Capítulo 1

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Aitana se despertaba en un día más de lo que estaba siendo el peor verano de su vida. Había sido obligada a quedarse en su pueblo de no más de 5.000 habitantes, cuidando de sus primos y sin poder irse de vacaciones con sus amigas como tenía planeado desde hace meses. Todo ello porque suspendió matemáticas y sus padres habían considerado que lo mejor para ella era quedarse allí, en un lugar tranquilo para aprovechar el tiempo y estudiar para aprobar y poder presentarse al exámen de acceso a la universidad.

Se ducho, preparó el desayuno para ella y sus dos primos y fue a llamarles a la habitación. Tenía que llevarlos a las clases de verano y ellos siempre tardaban en levantarse, por lo que ni siquiera se molestaba en repetirles que se levantaran. Sabía que siempre se acababan levantando y salían corriendo a clase. Mientras esperaba, decidió llamar a su mejor amiga por facetime.

—¡Amaia tiaaaaaaaaaa!

—¡Buah Aitana! Pero qué guapa de verdad.

—Ay qué va, pero si me acabo de despertar

—Que sí, que sí. ¿Qué tal vas por allí?

—Es una mierda tía, los enanos no me dejan tranquila ni un segundo y siempre tengo que ir corriendo detrás de ellos

—Buah pobre —dijo entre risas— qué horror.

—¡Pero no te rías!

—Perdón, perdón

—¿Vosotras qué tal?

—¡Muy bien tía! Me he hecho amiga de unos chicos muy majos y Miriam y Ana han conocido también a otra gente. Vamos a hacer una fiesta esta noche.

—¡Jope, no vale! —dijo con voz de niña pequeña— no es justo.

—Haber aprobado...

—¡Amaia!

—Que sí, que sí, lo siento... Pero no te creas que es tan guay, hay uno que me cae mal que es muy petardo

Aitana rió.

De repente se escuchó alboroto en casa de Aitana y unas pisadas bajando las escaleras muy rápido. Ella se volteó para ver a sus primos con las mochilas y cogiendo el desayuno de la mesa.

—En fin tía, que me voy —se despidió de Amaia

—Suerte —sonrió ella.

Agarró a los niños de la mano mientras ellos comían apresuradamente el desayuno.

—¡Ey! —se quejó quitándole el zumo a uno de los niños— tú, Vicente. Sabes que no puedes tomar zumos de estos que te sientan mal

—¡No es justo! —sollozó Vicente— Pablo siempre tiene zumitos.

Aitana miró al otro niño, que le estaba sacando la lengua a su hermano.

—¡Por Dios! Tenéis casi 10 años, parad de actuar como críos —se agachó a la altura de sus primos, aunque no había gran diferencia ya que ella no era muy alta— ¿o queréis que llame a mamá?

Negaron con la cabeza.

—Pues entonces andando y no me deis la mañana.

—Vale... ­—dijeron al unisono.

Salieron los tres por la puerta apresuradamente, como todas las mañanas. En el camino a clase los niños iban tarareando canciones y Aitana los miraba con ternura. Eran unos auténticos plastas pero les quería mucho.

— ¿Cantas con nosotros, prima? —preguntó Pablo.

—Que va, que va —rió ella—. Yo no canto.

El camino le siguieron tranquilos y finalmente llegaron a la academia a la que iban. A la entrada había un señor repartiendo algunos folletos de publicidad, y Pablo y Vicente corrieron a por uno. Volvieron a donde estaba Aitana dando saltos.

—¡Mira, mira! Es de un concurso de cantar —dijo Pablo entusiasmado

—Que sí, que sí —dijo Aitana mientras miraba el móvil— Id a clase, anda.

Las clases sólo duraban una hora y media, por lo que Aitana se quedaba en una cafetería de la esquina, que a esas horas solía estar vacía. Entró y efectivamente, sólo había dos personas (más una camarera). Saludó y se sentó en una de las mesas.

—Hola —saludó la camarera, que era andaluza. —¿qué vas a tomar?

—¿Tenéis san jacobos?

—Tenemos de todo, amiga.

—Pues me das uno, porfa.

—¡De acuerdo!

Mientras esperaba, sacó el portátil que llevaba en la mochila e hizo lo que hacía todos los días: buscar ejercicios de matemáticas en Internet. Se había propuesto aprobar, aunque no era ni de lejos la asignatura que más le gustaba. Ella hubiera preferido estudiar bachillerato de artes, pero era imposible en su pueblo, así que se tuvo que conformar con estudiar ciencias sociales. Hizo varios ejercicios hasta que se cansó, justo cuando llegó su almuerzo. Agradeció a la camarera y lo comió mientras miraba YouTube.

Pasó el rato hasta que sonó el timbre que indicaba que se acababan las clases, así que se fue a la puerta a esperar a sus primos que, como siempre, salieron dando saltos.

—¡Aitana, Aitana! —gritó Vicente— ¡Vamos a ir a un museo!

Se notaba la alegría en sus rostros, los niños amaban los museos y los dinosaurios. La que no se puso tan feliz fue Aitana cuando la profesora se acercó a ella.

—Necesitamos adultos que acompañen y hemos pensado que tú podrías venir. —le dijo.

Aitana parpadeó varias veces. ¿Por qué piensan en ella? Nadie piensa en ella para nada y resulta que para esto sí. Jódete.

—Bueno verás... —sonrió— es que tengo planes.

No tenía planes

—Que sí, que nos lo pasaremos bien.

Se peinó el flequillo con las manos, sabía que iba a tener que ir, por lo que al final tuvo que aceptar. Total, en el fondo no tenía nada mejor que hacer.


Museo de nuestra historiaWhere stories live. Discover now