Capítulo 5

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Lo primero que notó Aitana al llevarse la mano a la boca fue la sangre en el labio. No era mucho. Tan sólo se había mordido al ser golpeada por aquella chica.

La chica.

'—¿Aitana?

Una mano le tocó el hombro por detrás, lo que hizo que se sobresaltara y saliera de sus pensamientos y de su estado de admiración total hacia la chica que cantaba.

—Sí. —dijo aún aturdida—¿Sí?

—Madre mía, ¿dónde demonios estabas? —preguntó la profesora— Habías desaparecido por completo

—Sí, sí. Perdón Lo sé. Me perdí.

—Es igual, es igual —la tranquilizó— Tú intenta no separarte. Este lugar es enorme, ¿estamos?

Aitana asintió y se fue de la sala'

Aún se acordaba de ella, cómo iba a olvidarse. Tenía la voz más bonita que había escuchado en su vida. Ojalá hubiera podido acercarse a hablar con ella.

Sentía como su labio estaba hinchándose y no sabía qué hacer. Los chicos con los que fue en el coche estuvieron buscando durante un tiempo algo que sirviera para calmar el dolor, pero no encontraron nada. Al final Aitana decidió que daba igual, que se pasaría. Que no era para tanto. Fueron los tres juntos hacía el área reservado para comer, y Aitana se dirigió hacia sus primos.

—¿Os está gustando? —les preguntó.

—¡Sí! —respondieron al unísono.

—¿Y a ti? —preguntó Vicente.

—¿A mí? —sonrió— Claro.

Pablo y Vicente sacaron sus almuerzos de las mochilas y fue entonces cuando Aitana se dio cuenta de que ella no había llevado nada. Mierda. Sus primos la miraron inmediatamente.

—¿Quieres un poco? —Pablo le ofreció su bocata de jamón,

—No, no —la verdad era que sí que quería, pero sabía lo mucho que su primo valoraba los bocatas— Gracias pero no. Iré a ver si me compro algo, me pareció ver una máquina expendedora en algún lugar.

Di un beso en la frente a cada uno de sus primos y entró a recepción, no sin antes avisar de a dónde iba por si volvía a repetirse la historia de antes y acababa dando vueltas por un museo más grande que el propio pueblo.

—Disculpa —dijo nada más llegar a recepción— ¿Alguna máquina expendedora o algo de eso?

—¿Tengo pinta de ser el google maps?

Aitana parpadeó un par de veces, no sabía que responder. Por suerte, la risa de Martí a los pocos segundos dejo ver que era una broma.

—En la planta de abajo —indicó.

-¡Muchas gracias!

Aitana fue como una flecha al ascensor. Apretó el botón en el que estaba señalado '-1'. Mientras bajaba, se miró en el espejo. Se veía realmente horrible. Tenía el lateral del labio hinchado, el maquillaje no estaba nada bien y, para colmo, el flequillo despeinado. Cada vez que se fijaba más encontraba un nuevo defecto. Se giró y miró hacia la puerta, de espaldas al espejo. No quería verse más. Justo en ese instante, se abrieron las puertas y pegó un salto hacia fuera.

La planta baja no era muy grande, pero sí que era bonita. Tenía alguna planta y algún sillón y, por supuesto, las máquinas expendedoras. Se dirigió hacia ellas. Una contenía botellas de agua y latas de diferentes tipos de refrescos. La otra tenía algún sándwich envasado y chucherías, bollería y muchos dulces. Aitana se fijó en los tigretones. 08. 1 euro. Introdujo el dinero, que había cogido por casualidad, y marcó el número correspondiente. Tras unos cuantos ruidos, la máquina por fin expulso el paquete y Aitana lo cogió con una sonrisa en la cara.

Estaba a punto de comerlo, pero justo entonces se acordó.

Sacó el móvil del bolsillo trasero del pantalón.

'A tu salud'

Enviar.

Ese dulce era de los favoritos de su amiga Miriam, y no podía evitar pensar en ella cada vez que los veía.

La respuesta no tardó en llegar.

Miriam: Ellaaaaaaaaa glotona.

Aitana sonrió al móvil y lo bloqueó, después lo volvió a guardar en su bolsillo. Echaba mucho de menos a sus amigas, pero volvían en dos días. Podía aguantar.

Volvió corriendo al ascensor y marcó el interruptor para volver a subir, esperando que el grupo siguiera donde les había dejado. Por una vez tuvo suerte y pudo llegar a tiempo sin perderse. Se sentó donde estaba antes, junto a Pablo y Vicente, y comió el tigretone como pudo, ya que el estado de su labio no era precisamente el más agradable. Acabó justo a tiempo, ya que en el momento en el que estaba tirando el envoltorio la profesora anunció que era hora de retomar la visita y pasar a la siguiente sala.

La de los dinosaurios.

Esta vez Aitana intentó no separarse del grupo, iba admirando el arte pero a un ritmo al cual, aunque no apreciaba los detalles de cada obra, al menos no se perdía. Aquel museo era algo realmente maravilloso. Tan grande que necesitabas tantísimo tiempo para recorrerlo, con tantas cosas que probablemente no seas capaz de apreciar todas. Ella fantaseaba con algún cuadro suyo colgado en esas paredes. Pero la fantasía se le iba cada vez que alguien le tiraba del brazo o le gritaba que volviera en sí. No podía evitar estar empanada. Era su estado natural.

En cuanto giraron la esquina vieron el cartel en el que se leía 'Sala 13 Dinosaurios', y todos los niños empezaron a saltar de alegría. Amaban los dinosaurios. En cuanto Aitana entró, sintió como si ya hubiera estado allí antes, cosa que era imposible. Ella jamás en su vida, a parte de ese día, había estado en aquel museo.

—Venid aquí, chicos —indicó la profesora a los niños, que corrieron hacia donde estaba ella como verdaderos dinosaurios— Tenemos que esperar a la guía, que se está retrasando.

Todos resoplaron.

Se oyeron unos tacones por el pasillo, de alguien que parecía ir a gran velocidad.

—¡Perdón, perdón! —gritaba la que parecía ser la guía, tomando aire entre medias de cada silaba— Es que...uf... había... he llegado...uf... llegué tarde al otro grupo... Tuvimos que alargar... la sesión... uf

Aitana, que hasta entonces había estado distraída hablando con Amaia por whatsapp, levantó la mirada.

Y vio a la guía.

Y se le iluminó la cara.

Museo de nuestra historiaOnde as histórias ganham vida. Descobre agora