U N O

521K 70.9K 82.1K
                                    

Dedicado a ti, lector: este capítulo es demasiado corto. No te me vayas a desanimar. Llega hasta el segundo para que veas que esto promete ser B U E N O.

U N O

—¡Estás haciendo todo mal, Alena, como siempre! —me gritó con furia mi propio hermano.

Un grueso libro salió disparado en mi dirección. Me agaché en el momento oportuno para esquivarlo y golpeó con fuerza la puerta que tenía detrás.

Cualquiera habría dicho que estábamos jugando, pero no. Cuando él me arrojaba cosas, cuando él se ponía así de furioso, nada era un juego.

Ni siquiera era mi culpa. Ese era Adam. Ese siempre había sido Adam. Su estado de ánimo era así de voluble. Un momento podía estar tranquilo, al otro enojado hasta la médula.

Y era justificable, porque Adam no era normal.

Él tenía un secreto.

Yo lo guardaba desde siempre y lo guardaría hasta que muriera. A veces, ese secreto me pesaba demasiado. Me molestaba, me frustraba saber que dos malditos segundos pudieron haberme hecho igual a él. Solo así las cosas habrían sido más fáciles. Solo así, yo habría sido tan fuerte como él.

Éramos mellizos.

Adam tenía el cabello de un tono rojizo intenso. El mío era un rojizo más apagado, menos llamativo. Nuestros ojos eran del mismo color ámbar. Él era delgado y esbelto. Yo era baja, sin demasiada forma en el cuerpo. Él tenía ese brillo, ese misterio, ese aire distintivo de su naturaleza. Yo solo era común.

Él nació a las 11:59 del nueve de septiembre.

Y yo nací a las 12:01 del diez.

Adam era lo que se llamaba Noveno.

Y yo era lo que en su mundo llamaban "presa".

—¡Te dije que ordenaras los pedidos en orden alfabético y es lo menos que haces! —rugió él.

Sus fosas nasales estaban dilatadas. Su cara era una expresión de enfado concentrado. Estalló cuando vio algo fuera de lugar. Le molestaba el desorden. Le molestaba que nada estuviera prolijo, bien estructurado. Era como una especie de TOC, aunque menos compulsiva. En ocasiones lo atacaba fuerte y en otras era como si no lo tuviera.

—¡Lo siento! —Usé un tono firme, pero no tan retador—. ¡Se me olvidó hacerlo en ese orden, no fue intencional!

En ese momento él podía matar a alguien.

Los novenos hacían eso: mataban porque lo necesitaban. Si no lo hacían, algo en ellos empezaba a ir muy mal. Se descomponían y solo acumulaban unas ganas que se transformaban en algo peor.

No matar, podía matarlos a ellos.

Pero mi hermano no iba a lastimarme. Yo era una parte de él. Perdía la noción de la realidad a veces, pero siempre terminaba reconociéndome.

Sin embargo, ahora estaba arrojando frascos y todo lo que encontrara sobre el escritorio. Las cosas estallaban en sonidos alarmantes que habrían asustado a cualquiera.

—¡Lo arreglaré! ¿De acuerdo? ¡Lo haré como me has dicho! —le insistí, todavía sin acercarme.

Adam se detuvo. Se giró hacia mí y me observó con la mirada chispeante de ira. Tenía los dientes apretados y las manos en puños. Daba un puto miedo, pero no me moví. Si le mostraba mi temor, eso le habría gustado.

—Lo arreglaré —volví a decir con mucha seguridad.

Él respiraba como un toro.

—Siempre estás diciendo lo mismo —soltó.

Su tono era amenazador. Traté de no temblar. Nos separaba una buena distancia, pero empecé a preguntarme cuánto tardaría en abrir la puerta y correr hacia mi habitación.

—Fue mi error —admití solo porque refutarlo no era buena idea. Mi principal objetivo era calmarlo—. Tienes razón. Lo hago todo mal, pero aprenderé a no equivocarme.

Los labios de Adam se fruncieron. Su cabeza se movió hacia ambos lados. Después de tanto tiempo esos gestos no me causaban terror. Siempre lograba controlarlo. No entendía por qué aún seguía tan enfadado.

Me miró por unos minutos más. Le sostuve la mirada.

No te tengo miedo, pensé.

—Siempre dices lo mismo —repitió con detenimiento. Lo próximo que hizo fue patear una silla. Salté sobre mis pies, fue inevitable—. Estoy harto. Estoy cansado de que todo sea un maldito desorden. Me pone enfermo, ¿entiendes? ¿Acaso lo entiendes? ¿No sabes lo peligroso que es vivir en un caos así?

—Sí entiendo, Adam, lo entiendo perfectamente. Déjame corregir mi error. Organizaré todo. No habrá nada fuera de su lugar.

Soné bastante convincente, pero mis palabras no sirvieron de nada. Él empezó a avanzar hacia mí. El corazón comenzó a latirme rápido. Comencé a sentir temor. Era extraño. Adam tenía ataques, pero no duraban demasiado. El hecho de que me conociera ayudaba a aliviarlo, pero ahora era como si yo no fuera su hermana.

Di un paso hacia atrás, cuidadoso. Podía correr. Podía huir hasta mi habitación y encerrarme. La puerta tenía seguros por dentro. El mismo Adam los había puesto. Sus palabras habían sido claras:

Si me pongo así, enciérrate. No me dejes entrar.

Pero empecé a dudar que fuera más rápida que él.

Adam estaba más cerca. Mi espalda golpeó contra la puerta. Puse una mano sobre la manija sin que él lo notara. Estaba lista para abrirla y correr...

Y entonces escuchamos algo.

Fue un sonido que hizo que Adam girara la cabeza como un animal que acababa de detectar algo nuevo.

Eran golpes.

Golpes secos, potentes, como cuando se golpeaba madera.

Alguien llamaba a la puerta de la casa. Me quedé quieta. No me apresuré a cantar victoria, pero detecté que aquello había llamado más su atención.

Esperé. La respiración de Adam comenzó a disminuir. Un segundo después él me apartó de la puerta con un empujón y salió. Me incorporé y salí también al pasillo.

Adam se detuvo frente a la puerta de entrada que daba al vestíbulo. Los golpes continuaban. Sonaban exigentes, como si fuesen urgentes.

Me deslicé hacia el pie de las escaleras, aprovechando el momento para huir hacia mi habitación. Llegué hasta el segundo piso y entonces un golpe más fuerte impactó contra la puerta.

Me giré, algo nerviosa.

Al momento en que Adam abrió, un cuerpo cayó sobre sus pies. Era un hombre, solo eso podía asegurar. Estaba inconsciente y cubierto de sangre. Era un desastre. Su ropa estaba rota y sucia. Le faltaba un zapato. Parecía estar muerto.

Yo no sabía quién era. Nunca lo había visto. Todo en él era nuevo para mí.

Adam se agachó para inspeccionarlo. Sus ojos se abrieron al límite, cargados de asombro, de perplejidad.

—¿Quién es ese? —pregunté desde arriba, impactada.

Adam alzó la vista hacia mí, confundido, como si lo que menos esperara ver en la vida fuera eso.

—Es Poe Verne.

----

¡Aquí lo tienen! Chan chaaan. No se me desesperen. Lo bueno ya empieza. Poe is in the house. (?) EN LA ACLARATORIA olvidé mencionar que habrá capítulos narrados por Poe, así que lo pongo aquí para que sepan. ❤️

Mi semana con Poe ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora