo.

-No quiero arriesgarme. Estoy completamente seguro de que me odiaras si te lo cuento. -hasta el momento no me había dado cuenta de las lagrimas que caían por mis mejillas. Inesperadas pero necesitadas, como una tormenta de verano.

-¿Odiarte? Tranquilo, no creo que te pueda odiar más de lo que ya lo hago ahora. -mi respiración se corto por unos segundos, para después volver a aparecer mucho más acelerada. -Ojalá no fueras mi hermano, así la traición sería más llevadera.

Y ahí estaba. Las manos que temblaban. Las pequeñas gotas de sudor que se acumulaban en mi frente. Los ojos ardiendo a la espera de liberación. La respiración errática. Y lo peor de todo, el vacío en el pecho, como si alguien lo hubiera perforado dejando un gran agujero incapaz de volver a llenar.

Habían pasado años, pero seguía siendo capaz de reconocer un ataque de pánico.
Esa sensación de caer en el vacío, sintiendo una inmensa oscuridad rodearte sin tener nada a lo que aferrarte. Eso era algo que no se podía olvidar.

Antes mi salvación era la persona a la que tengo en frente. Una persona que ya no soy capaz de reconocer, porque ese no era mi hermano. Estaba cegado por el odio.
Y yo no podía aferrarme a eso. Era como tener a alguien enfrente apuntándote con una pistola y ese alguien te pedía que le ayudarás a apretar el gatillo. No tenía sentido.

Me levante del sofá por inercia. Con el simple deseo de huir. Lo más lejos que mi cuerpo y mi corazón destrozado me permitieran. Mi vista se nubló y mi cuerpo se tambaleó.
La expresión del que hasta ahora había sido mi otra mitad, se desfiguró, comprendiendo lo que estaba pasando.
Escuché mi nombre salir de sus labios, pero eso fue lo último que mis odios pudieron registrar. Veía sus labios moverse y su cara contraerse en preocupación. Intentó acercarse, pero alcé mi brazo parándolo.

-No. No te acerques a mí. -no me sorprendió el miedo que se reflejó en mi voz. Siempre había sido muy vulnerable y mis sentimientos predominaban siempre en mis decisiones.
Tampoco me sorprendió el dolor en su rostro. Parecía que le hubieran arrancado el corazón sin piedad. Yo sabía que el se acababa de dar cuenta del tremendo error que había cometido. Pero ya era demasiado tarde.

Guerra de FamiliasWhere stories live. Discover now