Capítulo 3

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—¡Vamos, vamos! —gritaba Vicente— ¡Que no llegamos!

—Ya voy, ya voy.

Aquel día todo sucedió al revés, fueron los niños los que anduvieron detrás de Aitana para que se despertara y se preparara. En cuanto salió de la habitación ellos ya habían desayunado, estaban vestidos y tenían todo preparado. Ella se echó el pelo hacia un lado, se peinó el flequillo con los dedos y abrió el frigorífico en busca de algo que desayunar. Cogió un batido de plátano que tenía listo del día anterior, y se preparó una rebanada de pan con miel.

—La tía dice que no comas tanta miel —señaló Pablo.

—Pero la tía no está aquí —respondió ella.

—¡Pues se lo pienso decir!

—Entonces yo le diré a tu madre que no estás haciendo los deberes que te mandan en la academia porque estás todo el día jugando fuera.

—Intincis yi li dirí i ti midri qui ni istís hiciindi lis dibiris qui ti mindin —empezó a burlarse Pablo, pero fue interrumpido por un trapo que le tiró su prima a la cara, lo que provocó la risa de Vicente.

Aitana sonrió orgullosa de su puntería y dio otro mordisco a la tostada. En el fondo ella era el doble de infantil que los dos juntos. Miró el reloj y vio que era tarde, por lo que echó el batido en una botella y salió de casa junto con sus primos mientras acababa de comer. Cuanto más se acercaban al punto donde había que coger el bus para ir al museo, más largo le parecía que iba a ser el día. No tenía suficiente con cuidar de 2 niños, ahora iba a tener que cuidar de 20. Menuda mierda. Pablo y Vicente no paraban de cantar cancioncitas y de dar brincos por el camino y esta vez, en vez de ternura, le transmitía pereza. Sólo quería irse a casa y ver un capítulo de Stranger Things, hablar con sus amigas y dormir.

Llegaron a la parada del bus y los niños fueron corriendo a dónde estaban sus amigos, dejando a Aitana sola. Esta suspiró de alivio al tener un poco de tranquilidad y espacio para ella misma, enchufó los auriculares al móvil, puso una canción de Sia y apoyó la cabeza en el cristal de la parada. Pero, obviamente, ese descanso no le duró mucho.

—Perdona —dijo alguien mientras tocaba su hombro.

—¿Sí? —preguntó fingiendo que no le molestaba.

—Eres Aitana, ¿verdad?

Aitana asintió.

—Verás, queremos que te encargues del recuento de los niños a la ida y a la vuelta.

Puso los ojos en blanco, no quería tareas, ni responsabilidades, suficiente tenía con haberse metido en esa historia, ahora además tenía que andar contando críos.

—Gracias pero no —negó con la cabeza— Gracias.

—No, no. —dijo la mujer mientras le extendía un folio— No te estaba peguntando.

Aitana cogió el folio y vio que ahí estaban los nombres de todos los niños a los que tenía que contar. La señora se despidió de ella e hizo una señal al resto del grupo para que se acercaran, ya llegaba el autobús, por lo que Aitana interpretó que ella también debía ir hacia allí. Empezó a nombrar a los niños uno a uno, los cuales iban subiendo al autobús según fueran nombrados. Pablo y Vicente le chocaron la mano al subir, eran los últimos, por lo que ella fue detrás de ellos para buscar un sitio en los asientos reservados a profesores. Sin embargo, no había suficientes sitios en el bus y ella debía viajar en coche con dos profesores del centro. Tócate el coño. Necesitaban a personas para ir al viaje pero ahora resulta que no hay sitios. Parece que alguien se estuviera esforzando en fastidiar su día. Además, no conocía a esos profesores de nada y, hasta que no la convencieron de que no iba a pasar nada, no se atrevió a subir al coche.

Una vez llegaron, los profesores fueron hacia la taquilla a decir que iban con el grupo de niños y el resto de adultos, mientras Aitana se quedó mirando algunos cuadros que había en esa sala. Con su mala suerte característica, se giró para descubrir que se había quedado sola por estar embobada mirando las diferentes obras. No sabía qué hacer, no tenía el teléfono de nadie ni se imaginaba dónde podían estar, así que decidió entrar a lo que parecía la sala principal, repleta de esculturas del Romanticismo. Ella las reconocía bien porque, a pesar de no haber podido cursar bachillerato artístico, sabía de esos temas y se había informado bastante. Estuvo un rato apreciando el arte de esa sala, sin preocuparse para nada por encontrar al resto de personas.

A pesar de todo, ella era una chica responsable, por lo que salió pronto de su estado de admiración absoluta y pasó al de preocupación. Debía estar atenta de los niños, y le preocupaba haber fallado en algo, que alguno de ellos no volviera a casa por su culpa, era demasiada responsabilidad para ella y ni siquiera estaba vigilándoles. Salió rápido de la sala y se encaminó a la siguiente.

'—Primero iremos a ver dinos.

—¡No! eso es después. Antes son los romanos.

—Aitana, ¿tú sabes?

—Cállate, enano.'

Intentaba recordar el recorrido que iban a seguir, el cual habían estado repitiendo sus primos veinte veces el día anterior, pero sólo se acordaba de ella mandándoles a la mierda. La mejor prima.

Tenía que moverse para encontrarse con el grupo, así que decidió rápido en ir a la sala de los dinosaurios. Se peinó el flequillo, su gesto habitual, y fue hasta allá. Pero, como no podía ser de otra manera: allí no estaban. Había otro grupo pero no eran ellos.

Se dio la vuelta y se disponía a irse.

La Tierra no fue siempre así,

había animales aquí.

Animales llamados dinosaurios,

de todos los tipos y tamaños

Paró de golpe. Estaba escuchando lo que sería probablemente la canción más estúpida, pero cantada en una de las voces más hermosas que había oído jamás.

Los carnívoros eran temidos,

los herbívoros por ellos perseguidos.

Algunos volaban,

otros nadaban

y esta canción cantaban.

Soltó una risita disimulada en la esquina desde la que estaba viendo a la guía del grupo de aquella sala cantar.

Ella era tan preciosa como su voz. No podía evitar sonreír al escucharla.

Quizás esa visita al museo no estuviera tan mal como ella creía.

Museo de nuestra historiaWhere stories live. Discover now