T R E S

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*Acompaña las suculentas escenas finales de este capítulo con la canción que dejé en multimedia. Me la pasó una lectora por Instagram y queda perfecta con Poe, Alena y su propuesta. La letra está aJKSAKSKADL. 

T R E S

Las palabras de Poe flotaron por mi cabeza toda la noche.

Me hicieron dudar de si debía decirle o no a Adam que él vino a mi habitación y a la sala de películas. Mi hermano debía creer que Poe se la pasaba todo el día tirado en la cama. Si se enteraba de esas cosas, ¿lo echaría?

Igual no me había hecho nada. Me había buscado solo para pedir ayuda. Sin embargo, la sensación de temor y de intriga que causaba ese hombre era tan confusa que ni yo sabía qué hacer.

Al final no tuve el valor. Desayuné con Adam con total normalidad y lo escuché hablar de negocios. No dije nada de Poe. Ni siquiera le pregunté por él. Me concentré en el hecho de que mi hermano tenía unas ojeras profundas. Estaba nervioso. Estaba preocupado. No me cabía duda. Más que deducirlo por las señales, lo sentía.

A veces tenía sensaciones tan hincadas, tan extrañas, que sabía que provenían de él. Debía de ser una de esas cosas de mellizos. ¿O eran los gemelos? Ni idea.

En la tarde intenté hacer una receta de galletas que conseguí en Youtube. No podía salir a ningún lado por ahora y ya estaba aburrida. No era nada buena cocinando, pero lo intenté.

Cuando quedaron listas no lucían tan mal, solo un poco chuecas. Serví algunas en un plato y le llevé a Adam. No lo encontré en ningún lugar de la casa, así que terminé por inspeccionar el cuarto de Poe.

Toqué y esperé permiso para pasar. Lo recibí y abrí la puerta con cuidado. Poe estaba sentado en el borde de la cama, sin camisa, y Adam le estaba limpiando la herida del hombro con mucho cuidado. Llevaba puesto unos guantes de látex y había un botiquín a su lado.

El cabello de Poe era un desorden hipnótico. Ya se había bañado, de seguro, porque esos jeans prestados le quedaban justos pero holgados...

Ajá, Alena, deja de fijarte en esas cosas estúpidas.

—Lo sorprendente es que alguien haya logrado darte una puñalada —habló Adam al mismo tiempo que curaba la herida.

—No tienes ni idea de lo que intentaron hacerme —gruñó Poe, algo amargo.

Me empecé a preguntar qué y por qué.

—Tengo una idea de lo que tú les hiciste por eso.

—Bueno, ya no están para contarlo —confesó entre una risita cruel.

Les ofrecí las galletas. Adam dijo que no sabían a nada. Poe dijo que sabían a muerto. Me dio risa el comentario. A los tres nos dio risa. Luego me quedé recargada en la pared, justo frente a Poe. En cierto momento, me guiñó el ojo con malicia, pero como Adam estaba detrás de él y también podía verme, solo desvié la mirada y puse cara de culo.

—Así que te pasaste por alto el detalle de que tu hermana es tu melliza y no tiene ocho años —mencionó Poe. Sospeché que me seguía mirando. Sentí el peso, pero me fijé en el piso de la habitación. Qué bonito piso, eh—. ¿Esta es una amistad basada en mentiras?

Adam desechó un algodón y giró los ojos.

—Era por protección —aseguró él.

Poe expresó un falso asombro.

—¿De mí? ¿La protegías de mí?

—De todos —aclaró Adam—. Y ya sabes cuáles son las condiciones para que te quedes aquí.

Mi semana con Poe ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora