Capítulo 4

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Los carnívoros eran temidos

Los herbívoros por ellos perseguidos

Algunos volaban

Otros nadaban

Y esta canción cantaban

Nerea terminaba de cantar al grupo con el que estaba en ese instante, para después ser aplaudida por todos ellos, a lo que respondió con una sonrisa y un sincero 'gracias'. Se fijó por el rabillo del ojo en una chica que había en la esquina, observándola. Se preguntó que hacía allí, sola, ya que había otro grupo en la sala y ella parecía no estar con nadie. Tampoco le dio importancia. Tenía cosas más importantes en las que centrarse. Su trabajo, por ejemplo. Recordó a los visitantes dónde estaba la salida, y les entregó unos papeles a los niños, que tenían dibujos para colorear y otras actividades de las típicas que vienen en un menú infantil de cualquier restaurante de comida rápida. Pero, obviamente, sobre dinosaurios. El grupo salió para dirigirse hacia la siguiente sala y Nerea dirigió su mirada hacia la esquina en la que había visto a la chica, para ver si podía ayudarla. Pero ya no estaba. En fin.

Salió por una puerta diferente, una de esas que pone 'prohibido el paso'. Pero ella podía pasar, ella trabajaba allí. Abrió la puerta para entrar a una pequeña habitación repleta de estantes, donde había diferentes cosas: uniformes, bolsos, etc. No era ningún vestuario ni un lugar donde los empleados del museo guardaran sus cosas, pero la mayoría, ella incluida, dejaba ahí ciertos objetos que no eran de gran valor (podía robarlos cualquiera de sus compañeros) y que iba a utilizar más tarde, sabiendo que estaría en una sala cercana a esa puerta. Rebuscó en su bolso un tupper, lo cogió y salió en dirección a la cafetería. Por fin había llegado la hora de comer.

A la cafetería del museo sólo podían acceder los empleados, los visitantes tenían una zona reservada para comer si lo necesitaban. Esta cafetería era parecida a la típica que te encontrarías en un instituto de cualquier película americana: varias personas cocinando y sirviendo sin mucho entusiasmo, mucho barullo y grupitos en las mesas. Nerea solía comer sola. No porque no se llevara bien con la gente, sino porque no llegaban a congeniar. La mayoría eran mayores de 50 años y tampoco habían muchos temas de conversación que tratar. Su ex novio trabajaba también en el museo y solían hablar, no se llevaban mal, pero él ahora mismo estaba de vacaciones, lo que provocaba que ella estuviera sentada en la mesa sin ninguna compañía.

Destapó el tupper, sacó los cubiertos de plástico que siempre llevaba y empezó a comer la ensalada que se había preparado, ya que su estómago llevaba un tiempo pidiendo comida mediante rugidos. Tenía la costumbre de mirar el móvil mientras comía, como si fuera un periódico. Revisó sus redes sociales, algunas noticias y entró a whatsapp. Abrió el primer chat.

Mireya: tía!

Nerea: q pasa?

Mireya: Imagen

Nerea: alaaaaaaaaaaa quién es???

Mireya: no lo sé amiga

Nerea: espera que lo busco

Nerea cerró whatsapp y abrió instagram, dejando a Mireya esperando una respuesta durante varios minutos.

Nerea: pues ni idea jope

Nerea: la cosa es q me suena de algo

Mireya: q le digo?????????

Nerea empezó a escribir una respuesta para su amiga, pero entonces le apareció otra notificación en la pantalla.

Desconocido: Hola, me recuerdas?

Desconocido: Soy Raoul

Desconocido: Me diste tu tarjeta

Nerea: ayyyyyyyy hola!!! Me escribes por lo de tu hija???

Desconocido: Justamente!

Nerea: voy a apuntar ahora mismo el nombre y número, un momento.

Acabó la ensalada rápido, agregó a Raoul en sus contactos y se dirigió hacia recepción.

—¡Hola Martí! —saludó sonriendo al recepcionista— ¿Puedes apuntar a alguien en las actividades de por la tarde?

—Hazlo tú misma —le respondió— Me pillas ocupado.

Parecía concentrado en lo que estaba mirando en el ordenador, así que cogió ella el libro y comenzó a apuntar el número de Raoul. Echó la vista hacia arriba un momento y vio el ordenador de Martí.

—Oye... —dijo Nerea.

—¿Sí? —Preguntó él, sin mirarla.

—¿Estás jugando al solitario?

Martí la miró rápido y vio que estaba viendo perfectamente la pantalla de su ordenador. Nerea se empezó a reir.

—¿Vas a apuntar eso o no?

Nerea asintió mientras continuaba riéndose, escribió el número y devolvió el libro a su sitio. No había puesto el nombre de la niña porque no se lo sabía y no tenía tiempo de preguntar, pero supuso que alguien llamaría a Raoul y se lo preguntaría. Se despidió de Martí y volvió hacia la puerta, pero se vio interrumpida por un grupo de niños que pasaba corriendo.

—¡Niños, niños! —gritaba una voz de mujer por detrás— Tened cuidado.

Nerea se tuvo que apartar para dejar que el revuelo pasara. La mujer que los acompañaba le pidió perdón y ella respondió con un movimiento con la mano y una sonrisa como diciendo 'no pasa nada'. Aunque, en el fondo, se estaba poniendo nerviosa porque ya había perdido demasiado tiempo riéndose de Martí y tenía que llegar a cantar para el siguiente grupo.

En cuanto consideró que ya no iba a salir ningún niño más, entró. Pero aún quedaba gente por salir. Pasaron dos chicos y una chica, con la que chocó. A los chicos no les había visto en su vida, pero algo la chica le resultaba familiar. Tampoco pudo fijarse en ella, solo pegó con su hombro en lo que creyó que era su barbilla, ni la miró a la cara porque debía estar en su sala correspondiente hacía 3 minutos. Y sabía cómo era el tema de la puntualidad en el museo. Al mínimo minuto que tardaras podías acabar en la calle. Se sintió fatal porque no pudo pedirla perdón, pero no podía hacer otra cosa. Salió corriendo, con el tupper de la comida todavía de la mano, y rezó por llegar a tiempo a cantar sus canciones.

Museo de nuestra historiaTahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon